Nunca había estado en Polonia. Hubo un par de tentativas frustradas por razones que no vienen al caso, pero en ambas el destino elegido era Cracovia, ciudad patrimonio de la Humanidad que se resiste a desaparecer de mi lista de destinos pendientes. Pero como casi siempre, las mejores experiencias salen al encuentro sin necesidad de buscarlas. Eso es lo que me sucedió cuando surgió la posibilidad de viajar a Gdańsk, una tranquila ciudad a orillas del Báltico a menudo eclipsada por sus vecinas Cracovia o Varsovia que me ha causado una muy grata primera impresión de Polonia.
Y es que en un mundo en el que cada vez es más complicado sorprenderse, descubrir un destino como Gdańsk alegra el ánimo de cualquier viajero con alma de explorador e inquietud por ir un poco más allá de lo evidente. Conocida también como la capital de la libertad, esta urbe de tamaño mediano, espíritu abierto y carácter acogedor presume de ser el rincón más multicultural de Polonia. Alemanes o escandinavos la tienen entre sus escapadas habituales, pero para muchos españoles continúa siendo una joya por descubrir. Y eso, bien pensado, es toda una suerte. Sobre todo ahora que es posible volar directamente desde València con la ruta que Ryanair opera en ambos sentidos los martes y sábados, una combinación ideal para una escapada a un destino vibrante y nada trillado.
Gdańsk reúne sobrados argumentos para seducir a los viajeros más exigentes. Su característico paisaje urbano de calles adoquinadas y edificios de ladrillo rojo, reconstruido en gran parte tras la Segunda Guerra Mundial, recuerda por momentos al de los Países Bajos. Las coloridas fachadas de la emblemática Calle Larga se alzan como flechas que apuntan al cielo de Gdansk. Muchas de ellas están surcadas por canalones de hojalata rematados con figuras de animales reales o mitológicos, corazones y toda clase de iconos que los convierten en uno de sus elementos más reconocibles.
La identidad de Gdańsk se manifiesta a través de tres grandes símbolos. Uno de ellos es la Gran Grúa del siglo XV, una obra de ingeniería que funcionó durante medio siglo y que hoy en día rememora su esplendoroso pasado como enclave comercial de la liga Hanseática. En su interior aún se pueden apreciar los dos pares de enormes ruedas dentro de las que caminaban los hombres que le proporcionaban la fuerza motriz.
Frente a ella, en una pequeña isla formada por los dos brazos del Motlawa antes de su unión con el río Vístula, existieron en su día más de 300 almacenes de trigo, centeno o madera que le hicieron ganarse a la ciudad la reputación de granero de Europa. Solo veinte de ellos quedaron en pie tras la Segunda Guerra Mundial, pero su lugar ha sido ocupado desde entonces por nuevos edificios que recuerdan la morfología de aquellos graneros y que hoy en día brindan una de las panorámicas más bonitas de la ciudad. No en vano esta suerte de malecón surcado por un paseo de listones de madera se ha convertido en una de las zonas más populares de encuentro para sus habitantes por la cantidad de locales y terrazas en los que cenar o tomar algo con vistas al río y al casco antiguo.
Otro de los símbolos de Gdańsk es la Fuente de Neptuno, icono de su relación con el mar y, según la leyenda, origen del famoso GoldWasser (agua de oro), un aguardiente que se produce desde el siglo XVI con pepitas de ese metal precioso. Desde 1633, el agua fluye en esta fuente ubicada en uno de los laterales de la Plaza del Mercado Largo, junto al antiguo Ayuntamiento. Estamos en uno de los rincones más pintorescos de la ciudad, una zona noble en la que la belleza de las fachadas refleja el afán de sus propietarios originales por demostrar su estatus: a más ventanas, más poderío. Una de las más bonitas es la que levanta en el número 35, justo enfrente de Artus Court, el museo de Gdansk. Dejando atrás la famosísima Puerta Verde a orillas del Motlawa, el paseo por la Calle Larga hasta la Puerta Dorada, símbolo de entrada de la ciudad en el siglo XVII, permite admirar muchas de estas fachadas polícromas de estilo holandés.
Muy cerca de la Puerta Dorada, merece la pena detenerse a contemplar la Gran Armería, un ejemplo perfecto de estilo renacentista holandés por su frontal de característico ladrillo rojo de origen flamenco, que era el que utilizaban como lastre los barcos que atracaban en el puerto de Gdańsk. La figura de Atenea, diosa de la batalla, y la del León mostrando sus atributos, icono de la ciudad, destacan en el frente de este edificio que hoy pertenece a la Academia de Arte. Si la visita coinciden con el mes de diciembre, este rincón de la ciudad estará animado por un mercado tradicional de Navidad.
Después de un corto paseo por la conocida como la calle de la cerveza (Piwna) se llega hasta la Basílica de Santa María, la iglesia de ladrillo más grande del mundo cuya construcción se inició en 1343 y se prolongó más de 150 años. Cada mediodía, las figuras alegóricas de su reloj astronómico original del siglo XV danzan ante los turistas que siempre acuden a ver su particular desfile. Saliendo por el costado norte de la Iglesia, tras contemplar la formidable fachada barroca de la Capilla Real de Gdańsk en contraste con la inmensa catedral de ladrillo que se alza a sus espaldas, pasear por la calle Mariacka es como viajar 300 años atrás en el tiempo. Convertida en paraíso de compradores de ámbar, es probablemente el rincón que más fielmente refleja el pasado de la ciudad y sus casas tradicionales, con ostentosas terrazas de entrada jalonadas de canalones rematados con gárgolas y dragones.
La disposición paralela de las calles en esta parte de la ciudad hasta el río Motlawa se mantiene como en la Edad Media. Incluso se conservan algunos tramos de la muralla medieval y las torres del siglo XII rodeaban la Ciudad Principal. Ésta era una de las cuatro divisiones administrativas en las se dividía entonces la actual ciudad de Gdańsk. Las otras tres eran la Ciudad Nueva, la Ciudad Vieja y los suburbios.
Gdańsk está irremediablemente unida al ámbar. Todos sus habitantes han jugado en algún momento de su niñez a ser buscadores de pequeñas piezas de esta resina fósil en las playas de arena fina del Báltico. Las dos referencias fundamentales de esa relación son el Museo del Ambar y Iglesia de Santa Brígida, ambos en la Ciudad Vieja. El primero es una de las atracciones más novedosas de Gdańsk, ya que apenas lleva unos meses en funcionamiento. Se trata del primer museo de Polonia dedicado a explicarlo todo sobre este elemento tan asociado al Báltico, desde su formación como fósil hasta los métodos de extracción y sus diferentes usos como elemento decorativo e, incluso, medicinal. La entrada es gratuita con la tarjeta turística de la ciudad, un recurso recomendable para acceder libremente o a precio reducido a la gran mayoría de sitios culturales de Gdańsk.
En él se exhiben una impresionante pieza de 68 kilos y 35 millones de años de antigüedad y toda suerte de figuras talladas con este material, desde muebles y joyas a juegos de ajedrez o instrumentos musicales. Las cinco plantas de exposición están dentro de un gran molino que fue el más grande de Europa en la Edad Media, construido cuando la ciudad aún estaba bajo dominio de la orden de los caballeros Teutónicos. Funcionó como molino hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y desde entonces ha tenido usos diversos, incluso el de prisión municipal.
Pero la manifestación más impresionante de ámbar en la ciudad se encuentra en la Iglesia de Santa Brígida. Tras quedar prácticamente arrasado en la Segunda Guerra Mundial, el templo no fue reconstruido hasta los años setenta del siglo pasado. Hoy en día destaca por contener un gran altar de ámbar cuya construcción comenzó hace dos décadas y, de alguna manera, continúa con los pedazos de ámbar que traen los vecinos de Gdańsk. El conjunto en sí es impresionante, pero solamente la custodia del centro pesa 34 kilos. La iglesia fue el lugar elegido por varios mandatarios extranjeros de visita en Polonia para reunirse con el Premio Nobel de la Paz Lech Valesa cuando éste dirigía todavía en la clandestinidad el sindicato “Solidaridad”.
Pero para indagar las claves por las que Gdańsk es considerada un oasis de libertad y concordia es necesario fijarse en su tercer gran símbolo: la Plaza de la Solidaridad. En este gran espacio abierto junto a los antiguos astilleros se erigen tres grandes cruces de 42 metros de altura rematadas con anclas a modo de homenaje a los trabajadores del astillero que fueron asesinados por el Ejercito Popular Polaco en 1970 durante una protesta por el aumento de precios de los alimentos. Para comprender el camino traumático que los polacos tuvieron que recorrer hasta conquistar su libertad tras cuatro décadas de sometimiento al régimen soviético después de la Segunda Guerra Mundial es imprescindible visitar el Centro Europeo de Solidaridad.
Allí mismo fue donde el 14 de agosto de 1980 un electricista llamado Lech Valesa lideró una huelga obrera que rápidamente se extendió por todo el país y que supuso el principio del fin del desmantelamiento del sistema comunista al este del Telón de Acero. El Centro Europeo de Solidaridad (CES) explica los episodios, muchos de ellos trágicos, que precedieron a la fundación de Solidaridad, el sindicato creado por Valesa tras conseguir que el régimen soviético aceptara la libertad sindical, y que en poco tiempo devino en movimiento cívico con 10 millones de integrantes en toda Polonia. En el CES se exhiben muchos elementos originales de aquellos días, como el tablero de madera sobre el que los huelguistas escribieron a mano sus 21 reivindicaciones o prendas de ropa en las que se aprecian los disparos a los trabajadores que murieron en durante la represión de las huelgas de los 70. Todo en el CES está cargado de un enorme simbolismo, empezando por el edificio que lo alberga, una inmensa estructura en forma de barco que le ha hecho merecedor de varios premios. Nada más acceder a la primera sala, resulta impactante la imagen de cientos de cascos amarillos desplegados del techo que pertenecieron a los obreros del astillero. A través de otras seis salas, la exposición fija explica cómo se gestó Solidaridad y su influencia en el nacimiento de la nueva Polonia con las primeras elecciones parcialmente libres en junio de 1989 de las que salió un gobierno con representantes de Solidaridad.
Ese papel en la lucha por la recuperación de las libertades en Europa y su anterior resistencia contra el nazismo hicieron a Gdańsk merecedora del Premio Princesa de Asturias de la Concordia en 2019, galardón que también se exhibe en el CES. El jurado destacó no solo su papel histórico en la lucha por las libertades cívicas en Europa, sino también su carácter tolerante y sus políticas recientes por integrar a inmigrantes y refugiados o por defender a grupos sociales desfavorecidos. Ese espíritu abierto y acogedor se sigue respirando hoy en cada una de las calles de Gdańsk, que abre sus brazos para recibir a visitantes de todo el mundo dispuestos a experimentar por sí mismos por qué Gdańsk es la capital báltica de la libertad.
La zona histórica y la zona nueva de Gdańsk son agradables de recorrer a pie, las distancias son cortas y el tráfico rodado es muy limitado. El entorno de la famosa Puerta Verde y la plaza del Mercado Largo es una de las mejores zonas para alojarse por la cercanía a los puntos más interesantes y por ser una de las zonas más bonitas de la ciudad. Son opciones interesantes establecimientos como el Hampton by Hilton, el PURO Gdańsk o el Radisson Hotel & Suites. Este último se encuentra en un bonito paseo junto al Motlawa, una de las zonas más animadas de Gdańsk en la que se concentran infinidad de restaurantes de todos los estilos como el tradicional Gdański Bowke .
Quienes busquen un bocado más selecto podrán encontrarlo en ARCO, abierto en 2020 por el chef catalán Paco Pérez. Este restaurante está situado en la 33a planta del edificio más alto de Gdańsk, el complejo de negocios Victoria Star, lo que permite disfrutar de unas vistas espectaculares a la mesa. En la misma planta se encuentra también el restaurante Treinta y Tres, una versión más desenfadada y asequible del mismo chef con una propuesta basada en tapas y platos españoles como los arroces que pirran a los polacos.
Para enfrentarse a una carta polaca conviene tener claras algunas referencias. Los afamados Pierogi, una suerte de empanada con una masa similar a la de las gyozas, son sin duda el bocado más famoso de Polonia. Pero hay mucho más. El queso ahumado Oscipek, elaborado con leche de ovejas criadas en las zonas montañosas del país, es una rareza que ningún amante del queso debería perderse. Son también típicas las sopas, muy reconfortantes en los días más gélidos, especialmente las de tomate, remolacha, pescado o la de ganso o pato, aves muy consumidas en Polonia.
Cuando hablamos de ocio nocturno en Gdansk, las referencias fundamentales son dos. Una es la calle de la cerveza, cuyo nombre deja lugar a pocas dudas, y la otra es el Barrio de los Electricistas (Elektrików), que sí requiere una explicación adicional. En la primera, justo frente a la Basílica de Santa Ana, el pequeño Wiśniewski siempre está muy concurrido. Allí se sirve un famoso licor caliente de cerezas cuyo método de elaboración se reserva como todo un misterio. Los más valientes pueden dejarse caer por Jack's Bar Fahrenheit y probar tragos tan contundentes como el que combina Vodka, sirope de frambuesa y Tabasco o más suaves como el combinado de vodka, zumo de manzana, lima y canela en rama. Pero donde la ciudad vibra con más intensidad es en Elektrików, en los terrenos del antiguo astillero de Gdańsk. Las antiguas naves y edificios de hormigón albergan hoy en día clubes, galerías, cafés y food trucks que hacen que la zona esté especialmente animada en los meses cálidos.
Con su medio millón de habitantes, Gdańsk es la cabecera de un núcleo urbano que completan las localidades de Gdynia, el actual puerto moderno, y Sopot, una agradable ciudad costera que presume del muelle de madera más largo de Europa, medio kilómetro de paseo que se adentra en aguas bálticas. Pero si dispone de más tiempo, a solo una hora por carretera o tren desde Gdańsk se puede visitar el castillo teutónico de Malbork, la fortaleza más poderosa de la Europa del siglo XIII y el más grande construido de ladrillo en toda Europa. Para hacerse una idea de su majestuosidad, basta decir que la fortaleza que se visita actualmente, restaurada en los siglos XIX y XX y declarado Patrimonio de la Humanidad, es más extenso que la propia ciudad que le da nombre.
El trayecto desde Gdańsk permite explorar la región de Pomerania, una de las dieciséis provincias administrativas de Polonia. Se trata de una zona de lagos, colinas y lagunas con un 40% de superficie boscosa plagada de hayas, pinos, abetos y robles. El camino hasta Malbork transcurre por las llanuras posglaciares del delta del Vistula y la zona de lagos de Kasubia, una zona folklóricamente rica en la que se habla una lengua propia procedente en parte del alemán y mayoritariamente del polaco.
Una vez en el castillo, el entorno invita a dejar volar la imaginación. Los teutones llegaron a Polonia en 1230 para cristianizar la zona pagana con el beneplácito de los monarcas polacos. Pero una vez completada la cristianización de los prusianos en 1309, los teutones extendieron su dominio a toda Polonia y acabaron constituyendo propio estado.
El Castillo de Malbork fue el epicentro del poderío de la Orden Teutónica, ya que fue construido como sede para su Gran Maestre. A diferencia de la mayoría de castillos medievales, cuya estructura se dividía entre la parte alta, destinada a las estancias nobles, y la baja, para los sirvientes y talleres de todo tipo, este castillo tiene tres partes: una parte alta para la iglesia y los claustros, una media dónde tenía su residencia el Gran Maestre, y una parte baja que en conjunto sumaban 21 hectáreas, el equivalente a cuarenta veces la superficie de la Basílica de Santa María de Gdańsk.
La visita, para la que debería reservar al menos un par de horas, permite recorrer las estancias de la parte alta y media, donde aún se conservan algunos elementos originales del siglo XIV como la puerta dorada que da acceso a la iglesia principal o la Gran Sala capitular en la que el Gran Maestre celebraba sus reuniones con el Gran Comendador, el Gran Mariscal, el Gran Tesorero, el Hospitalario y el Guardarropero.
Antes de marcharse de Malbork, merece la pena detenerse a la otra orilla del río Nogat, defensa natural del castillo cuyas aguas mansas brindarán un reflejo perfecto del conjunto fortificado. Pocas imágenes pueden resultar más evocadoras para quedar grabadas en la retina del viajero tras los días vividos en Gdańsk.