GANDIA. Desde el inicio de la pandemia, las residencias han sido un objetivo prioritario para aislar a las personas mayores y protegerlas de la covid-19. Se cerraron a cal y canto pero aún así, en la Comunitat Valenciana, se han notificado 1.955 muertos con coronavirus o síntomas compatibles en residencias desde el inicio del brote (a fecha de 1 de marzo). Ahora, la vacunación en todas las residencias de la Comunitat Valenciana trae una comedida tranquilidad, especialmente en aquellos centros en lo que se produjo algún brote.
Es el caso de la residencia Mediterránea, que quedó bajo control sanitario de la Conselleria de Sanidad después de que se registrara en sus instalaciones 94 casos positivos (entre trabajadores y usuarios) y el fallecimiento de quince internos (de un total de 130 residentes). Ocurrió en noviembre y el origen del brote es todavía una incógnita: “Es muy difícil saber el origen porque, por muchas barreras y medidas preventivas que se pongan, es algo que no es visible hasta que la persona manifiesta síntomas —o no manifestarlos—”, lamenta María Ángeles Miñana, directora de la residencia Mediterránea de Benirredrà (Gandia). Igualmente, recalca que contaban con un plan de contingencia aprobado por los Organismos competentes y que “el virus es una realidad social y todos podríamos haber estado expuestos, ya que es importante recordar que la mayoría de los brotes en residencias se han dado en momentos en que la incidencia de la enfermedad en el entorno era muy elevada, como pasó aquí”.
Unas medidas de seguridad que, como explica la directora de la residencia, han ido modificándose y evolucionando en función del avance del conocimiento que se tenía hacia la enfermedad y que por lo que saben de los distintos departamentos de salud “las instrucciones se han interpretado de distinta forma, por lo que ha puesto de manifiesto que en cada departamento de salud se han tomado decisiones o medidas dispares”. En su caso, al margen de las ‘preestablecidas’ han realizado dos analíticas semanales para ver la existencia de carga viral en las aguas residuales y ante cualquier sospecha en aguas, se ha realizado cribados con pruebas PCR en el centro. “Lamentablemente somos conocedores que en otros centros que pertenecían a otros departamentos no tomaban en cuenta estos valores”, detalla María Ángeles Miñana.
Pese a esas medidas el SARS-CoV-2 entró en la residencia provocando uno de los brotes más importantes de la Comunitat Valenciana, lo que derivó en un miedo colectivo en la población. “Se creó una alarma social cuando la noticia saltó a los medios, pero todos los familiares estaban al corriente y sabían que sus seres queridos estaban en buenas manos. Cada día les explicábamos la evolución del brote y la situación de todos los residentes. Desde fuera se nos criminalizó desde el primer momento”, denuncia Miñana. Un lamento unitario en el sector pues Consuelo Peiró, directora de zona Directora de zona de Grupo el Castillo, hace énfasis en la idea, que “se ha puesto en entredicho diariamente el buen trabajo y la gestión que se hace en los centros. Es más, directamente se nos ha culpado por los fallecimientos, que causa un virus que desgraciadamente ha atacado más a las personas mayores vulnerables, cuando en los hospitales, donde también han fallecido y se han contagiado, no lo han hecho. Quizá porque se olvidan que en las residencias cuidamos, no curamos”.
La directora de zona no oculta que fueron momentos tensos y de mucho estrés pero sobretodo, y habla en boca del resto del equipo, “lamentamos profundamente la pérdida de nuestros usuarios, porque convivimos diariamente con ellos y se crea un vínculo, ya sea por el virus o por cualquier otra circunstancia ya que no hay que olvidar que son personas de avanzada edad y con muchas dolencias y patologías asociadas”. A su lado María Ángeles asiente triste y recalcando que “no se trata de culpabilizar al paciente cero o a quien pudo introducir el virus en la residencia porque, además, cabe recordar que era un momento de gran incidencia comunitaria, por lo que las probabilidades se multiplican”.
Su tranquilidad sobre la gestión del brote también se debe a que, como detallan, está avalada por las distintas inspecciones que tuvieron lugar aquellos días pero también a la reciente petición de la Fiscalía en archivar la investigación por el brote en Benirredrà al no verse actuación irregular. La fiscal, tras estudiar el caso, ha emitido un informe en el que requiere el sobreseimiento puesto que en su momento, a finales del pasado año, Fiscalía de Gandia ya investigó los hechos y los archivó en enero tras superarse el brote y advertir de que no había habido ningún abandono de mayores ni ninguna actuación irregular.
Con el primer positivo, la directora del centro llamó a las familias para informar de la situación y los usuarios fueron aislados en sus habitaciones. En ellas permanecieron más de un mes —por instrucción sanitaria— y su vida se redujo a esas cuatro paredes. Fue una especie de “confinamiento dentro de un confinamiento” pues con el inicio de la pandemia los centros se cerraron a la circulación libre y se restringió la visita de familiares. Antonia Camarena detalla que durante aquellos días “daba vueltas por la habitación para estirar las piernas y en la televisión veía la misa matutina y documentales”. A sus recién cumplidos cien años, explica que tiene miedo a “coger el bicho” y por eso desde que empezó la pandemia “voy del comedor al cuarto y del cuarto al comedor y ya está. Y no voy al cristal —la zona de visitas—porque siempre hay gente”.
Un aislamiento también hacia sus seres queridos pues las visitas físicas y los abrazos se sustituyeron por tablets y besos virtuales. “Fue muy duro porque al principio no lo entendía, pero le dijimos que era muy importante mantener las distancias y le aclaramos que todos estábamos aislados, no solo ella”, comenta Charo Herrera, hija de Pepita. Su madre a penas habla pero es muy expresiva. Tanto, que sufre al ver a sus seres queridos tras un cristal y con las mascarillas puestas: “noto que mi madre lo pasa mal con la mascarilla y con todas las restricciones, así que prefiero venir menos y mantener las videollamadas”. Para Charo es duro pero le compensa la tranquilidad de su madre: “no habla mucho y sé que es más feliz si nos ve sin barreras, aunque sea a través de la tablet”.
María Ángeles Miñana expone que la huella de ese aislamiento en las personas mayores será profunda: “La restricción de contactos sociales nos afecta a todos y, en el caso de las personas mayores, se ha notado un empeoramiento de sus dolencias por el estado anímico, que ha decaído mucho”. Según detalla, no poder pasear con sus familias o ir a tomar algo hace que “estén más apagados y con cierta apatía”. Una situación que le genera pesar pues “ha sido como una burbuja de tristeza, de desesperanza. No podían relacionarse entre ellos, ni tener contacto directo con la familia. Durante un tiempo fue comer, dormir y poco más. Pero tocaba sobrevivir y nos han demostrado la fortaleza que llevan dentro”.
Hoy el centro comienza a recuperar la alegría poco a poco y con prudencia pero nada que ver con ese centro que todas las partes describen, el de “una familia repleta de vida” y una “casa” en la que familiares y usuarios se veían sin restricciones horarias. De hecho, a penas hay familiares por los pasillos y las salas están vacías de personas mayores jugando al bingo, conversando o haciendo alguna actividad grupal. La cautela es máxima pese a que residentes y trabajadores están vacunados con las dos dosis porque “aunque hoy las residencias sean un espacio seguro, el exterior no”.
Esa seguridad la tuvieron en todo momento Teresa y Charo, incluso cuando se originó el brote. “Le preguntaba a mi madre si estaba bien y ella asentía; es una persona muy tranquila pero sus palabras me reconfortaban”. En la misma línea se pronuncia Charo, quien sí se planteó sacar a su madre de la residencia pero “María Ángeles me razonó que aquí estaba mejor, que ella misma si su madre estuviera aquí la dejaría porque estaba más protegida que en casa, así que seguí sus consejos”. Esa calma se extrapola al resto de familias pues tan solo una persona decidió que estaría mejor en casa. Tal es la confianza hacia el centro que María Ángeles explica que hay diez personas en lista de espera para entrar al centro.
En la visita para este reportaje Teresa está especialmente contenta porque desea abrazar a su madre —ambas están vacunadas— pero la realidad es bien distinta y se da de bruces con ella. “Hace un año que no abrazo a mi madre y pensaba que teniendo ambas las dos vacunas sería posible”, lamenta preguntándose “¿Para qué sirve todo esto si no puedo abrazarla?”. Teresa, como enfermera, lo entiende pero ello no quita que le duela pues “las ganas de abrazarla son inmensas”.
Por tanto, hasta que el virus no esté controlado las residencias serán un recinto seguro de puertas para dentro y aislado del exterior. “No hay que olvidar que los centros sanitarios están repletos de personas con la covid-19 por lo que si una persona de una residencia acude a uno hay que extremar aún más las medidas”, comentan las doctoras. Una protección generada también por las nuevas herramientas con las que se cuentan y el mayor conocimiento del coronavirus: “ahora todo lo que antes era normal, como una fiebre o una diarrea, se ha convertido en algo extraordinario y motivo de precaución”. Tanto es así, que a la más mínima realizan un test de antígenos.
Lo que sí esperan todos es que la incidencia baje para que todos los residentes puedan salir a pasear por Benirredrà, ver a sus familiares sin mascarillas y regresar a sus actividades sociales. “Eso les daría mucha vida porque todos me preguntan hasta cuándo durará todo esto, si ya tienen las dos vacunas puestas”, explica María Ángeles.