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La nave de los locos / OPINIÓN

¡Que viene el lobo!

Amortizado el cadáver de Franco, al que ha exprimido hasta la última gota del oportunismo político, la izquierda busca un nuevo enemigo para reafirmarse. Lo ha encontrado en el minúsculo Vox. Ahora ha vuelto con el cuento de la derecha feroz que se comerá a los niños. Habrá ingenuos que aún se lo crean 

22/10/2018 - 

La víspera del Día de la Comunidad estuve en la cafetería de Octubre, centro de referencia del nacionalismo catalán en València. Os preguntaréis qué hacía un tipo como yo en un lugar como ese, habida cuenta de mis escasas simpatías por un movimiento sustentado en una ideología reaccionaria. No siempre hay una explicación convincente para todo. No importa por qué estuve allí; lo que importa es lo que observé y que a continuación contaré.

Cuando llegué a Octubre había casi anochecido. Serían las siete y media de la tarde. En la cafetería diez jubilados con aire de intelectuales participaban en una animada tertulia. Como suele ocurrir en cualquier grupo, uno de ellos llevaba la voz cantante. Creí reconocer al periodista J. J. Pérez Benlloch como maestro de ceremonias. El reputado periodista se lamentaba de que en València apenas se hacía periodismo y de paso lanzaba sus dardos contra À Punt. Nadie le siguió en sus críticas a la nueva televisión valenciana, esa es la verdad.

La tertulia giraba sobre la actualidad política y, en particular, sobre el éxito de convocatoria de Vox en el mitin celebrado en Vistalegre un día antes. Los allí presentes se hacían cruces por lo sucedido en Madrid, señal inequívoca para todos ellos “de l'auge de l'extrema dreta”. De ahí pasaron a vituperar al joven Casado y al niño Albert, quienes configuran, junto con el aguerrido Santiago Abascal, la Santísima Trinidad de la Derecha Española.

A tan interesante debate se incorporó otro jubilado intelectual, en este caso acompañado por una bella mujer de pelo rubio. Del corrillo emergió un piropo envuelto en una voz masculina. Cabe decir que el piropo hacia la joven fue timidísimo, tan tímido que no pudo ser tomado como tal, de manera que no hubo que lamentar ningún reproche a quien tuvo la ocurrencia de decirlo.

Con algunas cáusticas referencias a la monarquía borbónica, la charla siguió girando en torno al supuesto avance de la extrema derecha en España (país que, si no me equivoco, nadie mencionó por su nombre). “¡Que viene el lobo!”, “¡Que viene el lobo!”, parecía desprenderse de los comentarios hechos por esos pensionistas, que me recordaban a aquel cuento popular de mi infancia.

Fins ara la dreta mai s'havia atrevit a plantejar el final de l'estat de les autonomies —dijo alguien con estas o similares palabras.

Me cansé de escuchar tanta memez y me marché a la calle donde se respiraba aire fresco.

El espantajo de Franco se agota

Como al espantajo de Franco le quedan unas semanas de vida —y aún ignoramos si sus restos acabarán en una estación de servicio de la carretera de La Coruña o en la horrible Almudena—, la izquierda, sean nacionalista o estatal, necesita un enemigo para reafirmarse y rearmarse ideológicamente. La segunda muerte de Franco hacía necesario crear ese enemigo. Ha llegado de la mano de Vox, un partido que puede tener el apoyo del 2-3% del electorado. Todo un enorme peligro para la democracia. Luego está por ver si Vox es de extrema derecha. Si ser de extrema derecha equivale a ser fascista, Vox no es un partido fascista en sentido estricto. Su defensa del liberalismo económico lo aleja del discurso obrerista de los fascismos del continente.

Vox es la respuesta a las demandas de una parte de la población que aprecia que el Estado autonómico ha fracasado al no resolver el problema territorial de España

Pero aunque Vox no reúna todos los requisitos para ser considerado un partido fascista, la izquierda política y mediática ya lo ha bautizado como tal porque necesita un enemigo. Las cadenas afines al actual régimen han comenzado a darle cancha para transmitir que hay una amenaza real para todos los progresistas. El señor Pedro Sánchez se ha sumado a esta opinión, en un tono casi apocalíptico. Parece olvidar que él llego al poder de la mano de Unidos Podemos, una coalición de extrema izquierda con 71 diputados, y de unos golpistas catalanes. Podemos, dirigido por antiguos comunistas, y los separatistas representan mayor peligro para la democracia que un partido extraparlamentario que cuenta de momento con un apoyo social mínimo.

El presidente del Gobierno y su corte de mandarines deberían preguntarse por qué Vox ha emergido, con sus actuales límites, en el panorama nacional. Vox es la respuesta a las demandas de una parte considerable de la población que aprecia que el Estado autonómico ha sido un fracaso. Un invento tan costoso como el que se montó en los ochenta, lejos de resolver el problema territorial de España, lo ha agravado. Donde había tres supuestas naciones históricas ahora hay cerca de una decena: Canarias, Aragón, Baleares, Asturias, Andalucía, etc.

Un 30% quiere un Estado centralista

Por mucho que se oculte, un 30% de los españoles —el 25% en la Comunidad Valenciana— quiere el regreso a un Estado centralista. La crisis catalana ha acentuado la desconfianza hacia el sistema autonómico. Por eso cualquier intento de descentralizar más el Estado en un sentido federalista, como propone el señor Ximo Puig, está abocado al fracaso. ¿Para qué más autogobierno? ¿Para engordar el tamaño y el despilfarro de las administraciones regionales?

Ahora que se habla tanto de la reforma de la Constitución, reforma imposible porque no hay consenso político ni social para llevarla término, quienes la promueven se llevarían una sorpresa si comprobasen que muchos españoles la respaldan pero en un sentido distinto al que ellos plantean. Podrán o no estar equivocados en sus planteamientos centralistas, pero esos millones de ciudadanos se merecen un respeto y no el insulto de descalificarlos bajo la etiqueta de “fascistas”.

Lejos de ser el lobo del cuento que amenaza a la democracia, esos ciudadanos han dado demasiadas muestras, en todos estos años, de comportarse como corderos. Ahora parecen haberse hartado de exhibir tanta mansedumbre ante los amos del tinglado, aquellos que son partidarios de que nada cambie porque les va la vida —y la bolsa— en ello. 

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