VALÈNCIA. En su manual La ciencia de contar historias (Capitán Swing, 2022), el novelista y periodista Will Storr apunta a la narrativa como remedio contra el sinsentido de la existencia. La mente consigue distraernos de la finitud de nuestra especie, surtiéndose de objetivos y alentándonos para alcanzarlos. Esa capacidad para pergeñar relatos de victorias y derrotas, de héroes y enemigos, de luchas propias y ajenas y de los obstáculos que salen al paso, es, precisamente, lo que nos hace humanos. Pero en la realidad editorial, el salto de lo íntimo a lo universal, vamos, que lo imaginado se publique y después se lea, pasa por aplicarle al talento, la tenacidad y el esfuerzo, técnicas de marketing e investigación psicológica.
En Plaza hemos entrevistado a cuatro escritores aventurados al inhóspito oficio de contar historias. Nos han apuntado las claves, que no pautas, para acceder a la audiencia. En suma, el secreto de su éxito. Reflexionan sobre la necesidad o no de asistir a talleres de escritura, sobre los pros y los contras de la autoedición, la asistencia a congresos literarios como puerta de acceso al mundillo y los concursos como plataforma de lanzamiento.
«La vocación es importante, pero como dice el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, las mejores historias le pasan a quién decide contarlas. A todos nos sucede lo mismo, pero algunos tienen más gracia al compartirlo», arranca la profesora de escritura creativa en la Universitat Jaume I de Castelló, Rosario Raro. La docente es autora de las novelas Volver a Canfranc (2005), La huella de una carta (2017) y Desaparecida en Siboney (2019), todas ellas publicadas por la Editorial Planeta, pero en paralelo a su carrera como novelista, hace dieciséis años que imparte el taller literario de la universidad.
En ese tiempo, han pasado por su aula escritores hoy consagrados como Eloy Moreno, Vicent Gascó, Rosa Miró, Verónica Segoviano, Miquel Torija, Juan Carlos Núñez Mateo, Petra Dindinger, Maribel d’Amato, Elena Torrejoncillo, Javier García y Alberto Porta. Estamos hablando de más de setecientos pupilos. Raro asegura que cada uno, en mayor o menor medida, ha acabado consiguiendo lo que se había planteado.