Es día de mercadillo en Bétera y las mujeres compran bragas y sujetadores baratos. Al lado, otros clientes se agolpan alrededor de los puestos de fruta y verdura. Mientras, por la carretera, pasan los ciclistas que nunca faltan en este pueblo. Unos van de ida hacia la montaña y otros van de vuelta, cansados, pero felices. Es por la mañana y luce un sol de justicia, aunque todavía se puede estar. Al final del pueblo, en un parque que hay al lado del supermercado, esperan Julio, Rafa y Cristóbal. Cada uno lleva en la mano una correa que tira de un perro pequeño de tres colores: negro, blanco y el morro castaño. Son tres ejemplares, dos machos y una hembra, del gos rater, la única especie autóctona reconocida en España y en el ámbito internacional, donde la han rebautizado como valencian terrier. «No es el nombre correcto, pero al menos nos asegura que no nos van a quitar lo de valenciano», aclaran.
El comentario viene a cuento porque otras regiones de España también tienen un tipo de perro parecido a este: alimañero, vivaracho y fiel compañero. Son animales nerviosos, que ladran mucho en presencia de extraños y que se cuelan por donde quieren. «Son demasiado listos», dice Julio Such, presidente de la Sociedad Canina de Valencia y juez internacional. Rafa Monleón es el presidente del Club Español del Ratonero Valenciano, y Cristóbal Ramos, el secretario, quien explica que de fox terrier algunos acabaron llamando a esta especie fusterrier.
La historia tiene sentido cuando se amplía el contexto. «Esto deriva de un antiguo terrier de pelo liso que llevaban los ingleses en los barcos y allá donde iban o montaban sus delegaciones comerciales, como en Jerez con las bodegas, allí que se quedaba la raza. Nosotros mandábamos la naranja en barcos y eso también debió influir. El puerto de Burriana prácticamente se hizo para eso. Allá donde haya llegado un inglés, hay una raza similar, cada uno con sus características, pero todos de la misma familia».
Los tres perros, al principio, no paran ni un segundo. Ladran, saltan, se olisquean, intentan correr. Son Opus, Rufus y Greta. Tres ejemplares muy similares del gos rater tricolor. Cristóbal Ramos explica que el suyo, de un año, se llama Opus Magnum porque estaba convencido de que iba a ser una obra maestra. «Me gusta poner nombres que le vayan a cada perrito. Como este pequeño me parecía que era bonito, lo he criado a biberón y le tengo mucho aprecio, me convencí de que tenía que ser guapo seguro. Por eso se llama Opus Magnum, obra maestra».

- Cristóbal Ramón con Opus Magnum, Rafa Monléon con Rufus y Julio Such con Greta. -
- Eduardo Manzana
Cristóbal, que es de Castellón, tiene quince raters. Lleva unos años dedicándose a la cría y, un rato antes, ha sacado a Opus de una sofisticada jaula que lleva en la parte de atrás de su vehículo. A él le gusta presentarlo a concursos y exposiciones, y eso obliga a ir renovándolos cada cierto tiempo. Cuando uno deja de estar en edad de competir, se queda en casa como animal de compañía, otros son los que lleva a las competiciones y, además, hay alguno más que utiliza para hacer alguna nueva camada.
Su familia siempre ha tenido caballos y animales. Cristóbal recuerda el origen de esta especie. «Los labradores, al menos en la Comunitat Valenciana, siempre han estado acompañados por este perrito. Hacía un gran trabajo avisando a los labradores cuando había algo raro o matando ratas. Yo los he conocido desde que era pequeño y los he apreciado. Antes me dedicaba a otras razas extranjeras y llegó un momento que dijimos que mejor íbamos a ocuparnos de lo nuestro. Se reconoció la raza en 2004 y ahora en 2022 logramos que se reconozca internacionalmente. Con lo cual se puede criar y presentar en concursos en todo el mundo: un gran avance».
A él y a Rafa Monleón, su compañero en el Club Español del Rater Valencià, les encanta la nueva denominación en el extranjero de valencian terrier porque les asegura defender su denominación de origen dentro en una pequeña competencia con criadores caninos de otras regiones que también pretenden imponer a sus pequeños perros de campo. «Este perro está dentro del grupo de los terriers, que son perros alimañeros; a lo mejor más de madriguera que los nuestros, pero son perros cazadores de ratas, muy espabilados…».
Rafa, de Sagunto, es el dueño de Rufus, el más joven de los tres, de apenas ocho meses. «Su verdadero nombre es Rocky de Ca Batiste, que es el nombre que le puso el criadero, pero mi hijo decidió cambiarle el nombre y ponerle Rufus». Ca Batiste viene de Bautista Soriano, un hombre de Vila-real que se dedica a la crianza del rater valencià desde hace más de cincuenta años. «Es el más antiguo y yo siempre digo que es el padre de esta raza. Ahora creo que tiene ochenta y cuatro años, y yo me considero discípulo suyo».
La afición de Rafa por esta raza le viene por su mujer, que de joven ya tuvo uno. Cuando se conocieron tenía un ejemplar y le encantó. «Nos involucramos con la raza y, cuando ya estábamos casados, nos regalaron uno. Nos metimos y aquí seguimos». Este matrimonio tiene ahora mismo ocho fusterriers. A ellos también les gusta llevarlos a concursos, pero ambos tienen una máxima: «Cuando uno sale campeón, lo retiro y se queda en casa. Ese ya ha cumplido y se ha ganado vivir tranquilo el resto de su vida. Porque, quieras que no, cuando lo llevas a concursos, se estresan un poco. Sufren un poco con los viajes y las competiciones, por eso después me gusta dejarlos descansar. Además, si alguien se lleva uno de mis perros y no le cuadra, yo lo recupero o hago por dárselo a otra persona, nunca los abandonamos. A veces hay alguien que nunca ha tenido un perro y no se acopla a un cachorro. Entonces le digo que no se preocupe y se lo llevo a otro. Es un perro ideal para niños. Casi todos los de Ca Batiste van para niños».
- Eduardo Manzana
Sus tres perritos han dejado de interactuar. Greta, la más mayor, de siete años, es la primera en tumbarse sobre la hierba del parque de Bétera. Es una veterana que ha ido calmándose con el tiempo. Porque una característica del ratonero valenciano es que son puro nervio. Los otros dos intentan seducirla, pero Greta, quién sabe si una Greta Garbo canina, no está para juegos de niños.
La perra de Julio Such es algo más ligera que los dos machos, que rondarán los ocho kilos. Es el tope de esta raza. La mayoría, todos los perros que no son criados para concursos, son un poco más pequeños y, por lo tanto, ligeros. Todos, eso sí, tienen las orejas triangulares en punta y el morro marrón, o fuego, como se dice en el argot. Los tricolores son blanco, negro y fuego. Pero también los hay marrones o negros con el morro tostado, como el dóberman. El cuello es cilíndrico y sin papada. Antes se les cortaba la cola, pero ahora no, y forma parte de su manera de comunicarse. Cuando corren, por ejemplo, la menean. Los machos miden de treinta a cuarenta centímetros de altura y las hembras, un poco menos. Son perros muy livianos, pero muy saltarines.
Julio Such explica que son «demasiado listos» y que si un rateret se quiere escapar, se va a escapar. Los ejemplares de esta raza autóctona viven trece o catorce años «buenos» y luego ya, al final, surgen los problemas físicos antes de morir. A él siempre le gustaron los bóxer, pero un día entendió que si era el presidente de la Sociedad Canina de Valencia era casi imprescindible tener un rateret. «Y ahora yo tengo una, mi hijo tiene otra y mi nieta, otra más».
A Julio le gusta el pasado de esta raza relacionado con los agricultores. «Este es un perro que desde siempre ha vivido en las zonas de huerta, de marjal, de campo… Y en València era conocido como un gos barraquer, un perro que ladraba en la puerta de la barraca porque son muy ladradores cuando llega alguien nuevo, y muy valientes. Se utilizaban para la caza de alimañas. Pero costó mucho recuperar esta raza y que tuviera el reconocimiento nacional e internacional. Ahora tiene mucho éxito, se busca y a la gente le gusta. Es un perro muy vital y muy cómodo de tener porque es muy pequeñito. Muy activo físicamente y puedes hacer lo que quieras con él. Yo antes salía en bicicleta y tenía un amigo que se traía al raterito y hacía la misma ruta que nosotros: igual se metía cuarenta o cincuenta kilómetros». El amo de Greta solo les ve un defecto: su temperamento. «No son conscientes de su tamaño y se enfrentan a cualquiera. Y a mí personalmente me gustaría que también fueran un poco menos ladradores…».

- Eduardo Manzana
El camino hasta el reconocimiento nacional e internacional ha sido arduo. «Ha costado mucho y ha sido necesario hacer reconocimientos genéticos, pruebas de ADN, presentar perros en exposiciones, hacer familias, líneas de sangre diferentes… Es la única raza autóctona de la Comunitat Valenciana reconocida». En abril de 2003 se presentó la solicitud del reconocimiento de raza del gos rater valencià al Comité de Razas y Ganadería de España por parte de la Conselleria de Agricultura, Pesca y Alimentación. El 17 de mayo de ese mismo año, durante la Exposición Internacional de Primavera, en Madrid, la Real Sociedad Canina de España realizó la presentación oficial de cinco nuevos grupos raciales. En ese acto se exhibieron dieciséis ejemplares y trece de ellos procedían de Ca Batiste. El 2 de noviembre de 2004 se realizaron los primeros registros de la raza en la Exposición Internacional de Jerez. Aunque no obtuvo el reconocimiento internacional hasta esta década.
Desde entonces, esta raza ha ido a más, como recuerda Cristóbal: «Cuando nosotros empezamos a sacarlo por la calle, la gente lo confundía con el pinscher arlequín, y ahora si vas por València o por cualquier pueblo es raro no ver dos o tres raterets por la calle. Ahora está ocupando el espacio que le correspondía. Nosotros lo hemos sacado de la huerta y le hemos dado otro aire, porque ahora tiene que vivir dentro de un piso, con niños, con un ascensor… Y el ratero de huerta era intocable, que era lo que quería el labrador. Ahora tiene una salud de hierro. Ahora puede ser perfectamente un perro de familia. Ayer estaba en Castellón con unos amigos cerca de la playa y pasaron tres por delante. Nos alegra ver que ha valido de algo lo que hemos hecho».
Es un perro tan pillo que enseguida engatusa a sus amos. Esta raza aprendió a sobrevivir cuando en los hogares de los valencianos no había la abundancia de ahora. «El labrador se iba al campo con la bicicleta, la azada y un capazo con el agua y el perrito dentro. A veces lo metían en los cajones de naranjas y les acompañaban a todas partes. Encima volvían y no estaba sucio porque tiene un pelo muy agradecido. Luego, dentro de casa, con ese salero y picardía que tiene, se ganaba a la mujer del labrador, y entonces esta lo dejaba entrar en la cocina, donde siempre le caía algo. En aquel momento no había estos piensos modernos de ahora y comían los restos de casa. Ese era el reciclaje de la época», apunta Cristóbal Ramos.
De repente, en el parque, se giran los tres y les encanta comprobar que al fondo, entre unos árboles, desahogándose, hay otro gos rater. «¿Ves? Es que ya es muy raro salir de casa y no encontrarte uno». El extraño es llamativamente más pequeño que los tres protagonistas, que se nota que son de buena cuna y criados con esmero para lucir en los concursos. Luego, cuando el fotógrafo acude a su bolsa para cambiar el objetivo, los perros se quedan observándole para ver qué va a hacer.
- Eduardo Manzana
Son astutos y muy inteligentes. Rafa Monleón se acuerda entonces de Tim, Timoteo, un rateret que tenía su mujer en el Puerto de Sagunto, que se escapaba, recorría todo el pueblo y, cuando quería, regresaba. «Y si no le apetecía, cogía y se iba a casa de la abuela de mi mujer. O a casa de mis suegros. O a mi casa. Ese perro no ha llevado una correa nunca». Y cuenta después que, cuando iban a casa de sus suegros, que vivían en un quinto, le gastaban la broma a Tim de parar en el tercero y ordenarle que saliera. «Y no se movía del ascensor. O subías al quinto o no bajaba. No los tienes que enseñar. Yo también tengo galgos afganos y mi padre dice que este es el único perro que vale para algo. Además, este perro no necesita tanto trabajo como el afgano (un galgo de pelo largo)».
Los tres dueños cuentan también que en sus casas no hacen falta alarmas. Sus ratoneros avisan en cuanto alguien se acerca. No necesitan ni verlo. Con el sonido del coche ya saben quién viene: un hijo, un amigo, el mensajero de Amazon… Ellos lo reconocen de inmediato. «Por eso también les gustaban tanto a los agricultores y los llevaban siempre consigo. Los ataban a la bicicleta y, como alguien se acercara, comenzaban a ladrar. No son perros mordedores, no hacen nada, son avisadores. Y si, además de eso, al llegar a la barraca, te mataba dos ratas y te tenía todo controlado, pues era el perro perfecto y se ganaba el pan». Rafa cuenta que ahora sigue siendo igual, solo que en lugar de defender la bicicleta, se han convertido en los guardianes de las furgonetas blancas que llevan ahora todos los agricultores. «Y, como te acerques a la furgoneta, te comen —Cristóbal añade un matiz—. Son perros tan afectivos con el dueño como desconfiados con los extraños».
Pero los tres insisten en que, básicamente, ha dejado de ser un perro de labradores para convertirse en una mascota que no tiene nada que envidiarle a ninguna otra. «La gente ahora los pasea con orgullo y, como ya va conociéndose internacionalmente, hemos vendido algunos a gente de Francia, Italia, Finlandia y hasta Costa Rica». Las bicicletas siguen pasando por la carretera. Los vendedores siguen vendiendo. Y los tres orgullosos amos de estos ejemplares de gos rater han decidido irse a almorzar. Los perros intuyen que ha llegado la hora de moverse y menean la cola nerviosos.
El Ayuntamiento de Vila-real declaró esta raza como un patrimonio cultural y genético de la ciudad. Y a nivel de la Comunitat Valenciana sería bonito que hubiera una apuesta decidida por apoyar las razas autóctonas, como el charnego, una especie de podenco valenciano que también solía estar en el campo y que también era muy típico de la zona.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 127 (junio 2025) de la revista Plaza