¡Qué escándalo, este señor está senil!

El debate entre candidatos presidenciales de Estados Unidos no defraudó las expectativas: Trump estuvo faltón, petulante, y plagó su discurso de medias verdades y comentarios punzantes. Y ganó el debate por goleada. Porque, al menos, Trump dio la sensación en todo momento de que sabía lo que estaba haciendo y diciendo. Y eso, si tu rival es el actual presidente, Joe Biden, es mucho. Porque, al menos, Trump no se queda en blanco ni aporta un discurso inconsecuente con sus políticas, confundiendo la covid con Medicare (el sistema de cobertura sanitaria estadounidense para las personas mayores y los discapacitados).

Ya en su primer mandato abundaron los momentos incómodos y las dudas persistentes respecto la salud mental de Biden. No es una cuestión de que se trate de un presidente de avanzada edad (81 años, si vence terminaría su segundo mandato con 86), sino de que, manifiestamente, no es una persona en plenitud de sus facultades mentales, como puede verse por sus lapsus, por sus persistentes momentos de ausencia, de no saber dónde está o qué está haciendo. No en vano, cuando se presentó la primera vez lo hizo como una especie de recurso de urgencia y para un solo mandato. Se buscó a una vicepresidenta, Kamala Harris, que se presentaba como presidenciable ya con vistas a las siguientes elecciones. No parecía que Biden fuese a presentarse a la reelección, pero conforme se asentó a la presidencia, y a pesar de las mencionadas señales de alarma, cada vez más habituales y más graves, él mismo afirmó que volvería a postularse.

Tras el debate del jueves, todas las alarmas han saltado en el Partido Demócrata: ¡con este candidato estamos condenados a perder las elecciones! Pero yo diría que el problema es más grave, y podríamos formularlo de esta manera: ¿qué prefieren los electores, un mentiroso malvado o un enfermo mental? ¿Alguien aparentemente dispuesto a hacer y decir cosas horribles o alguien que quién sabe lo que hará?

Los comentarios larvados previos al debate, apoyados en las evidencias cada vez mayores del deterioro del estado mental de Biden, han estallado después: existe la posibilidad de que la convención demócrata, habitualmente un evento prefabricado para glorificar al candidato, sea una convención de verdad en la que se postulen candidatos alternativos a Biden. Es sorprendente que hayamos llegado a esto, fundamentalmente por responsabilidad del propio Biden y de los que hasta ahora han decidido apoyarle y cerrar el paso a cualquier posibilidad de renuncia a la reelección del presidente. Sorprendente porque no es que el debate nos haya mostrado nada que no supiéramos; simplemente nos lo ha confirmado, una vez más. Esta imagen tan deteriorada de Biden parece certificar las dudas sobre el poderío de la superpotencia estadounidense, por primera vez en muchos años, puesta en duda por parte de una superpotencia emergente, China, y el desarrollo de un mundo multipolar.

Desde el punto de vista europeo, existe la convicción de que con Biden nos irá mucho mejor que con Trump: Biden está interesado en Europa, Trump no; Biden quiere seguir involucrado en el conflicto de Ucrania, mientras que Trump promete marcharse de ahí y dejar a los europeos a su suerte. Sin duda, este escenario (que la Unión Europea tenga que financiar y proveer de armamento a Ucrania en solitario, con el peligro de que el conflicto siga escalando, pero esta vez sin el paraguas estadounidense) no resulta nada alentador. Por otro lado, sería un ejemplo inmejorable de cómo funciona EEUU con los "aliados", a los que involucra en un conflicto incierto y cuyas consecuencias para la población de los países europeos involucrados son mucho mayores que para Estados Unidos para después dejarles tirados. Todo ello, teniendo en cuenta la posición unánime de demócratas y republicanos en el sentido de pedir más gasto en defensa de los países europeos, que la factura de la guerra de Ucrania y el nuevo enfrentamiento con Rusia no sólo es gravosa para los países directamente involucrados.