Hablar de la importancia de las energías renovables resulta un anacronismo, pues las energías renovables ya ganan por goleada a las no renovables. En concreto, en 2024 supusieron más de un 56% de la generación total de energía en España, muy por encima del 32% a escala global. La Unión Europea pretende alcanzar un 45% de renovables para 2030, así que España puede considerarse ya una potencia energética. Somos el quinto país del mundo en energía eólica instalada, aportando un 23% al mix nacional, y el octavo en energía solar pero el sexto en producción, gracias a nuestro clima.
Las instalaciones fotovoltaicas han crecido un 40% desde 2020 y ya generan el 14% de la energía que se consume. Un solo dato evidencia su éxito: la producción eléctrica de origen solar aumentó, en 2024, un 20% con respecto al año anterior.
Lo que caracteriza a las renovables es que no necesitan materia prima para generar energía —no sufren la subida de precios de sus insumos— ni generan residuos dañinos en su producción, como sí hacen las centrales que utilizan carbón, gas, derivados del petróleo o uranio. Son renovables las centrales hidroeléctricas, las geotérmicas, las fotovoltaicas, las eólicas, las maremotrices y, con salvedades, las de biomasa.
Hemos visto cómo el consumo interno generado y mantenido desde 2021 era una de las causas del crecimiento de la economía española y que esto nos hacía ser un alumno distinguido de la Unión Europea. Pero la causa principal, que permite que la producción y el consumo puedan ir de la mano, está siendo el origen de nuestra energía.
El petróleo mueve el mundo y en cuanto aparece algún problema suenan las alarmas, como cuando el buque Ever Given bloqueó el canal de Suez en marzo de 2021. El gas funcionó bien durante un tiempo como opción secundaria al petróleo para ciertos sectores industriales y domésticos, pero hemos visto cómo los conflictos en Ucrania, el golfo pérsico o el Magreb acaban afectando el suministro y el precio, y nos hace rehenes de su suministro.
Las energías renovables no sufren la dependencia del exterior, ni la variabilidad de los precios, los cárteles de productores o accidentes navales. Solo les influye que llueva lo justo y haya más o menos viento y horas de sol, lo que a largo plazo siempre se cumple. Gracias a esto, el continuo mecanismo inflacionario del petróleo no nos ha afectado tanto y ha permitido contener o reducir los costes que han impulsado la economía, sin las incertidumbres asociadas a la oferta exterior y precios crecientes.
No solo el coste de la energía de origen renovable es más barato y previsible, sino que presiona a los combustibles fósiles a la baja, al proporcionar una mayor y más variada oferta. Y sin ocasionar residuos ni generar contaminación ni emisión de gases invernadero, además de reducir el impacto del calentamiento al absorber parte de la irradiación solar.
La energía eólica tiene pendiente en España la instalación de plantas aerogeneradoras marinas, donde siempre hay viento y donde, además de proteger los fondos marinos, tienen un menor impacto visual que en tierra.
Desde la constancia positiva en cifras y resultados de la implantación de renovables, es evidente que hay un margen enorme para seguir creciendo, siempre que la legislación lo favorezca y no se cometan errores como el deplorable impuesto al sol de 2015.
Solo en 2024 China instaló más paneles solares que EEUU en toda su historia. En 2025 se ha iniciado la construcción del proyecto conocido como la Gran Muralla Solar, que instalará una superficie fotovoltaica de 400 km de largo por 25 km de ancho y que proveerá energía a veinte millones de personas. Las renovables no son ya una opción, sino el presente.