La Unión Soviética fue La Meca para los intelectuales de izquierdas. Al menos una vez en la vida había que peregrinar a ella para constatar los logros del socialismo real. Fue preferible hacerlo después de la muerte de Stalin para evitar riesgos innecesarios, no fuese uno a acabar en un gulag por pecar de heterodoxo.
La pareja formada por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir viajó a la URSS varias veces, entre 1962 y 1966. En 1965 lo hizo el español Juan Goytisolo. En ambos casos fueron invitados por la Unión de Escritores de la URSS.
Simone de Beauvoir dejó testimonio de aquellos viajes en la novela autobiográfica Malentendido en Moscú. Goytisolo rememora su viaje a la URSS en En los reinos de taifa. ¿Qué tienen en común Malentendido en Moscú y En los reinos de taifa? La decepción por la patria universal del proletariado. Bajo la égida de Kruschev, la URSS dejó atrás el régimen de terror de Stalin. Sin embargo, el imperio soviético emitía señales de colapso. Llegó en 1991. Una de las razones fue, según Goytisolo, la «omnívora, proliferante burocracia estatal». Todo estaba regulado hasta el paroxismo. Consecuencia de ello: casi nada funcionaba. La vida era una larga espera. Colas para entrar en los restaurantes; camareros que tardan una hora en atender a los comensales; prohibición de viajar sin un permiso; incapacidad para producir bienes de consumo, y, en compensación, vodka barato para que el pueblo se emborrachara.
Después del desmoronamiento de la URSS, Francis Fukuyama declaró el fin de la historia. Duró hasta que cayeron las Torres Gemelas. El nuevo desorden mundial coincidió con el ascenso imparable de China. El bravucón Donald Trump es el último cartucho de los americanos para defender el imperio del dólar.
Entretanto, la UE se ha comportado como el pasaje del Titanic, entretenido en bailar al son de una orquesta mientras se hundía el barco. Debemos ser realistas al definir nuestro peso en el mundo. La UE es un portaviones de la OTAN y España es su popa. Europa ha vivido de las rentas. Hoy sólo le quedan las joyas de la abuela por empeñar. Nos han asignado el papel de parque temático, balneario y prostíbulo de los ricachos del mundo.
La UE es un Leviatán alérgico a las libertades individuales. Sus instituciones, con la Comisión Europea a la cabeza, ignoran la democracia. Su deriva autoritaria es notoria: alienta la prohibición de partidos políticos con el pretexto de que amenazan la democracia que ella no respeta. Además censura a los disidentes. Dan miedo las tres brujas de Macbeth: Ursula, Christine y Roberta. La burocracia de Bruselas aterra. El 'infierno regulatorio' resta competitividad a las empresas y condena nuestra agricultura.
Como en la URSS, todo comienza a estar regulado en nombre de la ecología, la igualdad de género y el multiculturalismo. Nos encaminamos a un totalitarismo de fresa y chocolate, en que los hombres y las mujeres no tendrán que tomar ninguna iniciativa porque para eso estará la UE.
Los políticos europeos nos pusieron a prueba en la pandemia. Les salió bien. Encerraron a las poblaciones sin encontrar resistencia. En Bruselas han visto el cielo abierto para acelerar sus planes. Lo siguiente será el euro digital, es decir, el fin del efectivo para que toda transacción económica esté controlada.
Llegará el día en que tu coche tendrá un límite de kilometraje al mes, y en el supermercado se encenderá una lucecita roja cuando hayas sobrepasado el número de kilos de carne asignado. En los medios se justificará la cárcel para el buen salvaje que se enfrente a este mundo feliz. Y nos creeremos libres porque cada fin de semana nos permitirán acceder a nuestras raciones de alcohol, droga y sexo, como aquellos obreros que se reunían, tras una jornada de trabajo, a beber vodka en un parque de Leningrado.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 127 (junio 2025) de la revista Plaza