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'Regreso a Reims': a vueltas con el voto de la clase obrera francesa a la extrema derecha

Un documental en Filmin muestra una visión en perspectiva de la historia de la clase obrera francesa durante los últimos cien años. El análisis pretende explicar cómo se ha producido un trasvase de voto del comunismo a las opciones de extrema derecha. Presenta a generaciones oprimidas durante décadas que por fin han podido situarse por encima de alguien, mientras que considera que los partidos de izquierda se han desnortado y perdido su significado

6/07/2024 - 

VALÈNCIA. Merece la pena el documental Regreso a Reims, de Jean-Gabriel Péirot, pero seguramente no tanto por lo que le gustaría a su autor. La película, adaptación de un libro del filósofo Didier Eribon publicado en 2009, traza una historia de la clase obrera francesa en el siglo XX que intenta explicar por qué buena parte de ella se ha echado en manos del partido fundado por Jean-Marie Le Pen, ahora en manos de su hija, más suavizadas sus aristas, pero con el favor del movimiento fascista criminal que emana del Kremlin. 

Con la oleada de nostalgia teledirigida que nos invade, en la que se evocan unos años 60, 70 y 80 que jamás fueron como se recuerdan, es genial ver aquí cómo se muestra Francia en esas épocas. La familia de la que se habla llegó a la posguerra tras un sufrimiento atroz. Mujeres echadas de casa a los 17 años por quedarse embarazadas, hijos en casas de acogida para poderse ir de trabajadoras inmigrantes a Alemania que luego acababan en orfanatos. Para colmo, al haber tenido contacto con ese país, tras la liberación de Francia en el 44, eran colaboracionistas, las escupían, vejaban, etc…

Años después, llegaba la placidez de trabajar como sirvientas, sufriendo acoso sexual constante y despidos por no consentir los abusos. Algo que era un fenómeno plenamente extendido, pero sobre el que todo el mundo guardaba silencio. Muerte de esas mujeres a edades como los 62 años “de agotamiento” limpiando oficinas. 

Y luego sus hijos. Con padres escolarizados solo hasta los 13 años o padres ausentes por tener que irse a trabajar a las 5 de la mañana, si no les iba bien en los estudios, estaban condenados. En clase, los profesores se centraban en los que avanzaban y daban por imposible al resto a las primeras de cambio. En unas imágenes de archivo de los 70, uno de ellos cuenta cómo va a la fábrica cada día y mira con envidia a los que han podido continuar sus estudios salir del instituto. 

Los trabajos en las fábricas seguían siendo de un mínimo de nueve horas al día. En las lonjas de pescado, las mujeres llevando sacos de 25 kilos, con las manos todo el día en el hielo y los pies mojados. Luego, cuando llegó el mass housing, muchas de las viviendas eran indignas, pero se celebraban. Aunque en el hogar, esas mujeres trabajadoras tenían doble jornada y problemas legales para divorciarse.  

El aborto fue ilegal hasta 1975, con todo lo que eso suponía. Tanto de niños no deseados como de abortos clandestinos. Y lo sueldos dependían realmente de los bonus, es decir, de que el trabajador se explotase a sí mismo aumentando su producción.

 

En este contexto, sigue el documental, se sumó la mano de obra extranjera. El racismo profundamente arraigado entre la clase obrera francesa, dice, rechazó a los recién llegados, se les insultaba, escupía, se les llamaba monos. En los barrios de trabajadores la convivencia se fue complicando. “No viven en poblados como los de su país”, dice un hombre entrevistado en la época. La delincuencia se extendió entre los jóvenes inmigrantes marginados y las familias francesas tuvieron suerte si pudieron marcharse. En general, apareció una sensación de que su mundo les había sido arrebatado. 

Ahí aparece la figura de Le Pen para recoger ese descontento. Se habla de un voto secreto, como de protesta, pero luego los trabajadores seguían siendo comunistas. Sin embargo, aparecen vídeos de Marchais, líder comunista francés, posicionándose en contra de la inmigración “oficial y clandestina”, y exige repartir a los extranjeros que para que no se formen guetos. 

Llegados a este punto, queremos entender cómo se produce el trasvase de votos de la extrema izquierda o izquierda a la extrema derecha. En una primera fase, la narración cuenta que su madre, explotada toda su vida, por fin podía sentirse superior a alguien, valorarse más, existir ante sus propios ojos. Todo esto por el precio de denigrar a los inmigrantes. En este punto, resulta gracioso que al citar mayo del 68, momento en el que se dice que los obreros franceses arrimaron el hombro con los obreros inmigrantes, la imagen elegida sea la de un inmigrante con megáfono que arenga a los suyos… en español de Cervantes. Sí, en esa época éramos nosotros “los otros”. 

Después, llegó Mitterrand, el origen de los males, según el documental. No logró diferenciar su gobierno de la derecha anterior. Aparecen vídeos de un joven Jospin hablando de que Francia tiene que competir con los países desarrollados y los del tercer mundo y no puede perder, es decir, justificando medidas de ajuste. Un mensaje, en palabras de Le Pen, que habla del futuro como de un acuerdo comercial, cuando “la gente tiene emociones”. Como conclusión, se pide más lucha de clases y una izquierda más pura.

Al igual que el carácter retrospectivo del documental, la tesis ofrece algo que no es nuevo. Se ha repetido mucho ya y para circunstancias muy distintas. Sin embargo, cuando se mira Francia desde España, hay que reírse ante ese planteamiento. Las políticas sociales francesas y su escuela pública, entre otras medidas e instituciones, habrán estado a la cabeza del resto del mundo una y mil veces y están a años luz de lo que hay en España, probablemente aún sigan si se tiene en cuenta la magnitud de ese país y los retos que enfrenta. Y aún así, no remite el racismo y el partido de Marine Le Pen no ha dejado de crecer. Algo falla en el planteamiento o está incompleto. En nuestro país, con estado del bienestar más bien tímido, ocurre lo mismo de forma proporcional. 

Del mismo modo, presentar a la clase obrera como un grupo monolítico y homogéneo no casa con los discursos comunistas de Europa occidental en los 70 que ya eran conscientes de la existencia del “obrero opulento”, al que no se le podía hablar en términos leninistas ni tratar de desheredado, aunque siguiera habiendo franceses pobres. 

De lo que sí tenemos la certeza es de que la globalización ha aumentado la desigualdad en todos los países e igualado a las clases medias internacionales. Es decir, bajando a las europeas y ascendiendo a las de los países emergentes. Ese es el gran trauma de este tiempo y de donde procede la frustración. ¿El proteccionismo que promete Le Pen solucionará algo? Seguramente no, ya se ha dicho desde hace treinta años que nos dirigimos hacia lo malo, porque la alternativa es peor. Mientras que tres cuartas partes del mundo, como explicó Branko Milanovic en Capitalismo, nada más, lo interpretan al contrario. Entretanto, Reagrupament Nacional quiere que la gente se entretenga atizándole al que menos se puede defender. ¡También es muy viejo!

En un momento del discurso final, dice "la dignidad necesita signos y garantías". Eso desgraciadamente es más cierto, de ahí la obsesión actual por “la identidad”. Seguramente forme parte del fenómeno en un contexto de pérdida de poder adquisitivo, y por lo tanto autonomía o libertad efectiva. Habrá que pensar que esa conclusión de que la solución es que izquierda sea más izquierda forme parte de la misma tendencia. 

Por lo pronto, si algo deja claro el documental son dos cosas: antes se vivía peor y las políticas de mass housing al menos dieron casa a la gente. La verdad es que no me imagino a la extrema derecha europea ni española, tan nostálgicas ellas de ese pasado, tirando por esas políticas de vivienda expeditivas, y sí dando a entender que los frutos caerán si se los arrebatamos a las minorías, también las sexuales. (spoiler: no los acaparan ellos precisamente).

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