La cultura se enfrenta a un nuevo paradigma. No es ciencia, pero también necesita de I+D+i para evolucionar. Los centros de creación lo saben y buscan nuevos modelos. El objetivo es que los artistas se desarrollen y luego ya, si eso, que representen. El bolo ya no es el protagonista del proceso
VALÈNCIA.- Ya hace tiempo que la profesión escénica tomó los versos del poema Ítaca de Cavafis como propios, aquellos que alientan a esperar un camino largo, lleno de aventuras y plagado de experiencias cuando emprenden su viaje creativo. No apresurar, en suma, nunca la travesía.
Ese ha sido su objetivo, o más bien su anhelo quimérico, porque el apoyo público y privado al desarrollo de sus espectáculos ha venido determinado por la llegada a Ítaca en breve lapso de tiempo. Esto es, y aquí prescindimos ya de la metáfora: la condición final para el respaldo económico es la producción de un espectáculo a corto plazo.
Pero el paradigma está cambiando. Museos, salas privadas y públicas, centros especializados y creadores en contextos periféricos y rurales están liderando una incipiente pero firme conversión del modelo. Hay artistas que ya trabajan con la idea de borrar la diferencia entre investigación y exhibición, gestores inclinados a facilitar tiempo, acompañamiento y recursos espaciales y económicos, y público predispuesto a atender y participar de los pasos creativos.
«El bolo no puede serlo todo. Aquí se crea mucho para la exhibición, se muestra la pieza en un teatro uno o dos días y, acto seguido, muere. Ahora están surgiendo centros que son de creación pura y dura, en los que lo interesante es la práctica. El artista requiere de residencias más extensas para crecer verdaderamente, y de esa querencia surgen espacios concebidos para facilitar el trabajo a largo plazo», expone el responsable de una de estas nuevas iniciativas institucionales volcadas en el proceso, el director artístico del Espai LaGranja, Guillermo Arazo.
El proyecto que comanda en el edificio de Burjassot que acogía el Centro Coreográfico ha puesto en marcha dos iniciativas a tal fin. Por un lado, las residencias alternas, por las que cede sus salas a profesionales de las artes del movimiento. Por otro, los laboratorios de investigación escénica, que ofrecen contratación laboral y ocho mil euros de bolsa a cuatro creadores en València, uno en Castelló y otro en Alicante a partir de dos convocatorias anuales.
Las primeras beneficiadas han sido la granadina Lara Misó y la valenciana Sandra Gómez, que se instalaron en LaGranja en octubre y noviembre. Aquella desarrolló la propuesta No es amor, una exploración del círculo en el cuerpo y el espacio, donde, a través de la danza contemporánea, indagó en la figura geométrica.
La segunda abrió una nueva línea en su prolongada investigación sobre el sonido. Su apuesta se llamó Materies sonores e intentó dar respuesta a incógnitas sobre la convivencia y la escucha.
Ninguna de las dos tenía la obligación de presentar un producto final. Lara ha dado forma al germen de una pieza y Sandra, asentado las bases de un futuro montaje donde dará peso al sentido del oído.
«Mi reto es articular residencias de artistas que no trabajen tanto en un espectáculo como en una evolución que no se acabe en una sola obra, sino que forme parte del conocimiento, del patrimonio cultural», describe Arazo.
La siguiente convocatoria se realizará en marzo-abril y extenderá los laboratorios al Teatre Principal de Castelló y a L’Escorxador de Elche, con miras de continuidad para las residencias en otros centros colaboradores en España.
La coreógrafa y bailarina Asun Noales lleva desde 2008 desarrollando el trabajo de su compañía, Otra Danza, en el centro de cultura contemporánea alicantino. «Es lo mejor que me podía haber pasado. L’Escorxador me ha proporcionado un lugar gratuito donde trabajar a diario, crear sin prisas y mantener una estructura estable de bailarines y colaboradores», detalla la creadora de La mort i la donzella, Premio Max 2021 a la mejor coreografía.
En una dinámica de feliz reciprocidad, Noales ha colaborado en una gran diversidad de proyectos para catalizar la cultura emergente en la ciudad. En ese «trueque» con L’Escorxador ha impulsado charlas, mesas redondas, cursos intensivos de danza, talleres con creadores, clases diarias para profesionales y becas de formación.
«Es fundamental conocer la importancia del tiempo y el espacio para desarrollar una creación. La mayoría de las veces no se tiene la paciencia para esperar a que la búsqueda dé sus frutos. O quizá nunca los dé, pero es interesante apoyar y acompañar en el proceso, dotando no solo de recursos sino de formación, colaboraciones, asesoramiento, diálogo….», postula la ilicitana desde su propio conocimiento de causa.
Coincide con Arazo en apreciar indicios de que la visión y el apoyo a la creación están empezando a tomar otro rumbo y apunta como uno de los problemas endémicos un exceso de producción que no encuentra salida en la exigua programación de danza.
El codirector del Espacio Inestable de València, Jacobo Pallarés, coincide en esa apreciación. «Nos hemos atomizado hasta el infinito. Las salas solo damos salida al 30% de las creaciones. Cada fin de semana programamos un espectáculo, pero no creamos público para la pieza porque solo están dos días en cartelera. Las ayudas nos fuerzan a ir a lo cuantitativo y no a lo cualitativo. Son factores demoníacos que tienen que ver con lo eternamente burocratizada que están las instituciones, que trabajan sin atender ni entender al sector que administran».
El dramaturgo lamenta que el modelo de subvenciones de ayuntamientos, Generalitat y Ministerio de Cultura apoye la actividad en su momento último. «Todas las ayudas apoyan la exhibición, y eso torpedea el pensamiento y la filosofía de un proyecto de residencias», reprueba.
A pesar de las trabas que suponen las cosas despaciosas de palacio, en su trabajo al frente de la sala de Ciutat Vella lleva una década cimentando junto a Maribel Bayona el proyecto de residencias Graners de creació. La iniciativa nació con la idea de prestar el Espacio Inestable a compañías, pero en un diálogo compartido.
El punto de inflexión se dio un día en el que estando en la sala junto a la codirectora, Maribel Bayona, una persona de una compañía que habían programado les preguntó quiénes eran: «Nos habíamos convertido en un contenedor. No había una huella, una memoria. Nacimos con la idea de crecer a partir de la conversación con los artistas, pero ese aprendizaje compartido no se podía producir si solo entrábamos a dialogar en el último momento».
Fue entonces cuando empezaron a darle forma a una plataforma donde poner el foco en la práctica e incorporaron a mediadores para atender las necesidades particulares de cada compañía.
En la actualidad cuentan como aliado con el Centre del Carme Cultura Contemporània. De 2019 a 2022 han dado residencia a 34 creadores. Este próximo año esperan renovar la alianza cuatrienal con el Consorci de Museus para seguir ofreciendo perspectivas profesionales a las artes escénicas.
En esta fase planean trabajar la movilidad con residencias en espacios ubicados en Cataluña, Navarra y Murcia, y retomar la internacionalización hacia Latinoamérica y los vínculos con centros en Noruega, Alemania, Italia y Francia que dejó en suspenso la pandemia.
Pallarés también ejerce como presidente de la Red de Teatros Alternativos de España, una asociación que agrupa cuarenta y cuatro salas y teatros de pequeño y mediano formato de todo el territorio nacional. Entre otras iniciativas de cooperación artística y vertebración, suma diez años impulsando los Encuentros de Creación, donde, anualmente, bajo el formato de residencia, se congrega durante doce días a quince artistas y ejecutantes que investigan proyectos conjuntamente.
«Es el momento I+D+i, en el que el creador necesita exponer sus ideas, juntarse con sus pares de otras comunidades y meter en una sartén distintos elementos para ver qué pasa, sin el condicionante de exhibir un trabajo». En la última edición de este laboratorio escénico de prueba, ensayo y error, celebrada en el castillo de Magalia (Ávila), participó la bailarina y performer valenciana María Tamarit. En anteriores lo hicieron Andrea Torres, Vicky Trillo, Maribel Bayona, Alejandra Mandli, Sybila Gutiérrez, Cristina Reolid, Carlos González e Inka Romaní.
Las condiciones de producción que coinciden en detallar todos los entrevistados se asemejan a la práctica textil contemporánea acuñada como pronto moda. Se trata de diseños económicos, de consumo frugal por la calidad de los materiales y su apego a las tendencias. Su opuesto sería la llamada moda slow, sostenible y duradera.
La coreógrafa y bailarina Sofía Asencio encaja la comparación con humor y asume las reglas del juego con crítica deportividad. Reconoce la necesidad de ayudas públicas al sector y que las instituciones exijan un retorno, «pero hay que ir revisando las políticas para no poner tanta atención al producto final como a cada paso que das».
Asencio nació en Elche, pero ha desarrollado su carrera en Cataluña. Junto a su pareja de vida y profesión, Tomàs Aragay, codirige la Societat Doctor Alonso, una plataforma escénica de investigación y producción. En julio alquilaron un local en el barrio valenciano de La Fonteta al que han llamado El Consulado. El tándem buscaba un lugar para desarrollar sus propios proyectos, como en el pasado lo hicieron en espacios municipales de Barcelona y la comarca gerundesa del Alto Ampurdán. Ahora han cambiado las tornas y son ellos los que abren su nave a otros artistas.
«Queremos ofrecerlo al tejido artístico de València, pero no obligarnos a una programación. En una idea utópica, nos gustaría dar asilo a otros creadores que pudieran disponer de una pequeña línea de ayuda a la producción», anhela Asencio, quien apunta que ya han aplicado un programa de residencias.
El funcionamiento está siendo intuitivo y articulado en un proceso ejecutivo. «La pandemia nos ha despertado este instinto de buscar pequeños espacios de libertad y autogestión, aplicarnos en que no todo dependa de los organismos públicos», argumenta.
Por suerte, en los últimos años, su compañía está disponiendo de ayudas a más largo término, lo que les permite una estabilidad y un trabajo en profundidad. En consecuencia, sus procesos se extienden más en el tiempo y tienen más vertientes y aristas.
Bajo su percepción, la idea de creador versus espectador ha cambiado; la audiencia no solo quiere acceder a un espectáculo, sino saber qué pasa dentro. «Ahora el artista no tiene que vender su producto, sino que genera un trabajo que tiene un valor en sí mismo y ha de compartir».
Como El Consulado en un barrio periférico de València, hay experiencias rurales que apoyan y sustentan residencias escénicas en una interacción horizontal con la comunidad, como el Centre cultural Hort-Art, impulsado por el brasileño Alex Guerra y el valenciano Pere Bodí en Faura, o la Finca BenAmil, un caserío árabe entre olivos en plena sierra de Enguera auspiciado por Cochu Aparicio. En estos espacios aislados del runrún de la gran urbe, los vecinos están acostumbrados a asistir a los work in progress de artistas atraídos por la concentración y la pausa que les ofrecen estos refugios para la inspiración.
Esta primavera, el IVAM ha programado La naturaleza y su temblor, un site-specific de Societat Doctor Alonso que invita a mirar en un paseo pausado. Es una propuesta que es cine, coreografía, recorrido y teatro. El museo de arte moderno va a trabajar el recorrido con los alumnos del IES Barri del Carme. La iniciativa se encuentra entre las que está implementando la nueva dirección del centro a fin de familiarizar a su público con los procesos artísticos.
«Si de repente entras a un museo y en lugar de una pieza acabada: un cuadro, una instalación, una fotografía… o una performance para la que acudías a una hora concreta, te encuentras con un artista trabajando in situ, probablemente capte tu atención y modifique tu percepción de la experiencia en ese espacio», señala la directora adjunta del instituto, Sonia Martínez.
Previamente, esta licenciada en Bellas Artes fue responsable de actividades culturales y educativas en Bombas Gens y colaboró en proyectos muy permeados por la transversalidad de disciplinas y el mimo y acompañamiento a los procesos de creación e investigación, como el festival València Escena Oberta y la compañía de danza Cel Ras.
Tras años de experiencia, ha concluido que el binomio investigación y resultado cada vez es más difuso: «La evolución natural es darte cuenta de que quizás pasan más cosas en el durante de la investigación que en la presentación pública, o pensar que ese momento no es más que otro dentro de la investigación».
Para Martínez es fundamental transmitir que el proceso artístico tiene diferentes etapas de visibilidad pero es un continuo de investigación.
La institución para la que trabaja es un instituto de arte moderno y contemporáneo, donde no tienen cabida los espectáculos al uso, porque sus espacios naturales son las salas escénicas y los teatros. Su intención es, por tanto, traer al IVAM otro tipo de formatos que dialoguen con el tiempo y el espacio del museo.
En estos próximos meses el coreógrafo Vicent Gisbert tiene absoluta libertad para trabajar en todos sus rincones. Será una práctica variable, con ocho momentos de visibilidad diferentes y no replicables, en función del instante de creación, los objetos elegidos, del perfil de público asistente y el espacio que se elija para trabajar.
No obstante, la incorporación de artes vivas a la oferta museística no excluye la asistencia convencional: «También puedes querer visitar un museo de forma autónoma y no tener que participar de nada. Es lícito, necesario y respetable, pero si quieres venir y que ocurran otras cosas, existe la posibilidad».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 87 (enero 2022) de la revista Plaza