ILUSTRES VERANEANTES

Ricardo Bellveser y sus veranos en Adzeneta, Gandia y El Vedat

19/07/2020 - 

VALÈNCIA. Escritor, poeta, académico, hombre culto y hombre de mundo. Ricardo Bellveser ha sido vicepresidente del Consell Valencià de Cultura, director durante casi 15 años de la Institución Alfons el Magnànim y redactor jefe en Las Provincias entre otras muchas responsabilidades.

Ricardo, ¿valenciano de València o de Adzeneta d’Albaida?

Mis primeros recuerdos son en Adzeneta, lugar donde me considero nacido, aunque físicamente nací en Valencia. Mi padre enfermó severamente y tuve que vivir en la Vall d’Albaida muchos años, mi infancia se desarrolló entre Valencia y Adzeneta, lugar donde estuve yendo a veranear muchísimos años después. Lo recuerdo de una manera maravillosa, allí aprendí otra lengua distinta al castellano, un valenciano muy puro. También aprendí una forma de ver la vida desde la perspectiva de la casa de un médico rural. En verano salíamos el grupo de amigos, íbamos a la piscina y en general hacíamos cosas muy previsibles.

¿Cuándo empiezas a vivir en València?

Recuerdo que hice el ingreso del Bachillerato en el Instituto de Játiva pero finalmente estudié en el Luis Vives de Valencia, a los profesores de ahí les debo mi vocación, recuerdo a tipos tan extraordinarios como Fernando Dicenta de Vera, Ángel Lacalle y Carola Reig con gran cariño. En esa época seguía veraneando en Adzeneta.

Siempre vinculado a Adzeneta, ¿en algún momento cambias de lugar de vacaciones?

Como casi todo en la vida, siempre hay cambios y evolución. Me casé con 28 años, trabajaba en el diario Jornada con Pepe Barberá (padre de Rita Barberá), alguien tan generoso que cuando le comuniqué que me había fichado Las Provincias, pidió champán para brindar. Luego en Las Provincias empezamos una etapa de renovación apasionante. En esa época empezamos a veranear en la casa de la familia de mi mujer en El Vedat de Torrente, los recuerdo como veranos de periódico y botijo. Aunque conseguimos hacer un grupo interesante con algunos de nuestros vecinos.

“María Consuelo Reyna había leído mis columnas y quería que yo escribiera en Las Provincias”

En aquellos tiempos imagino que llegar a Torrente era una odisea, quizá por ello se veraneaba durante varios meses.

 Absolutamente, era desesperante llegar a través de la carretera de Picanya, recuerdo que algunos se metían entre los naranjos para buscar atajos. Tardábamos una hora en llegar aquí, aunque ahora las conexiones han mejorado mucho, la sensación de aquellos años era que estábamos muy lejos de la ciudad.

Y una persona de mundo como tú, también habrás aprovechado el verano para viajar, ¿no?

Por un lado, he viajado mucho a congresos y festivales de escritores y poetas, pero siempre como actividad profesional. Por otro lado, los veranos también han sido de viajes, cuando mis hijos fueron creciendo alquilamos unas semanas un apartamento en Gandia, me viene a la mente la marisquería ‘As de oros’, lugar que solía frecuentar, tanto que acabé comprándole al dueño una moto. Estaba siempre llena de madrileños, eran vacaciones de polo y paseo. Muy diferente al de Gandia y Cullera actual que, ahora, tienen una oferta cultural y de ocio mucho más cuidada y muy interesante. Antes no era más que sol, playa y polo de hielo.

“Recuerdo cómo salíamos con mis hijos a cenar en el gran pinar de el Vedat”

La eterna dualidad entre el mar y la montaña. ¿Qué opinas?

Yo creo que los niños se lo pasan mejor en el mar, cuando están en la arena se ponen a correr con frenesí. La montaña busca la noche, porque durante el día el calor es más pegajoso, se busca la siesta debajo de un gran árbol y cuando cae el sol tras una ducha apetece salir y buscar las estrellas y la paz del campo. En cambio, en el mar la vida es más de día, la luz cegadora y la jornada de playa que deja extenuado. La noche quizá es más activa pero exclusiva para los adultos, de terrazas a salir, cenar y tomar una copa. Los niños son expulsados de la noche marítima. Además, el veraneo de montaña es más de urbanización.

Con tu rica y dinámica personalidad, ¿sólo has ido a Gandia en verano?

Cuando mis hijos crecieron, empezamos a viajar más y más lejos. Recuerdo el año que nos fuimos a Galicia en tren, pero con nuestro coche en wagon lits –¿quedan wagon lits?–, allí pedíamos mesa en el vagón-restaurante, cenábamos y luego cada uno de nosotros a su camerino, el matrimonio a uno y los niños a otro y pasábamos la noche en el tren y al día siguiente estábamos en Galicia. Recorríamos durante dos semanas en nuestro propio coche. Años después empezamos a ir al extranjero, fuimos a París y por supuesto visitamos Eurodisney. Mi tío Juan, hermano de mi padre, una persona fantástica, era corresponsal de la agencia Efe en París y los familiares usábamos la casa, con la condición de dejar siempre la ropa en la tintorería y un billete de 100 dólares en la estantería.

Háblame de El Hierro y tu vínculo con esa isla

 Mi hermano vivía allí, y tengo un gran cariño y recuerdo de la isla de El Hierro. Es un lugar único, un pequeño paraíso, posee excelentes bosques de sabinas, un árbol extremadamente aromático. Las nubes están por debajo del total de la isla, cuando llegas vas subiendo, atraviesas las nubes y vuelves a ver el sol. Allí arriba estaba la casa de mi hermano, él era especialista en un sistema telefónico que se llamaba pentaconta, logró una buena jubilación y se dedicó a vivir plenamente dedicado a sus gallinas, sus pollos, comenzó una etapa hippy que considero que fue vivir sabiamente, vivir con intensidad y dedicado a las cosas que realmente le hacían feliz, dedicado especialmente al mundo del parapente.

Has logrado trasladarme a una isla idílica, ¿cómo definirías esos veranos allí?

En primer lugar, como él se fue muy joven de Valencia y no regresó, cuando empezamos a ir a El Hierro, fue como recuperar a mi hermano y conocerlo en su hábitat. En segundo lugar y a nivel experiencial, allí la vida era completamente distinta. Él me dejaba un coche y cuando quería cerrarlo me decía él: “no tienes que cerrar nada por favor”, en El Hierro la vida es abierta, es como vivir en una planta baja. Reconozco que me gustaba ese tipo de vida como utopía, pero no como realidad.

Eres un hombre de gran cultura, un hombre de letras, pero a la vez una persona muy social. ¿En verano también?

Justamente en verano es cuando más me gusta mi parte social, en verano suelo dar cenas con artistas y escritores, buenos amigos, pintores como como José María Iturralde, Willy Ramos, Alex Alemany, Horacio Silva; muchos escritores, Fernando Delgado, Blas Muñoz, Ana Noguera, César Gavela, actores y músicos como Antonio Ferrandis, José María Gallardo... ¡incluso una vez vino Luis Aguilé!; también académicos como Ángel Calpe o Manuel Muñoz; jueces y fiscales, también algunos políticos, pocos, como Manuel Tarancón, Cipriano Císcar o Francisco Camps. Es un ambiente distendido donde se habla a calzón quitado, probamos muchos vinos y mantenemos largas conversaciones en esas noches eternas de verano.

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