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La riada arrolló la afición de cuarenta apasionados del slot

Muchos de los socios de Asac Slot, en La Torre, sufrieron tras la Dana pérdidas valoradas en 40.000 euros y, lo peor, materiales que son imposibles de recuperar

  • Aficionados del Slot en La Torre
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La Torre ya casi parece un pueblo normal. Fue uno de tantos que salió en periódicos de medio mundo. Con su palmo de lodo, su torre de coches en mitad de la calle y su gente angustiada. También sufrió el abandono de unos y otros, pero algo menos. Y, al final, el músculo de València, la ciudad, se ha notado, y, mucho antes que otros, la pedanía de la capital ya está prácticamente recuperada. Lo que queda de aquel tsunami es casi invisible. El polvo que flota en el ambiente y que se cuela por los pulmones. Aunque en La Torre es fácil ver a un barrendero en cada esquina raspando el suelo con el escobón. Rascar y rascar para acabar de una vez con el maldito barro que se coló por casas y comercios. En algún callejón aún queda algo de lodo, pero poco. La Torre ya intenta olvidar el pasado y seguir su vida.

Nada más bajar del puente que une la pedanía con València, ese cordón umbilical con la capital que ha marcado las diferencias con otras poblaciones afectadas, la plaza sigue con la caridad. Pero ya circulan coches y autobuses con normalidad, una de esas palabras desgastadas por tanto uso durante las semanas posteriores a la Dana. En una de las calles paralelas, hay una planta baja con cierta actividad. A la entrada, pero todavía en la calle, un hombre limpia una maquinaria con agua a presión. El barro se ha colado por donde ha querido en las posesiones de la gente. Dentro hay más hombres trabajando e intentando poner a punto Asac Slot, una asociación de amantes de lo que popularmente se conoce como Scalextric, que tampoco se libró de la riada aquel 29 de octubre.

Jordi, uno de los socios, estuvo en la sede de Asac Slot la tarde de aquel día infausto. Un poco antes de las siete y media se subió a su moto y se marchó. Se libró de la catástrofe por unos minutos. Cuando llegaron las primera noticias de las inundaciones, los socios, que provienen de diferentes poblaciones de la provincia, todavía no sabían de la gravedad. El 29 de octubre no había nadie en Valencia capaz de imaginar que el caudal que bajaba por el barranco del Poyo iba a arrasar con todo. Vidas, coches, negocios y hasta el futuro de muchas personas. Por eso, comenzaron a escribir en su grupo de WhatsApp preguntando si alguien sabía si había entrado algo de agua en la planta baja de la asociación. Infelices.

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El fin de semana siguiente, el del 2 y el 3 de noviembre, organizaban un rally. Por eso Jordi había pasado allí la tarde, para comprobar que estaba todo controlado. Luego se marchó, cruzó el puente hacia València y entonces llegó el torrente. Nadie podía sospechar que una tragedia estaba atravesando la provincia en dirección a la costa. Otro de los socios es bombero y lo mandaron a La Torre. Mientras, varios de los compañeros estaban intentando averiguar, por la altimetría o de la manera que fuese, si esa calle podía haber servido de escape para la riada. «Mi hija está estudiando Arquitectura y me metí en programas que tiene de catastro para intentar calcular el riesgo de nuestra sede», explica Pepe, casi dos meses después de aquella tarde-noche.

Al final, el bombero se acercó por allí, asomó la cabeza y vio que estaba todo arrasado. Dentro había incluso un coche que había arrastrado la corriente. Entonces cogió su móvil y escribió: «Para ser breve, tened claro que este fin de semana no habrá rally». Al día siguiente, el 30 de octubre, grabó un vídeo, cuando no habían pasado ni 24 horas, y ya todo el mundo entendió la gravedad del desastre. Pepe, el tesorero, y Carlos, el presidente, ponen el vídeo en el teléfono móvil y se ve la planta baja completamente anegada mientras el bombero avanza por dentro chapoteando. En mitad de la inundación se ve un circuito flotando.

Lo siguiente fue la desolación. El agua prácticamente fulminó tres décadas de historia del club de slot más importante de la Comunitat Valenciana. Aún permanece la marca de la inundación en las paredes. La firma que el diablo dejó por todas partes. Cuando Carlos pudo llegar hasta la sede, se quedó hundido. Aquello no tenía solución. Lo habían perdido casi todo. «Yo pensé que no tenía sentido continuar, que desgraciadamente había que abandonar nuestra afición. Pero vi que los otros socios se negaban a tirar la toalla y decidí seguir adelante. No sé hasta dónde llegaremos, pero vamos a intentarlo».

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El Scalextric, que es como conocen los profanos su afición, no es un juguete. El slot es una afición muy sofisticada en la que cada uno, cada piloto, se gasta un dineral para tener los coches más rápidos. Los coches valen cerca de ochenta euros, pero su coste se eleva por encima de los ciento veinte, por todas las adaptaciones que les hacen, con un eje de carbono y otras virguerías. Unos mandos electrónicos se pueden ir hasta los trescientos euros. Si vas sumándole detalles, la inversión va engordando.

El tesorero ya ha hecho los números, y estima que las pérdidas del club superan los 40.000 euros. Es una fortuna, pero, aun así, eso no es lo peor. «El problema de nuestra afición es que son materiales que hemos ido adquiriendo a lo largo de casi treinta años. Si alguien llegara mañana y nos diera 40.000 euros estaría fenomenal, pero muchas de las cosas que tenemos no las podríamos conseguir, sencillamente, porque ya no existen», se lamenta Pepe.

Una de las cosas que más llama la atención es que el suelo es de cerámica. Un detalle que no es baladí. Ese material, a diferencia de parqué, hormigón, baldosas de barro cocido o lo que sea, facilitó mucho la limpieza del barro, que resbalaba por encima, no se adhería a la superficie. Con un par de pasadas del haragán, esa especie de escoba que acaba con una tira de goma o neopreno, el suelo quedaba libre de barro. Y eso aceleró la limpieza de su local mucho más que en la mayoría de plantas bajas donde entró el tsunami de agua, tierra y cañas.

Ahora hay repartidos por el suelo unos capazos de plástico llenos de agua y latas de refrescos y cerveza. Una señal de que, después del abatimiento de los primeros días, el buen humor ha entrado en su sede. Es un soleado y frío sábado por la mañana y unos pocos socios están inmersos en diferentes tareas de limpieza para ir dando pequeños pasos hacia la recuperación de su obra. Cada uno a lo suyo. Ya se lamentaron y tuvieron tiempo para aprender que eso no les va a devolver sus circuitos de slot.

Pepe y Carlos son dos hombres de cincuenta y ocho y cincuenta y nueve años que hace cinco décadas, en el colegio, se convirtieron en la envidia de su clase. Los dos fueron de esos niños afortunados con un Scalextric que entró en sus casas. Pepe aún recuerda que se lo trajeron los Reyes Magos en 1970, cuando tenía cinco años. «Eso, para mi generación, era lo más. Aunque luego, en realidad, en casa solo te dejaban montarlo el día de Reyes y, como mucho, uno o dos días más. Así que te pasabas el resto del tiempo con algo parecido al mono».

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Carlos cuenta que también se vio bendecido con un Scalextric, pero que no era suyo; que el propietario, y el primer aficionado a este juego, fue su padre. Muchos padres usaron a los niños de excusa para comprarse una caja con un par de coches y unas pistas con las que hacer un circuito con forma de ocho. Carlos fue uno de aquellos chavales que prácticamente nacieron con aquellas pistas negras con raíles en casa. Pero no olvidará jamás sus dos primeros coches, un par de 850 Coupé. «Uno era blanco y el otro rojo, y, por supuesto, todavía los conservo como oro en paño».

A los dos se les ha iluminado la cara al hablar de aquellos primeros Scalextric. Un juguete muy caro que muchos niños de los años setenta y ochenta se hartaron de pedir en la carta a los Reyes Magos sin que nadie se diera por aludido. Así que los afortunados eran poco menos que unos elegidos. Ahora, cincuenta años después, Pepe ha visto cómo una riada se ha llevado el armario donde guardaba cerca de sesenta coches, además de mandos y algo de electrónica. Un golpe bajo.

La electrónica es algo que caracteriza al slot. Carlos explica que, cuando hay una competición, las carreras se asemejan mucho a una jornada de Fórmula 1. Alrededor del circuito hay varias pantallas que van conectadas al ordenador. Ahí se pueden consultar los tiempos y todo tipo de datos. La frontera de la zona húmeda con la seca no alcanzó los monitores, de lo poco que se ha salvado. Como los ventiladores que cuelgan del techo. El resto está prácticamente perdido. «Es difícil intentar recuperar el material, pero lo más normal es que casi nada de lo que tenemos sirva. De la electrónica hemos salvado cuatro cosas. Mucho material fue devorado por el barro: fuentes de alimentación, cuentavueltas, mandos… Es que esto tiene su miga: programas de gestión de carreras, cuentavueltas, sensores infrarrojos…».

También materiales nada tecnológicos pero igualmente importantes, como los caballetes o los tablones de madera que sustentaban los circuitos. Eso también se ha echado a perder. Aunque lo principal son los circuitos. Ellos tenían dos en Asac Slot. Uno de velocidad y otro de rally. El primero tenía 42 metros de pistas y seis carriles. Este es completamente plano y es permanente. Como cuesta tanto de montar, lo que hacen es que tienen un diseño que, un año se utiliza en un sentido y, al siguiente, en el contrario. «Y al cambiar el sentido, se convierte en otro circuito totalmente diferente».

El segundo, el de rally, se hace con otro tipo de pistas, más rugosas y flexibles. Esto les permite ser más creativos y hacer subidas y bajadas. Este circuito sí se modificaba con más frecuencia y su prueba reina es la Targa Florio —una de las carreras más célebres de Italia, que recorre los montes Madonia, en la provincia de Palermo, en la isla de Sicilia— y se celebra cada año. «Nosotros estábamos preparándolo todo antes de la riada, porque la íbamos a organizar a finales de diciembre y lo teníamos ya todo pensado».

En la lista de pérdidas también han apuntado el parque cerrado. «Es el lugar donde el director de carrera revisaba que el coche estuviera en condiciones de competir. Primero, antes de ponerse a correr, se pesa y se mira si está conforme al reglamento». Luego, los pilotos cogen los mandos, se suben a una tarima, para estar por encima del circuito y tener buena visibilidad de todo el trazado, y empiezan a competir. Ellos tenían, en un lateral de la planta baja, el circuito de velocidad y, al otro, cinco pistas del circuito de rally. Todo eso ya es historia. No queda nada. A cambio, tienen una puerta metálica que la riada arrancó de cuajo apoyada contra un pilar.

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La asociación, que ha pasado por varias etapas, sedes y nombres, se remonta hasta 1996, cuando se fundó el Club Scalextric Valencia. La primera sede se mantuvo en la calle Dénia, en el barrio de Ruzafa, hasta 1999. El inmueble, en realidad, no era suyo, sino de Paco, el propietario de El Fallero, la tienda que todavía está en la calle Sueca, un lugar donde los clientes pueden comprar un Scalextric, un puzle o un par de masclets. «A Paco le venía muy bien tenernos tan cerca de la tienda porque, si salía una novedad, en una tarde nos vendía cuarenta coches». Después pasaron por Monteolivete. De 2011 a 2018 estuvieron en Malilla. Y ya, en 2018, se mudaron definitivamente a la calle Giménez y Costa, en la pedanía de La Torre. Un bajo amplio, económico y pegado a València. «Durante todos esos años hemos ido adquiriendo materiales que ahora ya no podemos recuperar. Como unas pistas de la marca Ninco que directamente ya no existen. Para encontrar algo como esto tienes que irte al mercado de segunda mano, ver si lo encuentras y pagar el precio que te pidan…», comentan.

No todo fue una fatalidad. Un golpe de suerte les permitió salvar el circuito de velocidad. Como estaba montado encima de un tablón de madera, flotó encima del agua. «Pero vemos que limpiamos y, a los cinco o seis días, vuelve a salir el óxido. Luego, si organizamos un campeonato en el que viene gente de otros clubes, esos problemas acaban estropeando la carrera. Es inviable». En el móvil conservan las fotografías de los buenos tiempos, cuando las pistas estaban montadas y eran felices jugando allí dentro como niños. También del desastre. Como otras miles de personas que tienen álbumes de fotos de su drama particular. Cada vez que ven sus circuitos, se desaniman. Y recuerdan, por ejemplo, que la pista de velocidad contaba con pequeñas farolas en miniatura y luz negra para poder celebrar carreras nocturnas.

Allí todo estaba pensado y cuidado al detalle. De ahí, su prestigio por toda España. Asac Slot compró incluso unos deshumidificadores para que las pistas no estuvieran húmedas y evitar así que se pudieran oxidar. Algunos clubes de otras provincias les han ofrecido pistas y diferentes materiales. Pero ellos insisten en que hay cosas imposibles de reponer. El club subsistía con la cuota de los socios, unos cuarenta, que ascendía a veinte euros al mes. Con ese presupuesto es imposible pensar en una rápida recuperación. Pero todos los afectados por la riada, y ellos son de los más afortunados, ya que no han perdido vidas humanas ni el negocio con el que comían sus familias, saben que la paciencia y la constancia son dos de las virtudes más valiosas en estos tiempos. Si logran recuperarse, ya tendrán tiempo de volver a pensar en la velocidad.

Sobre un estante, en la parte más alta, resiste el cartel del Club Scalextric Valencia. Y cuando alguien piensa en rendirse, siempre puede levantar la cabeza, observarlo y recordar que les contemplan veintiocho años de historia. Un motivo más para agachar la cabeza y seguir trabajando.

 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 123 (febrero 2025) de la revista Plaza

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