VALÈNCIA. El retrato es quizás el género pictórico más literario. Hay toda una intrahistoria en cada uno de los millones de estas imágenes que se han pintado desde el siglo I a.c. hasta la actualidad. El caso es que conocemos la de una parte de estos, mientras otra está vedada por haberse perdido el rastro, si es que alguna vez lo hubo, al relato que hay detrás, dando pie toda clase de teorías sobre el retratado o retratada, historias e incluso leyendas. Qué no se ha escrito sobre la Mona Lisa y su misterio. Existen miles de retratos maravillosos y cada uno de nosotros tenemos una lista de los que nos fascinan, sobre los que posamos la mirada intentando traspasar el lienzo. Es el caso del retrato un género en el que el artista no pinta sólo lo que se ve, sino que intenta convertir la pincelada en rasgo psicológico. Magia que no siempre brota, hay que decirlo.
Como experiencia personal, hace poco descubrí con cierta profundidad el autorretrato de Tiziano del museo del Prado, que, para su director, el valenciano Miguel Falomir es posiblemente la mejor obra de este subgénero. No sé si se trata de arrimar el ascua a su sardina, pero es indudable que se trata de un cuadro a todas luces fascinante. Es, para empezar, un perfil, lo cual es una rareza, en parte por la dificultad que entraña, al precisar para su ejecución de varios espejos que permitan al artista tener una visión de sí mismo en esta posición. Llama la atención porque es un autorretrato que, en realidad, el pintor quiere presentárnoslo como un retrato, por tanto, con el artificio de que estuviese ejecutado por otro pintor, aunque todos sepamos que eso no es así. Parece como si el genio veneciano hubiera rechazado ser pintado por otro y se retrató de esa forma a sí mismo. Tiziano se asimila a imágenes contemporáneas de intelectuales derivadas de cierta iconografía de Aristóteles muy popular en Italia desde finales del siglo XV. Cuando visiten la gran pinacoteca española no duden en disfrutar detenidamente de esta obra maestra que pasa un tanto desapercibida.
Los grandes retratos desde el Renacimiento hasta Francis Bacon, David Hockney o Lucian Freud son perseguidos por los coleccionistas, pagándose por ellos enormes sumas, pero dicho esto, a su vez, este género es de los más denostados cuando la pieza no reúne una serie de condiciones. Entonces pasa a ser uno de los géneros más difíciles de vender. No me refiero a cuestiones de calidad puesto que el cuadro puede ser magnífico, sino que se trata más de un tema de “amabilidad” y, en definitiva, de decoración. Dado que vamos a colgar a un “invitado” en nuestra casa hay un orden de preferencias que no suelen fallar por lógicas: entre otras, se busca más un rostro agraciado que un retrato de quien la naturaleza no le ha querido bien, si es mujer se prefiere a un hombre, y la frescura de la juventud a la ancianidad; si viste de forma colorida o lujosa gustará más que cuando lo hace sobriamente, por no hablar del negro del que huye todo el mundo. En cuanto al fondo, unas arquitecturas, paisaje o un bodegón acompañando al personaje serán un punto a favor, y en contra que sea un aburrido tono neutro. Si el personaje es relevante- gobernante, monarca, artista conocido/a- el retrato tendrá un interés del que carecen aquellos que encargaron personajes de relevancia local y que conocen sus allegados y poco más. Todo ello influye en la demanda y por tanto en la valoración pecuniaria. Mucha gente se sorprende del precio tan bajo que puede tener un retrato masculino de cualquier prohombre valenciano pintado por el mismísimo Sorolla. Dicho llanamente: el interés de un retrato es muy relativo si la persona no tiene un atractivo o importancia que lo haga decorativo o singular.
No hay duda que los mejores retratos de València queremos admirar unos cuantos retratos importantes fuera de colecciones particulares o despachos oficiales tenemos que acudir al Museo de Bellas Artes.
Sin duda uno de los retratos más espectaculares, dado que toda obra del subgénero ecuestre suele tener dimensiones considerables, es el don Francisco de Moncada, nacido en Valencia en 1586, obra de Anton van Dyck (1599-1641). Este magnífico escorzo lleno de serenidad y nobleza, pintado por el mestro flamenco fue donado en 1941 por las familias Montesinos Checa y Trénor Montesinos a la Academia de San Carlos con el fin de que se expusiera en el Museo de Bellas Artes de Valencia. A finales del año 2015 se iniciaron los trabajos de restauración de la obra.
Uno de los retratos más importantes del museo es sin duda el de Doña Joaquina Candado, pintado por Goya en 1790. La obra es un claro ejemplo de maestría en la pincelada decididamente impresionista, marca de la casa, aunque sea para crear texturas que otros artistas sólo logran con trabajos pausados y concienzudos. Con trazos sueltos y rapidísimos vemos las gasas del vestido y la mantilla, los guantes amarillos o los zapatos. La idea de situar a la retratada en una amable y armoniosa naturaleza es propia del genio de Fuendetodos. Es indudable que retrato de nuestro museo está a la altura de los importantes retratos del Museo del Prado.
Uno de los símbolos del museo es sin duda el autorretrato de Velázquez. En Valencia conservamos uno de los pocos indubitados del autor sevillano y eso ya confiere a esta obra una importancia capital. Una obra que representa por sí misma un atractivo turístico pero que al menos en la actual idea museográfica-en proceso de restructuración, hay que decirlo- no se le da la importancia que merece, ya que, si no recuerdo mal, actualmente se sitúa en el lateral de una sala de un color remolacha que no le beneficiaba en absoluto y entre dos obras de menor importancia. El cuadro merece un espacio único y especial para su contemplación.
…y un importante retrato “valenciano” que se nos escapó
Quizás no sea el mejor cuadro del mundo, pero el noble retrato de Alfonso V “el Magnánimo” de Aragón es uno de los primeros de la pintura valenciana y fue realizado en nuestra ciudad, sobre una tabla de poco más de un metro de alto por Juan de Juanes en 1557, es decir ya fallecido el monarca un siglo atrás, por encargo de los Jurados de Valéncia. Hoy, una pena (por el hecho de que podría estar aquí), se encuentra en el Museo de Zaragoza desde que fuera adquirido en 2006 por el gobierno de esta comunidad de una colección particular madrileña. Es un retrato idealizado y sin que el pintor nacido en la Font de la Figuera conociera en persona al monarca, así que se trata de una aproximación ya que Juanes tomó como modelo el perfil de una medalla conmemorativa de Pisanello de 1449.