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Tribuna libre

El mágico Gaudí

"Uno de los grandes magos del urbanismo, sin duda, ha sido Antonio Gaudí, el gran maestro de la arquitectura catalana"

Publicado: 19/04/2025 ·06:00
Actualizado: 15/05/2025 · 07:34
  • El arquitecto Antoni Gaudí i Cornet
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Echando un vistazo a los entornos arquitectónicos que viven a nuestra vera observamos con cierta nostalgia y pesar que no ennoblecen a nuestras ciudades lo que deberían; sin embargo, nos consta que tales edificaciones, en calidad de materiales, se ha ganado bastante. Son como espacios sin alma que se construyen movidos solo por la utilidad. Algunos lugares selectos es posible que gocen de escandalosas riquezas culturales, pero no pidas más. Da la impresión de que se ha renunciado por completo al placer de admirar su belleza no solo por dentro, también por fuera. Seguimos valorando los espacios privados, aunque los públicos se han quedado en mangas de escapulario.

Como diría un buen amigo, los espacios civiles de nuestras administraciones, en belleza, “están más secos que la mojama” y los religiosos “no atraen al más pintao”. En lugar de reinvertir en calidad y en personalidad nuestras ciudades, hemos bajado el listón de tal manera que, hemos preferido empequeñecer el diseño en su expresión más nimia y viable, en la creencia de que nos situamos ante algo superfluo. Lo cierto es que medio mundo vuela a Barcelona para admirar y degustar las obras de Antonio Gaudí y, ni por asomo, a otras especies que, aunque bien, no llegan a lo que muchos buscamos.

Las construcciones de algunos años atrás solían ser un auténtico arte, cuyos trabajadores alcanzaban tal magnitud de artesanía que sus obras trascendían la etiqueta de mera ornamentación. Edificios adornados con elementos de suma calidad, fuese lo que fuese. No existía motivación más importante que el orgullo que ello generaba tanto en los patrocinadores que lo financiaban, como en los artesanos que lo elaboraban.

 

Nuestros edificios y espacios comunes simbolizan aquello que más valoramos; nos cuentan quiénes somos"

 

Aunque un mayor nivel de exigencia en el diseño arquitectónico y urbanístico podría suponer altos costes que los de las más utilitarias, la función que estos lugares cumplen dentro de sus localidades es fundamental. Nuestros edificios y espacios comunes simbolizan aquello que más valoramos. Nos cuentan quiénes somos. Una ciudad llena de iglesias ricamente adornadas, en la que se haya invertido constantemente en la creación y mejora de espacios de culto cada vez más exquisitos, será una población con una historia marcada por la devoción. Otra repleta de teatros y galerías acogerá con los brazos abiertos cualquier forma de expresión artística. Otra en la que el diseño rompa con todas las barreras preestablecidas se percibirá como un lugar que valora la inmolación, el dinamismo y que aguarda el futuro con optimismo.

Si ha sido posible en el pasado, lo puede ser en el presente. Hemos de buscar hacer espacios mágicos. ¿No mejoraría nuestra vida poder gozar un poco más de este tipo de magia y dejar a un lado la ideología del feísmo que nos inunda? ¿No resulta más divertida la existencia cuando cruzar una esquina nos puede deparar un inesperado despliegue de maravillas? Ya sea un leve respiro de nuestra vida cotidiana, o una experiencia inmersiva capaz de transformar nuestra percepción, nuestro entorno urbanístico tiene una capacidad extraordinaria para influir en nuestra forma de interactuar con el mundo.

Uno de los grandes magos del urbanismo, sin duda, ha sido Antonio Gaudí, el gran maestro de la arquitectura catalana. Los edificios de Gaudí poseen unas cualidades artísticas tan idiosincráticas que escapan a cualquier convencionalismo. A través de sus mosaicos, materiales locales y lejanos, motivos ornamentales, sus proyectos enraízan en la cultura catalana, pero trascienden sus orígenes para llegar mucho más allá. Sus formas amorfas, sus impactantes colores vividos, su caprichosa interpretación de los elementos arquitectónicos tradicionales desafían por completo las normas.

Aunque un buen tejido urbano sea fundamental para conformar la calidad de una población, son los edificios extraordinarios, incluso disparatados, los que le proporcionan su identidad y personalidad. Son los que definen su silueta, los que nos llegan al corazón, los que ocupan mayor espacio en nuestra memoria.

Antonio Gaudí, estos días atrás, tanto por su vida como por su obra, ha iniciado un buen recorrido que podría terminar en los mismísimos altares. No hay más que leer su vida cómo y de qué manera “veía” lo que muchos ni lo huelen.

No seria justo olvidarnos al escultor japonés Etsuro Sotoo, el que entendió a la perfección al hoy “venerable” Gaudí. Lleva cuarenta años trabajando en la Sagrada Familia y ha sabido mirar donde miraba su “maestro”. Ahora, con los años, se ha atrevido a decir que Antonio Gaudí fue un adelantado de su tiempo, como Leonardo Da Vinci, a quien el mundo no comprendió hasta muchos siglos más tarde.

Echamos de menos que, al igual que Antonio Gaudí, la arquitectura en nuestras ciudades debería reflejar una sensibilidad superior a la nuestra, de sorprendernos, llevándolo más allá de los límites de las normas convencionales, como una llamada universal que trasciende al espacio y al tiempo.

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