VALÈNCIA. ¿Cómo recuerdas los veranos de tu infancia?
Los veranos siempre son largos y fantásticos cuando eres niño, cortos y especiales cuando eres adolescente y una aventura y aprendizaje cuando maduras y tienes niños. Mis recuerdos son de veranos muy familiares sumando abuelos, tíos y primas. De esos, donde compartes todo, hasta los libros de actividades o las lecturas de los Cinco. Mis primas eran mayores y cada juego tenía ese toque de “Jo, ¿cuándo me dejarán a mi o yo también lo quiero intentar”. Mis abuelos maternos eran de Cuenca con una casa en Saelices cerca de la ciudad romana de Segóbriga y Uclés, ellos eran amigos de una familia de chocolateros en la Vila donde más adelante se iría la hermana de mi madre que se casó con un gran abogado y una persona que nos trasmitió siempre el amor por la cultura y las tradiciones valencianas.
Veranos entre las dos Castillas y el Mediterráneo.
En julio, mis abuelos paternos que eran de Sanchorreja (aldea abulense), nos recibían en Ávila donde tenían casa. Para mis padres era esencial disfrutar de la naturaleza. Mi padre, tirando a su tierra, decía que sólo eran saludables las vacaciones si respirabas el aire puro de Castilla, después, días en la playa que coincidía con los ‘Moros y Cristianos’ y también un tiempo en entorno de girasoles, trigo y animales de la casa manchega de mis abuelos. En Ávila nos juntábamos con los amigos de mi padre y recorríamos la muralla, el Mercado chico y el grande y, si eres de allí, la tradición está en tu ADN, visitar a la Santa. El resto de los días, no tenían agenda, disfrutar de Sanchorreja y los aires de libertad que te da una pedanía de 200 habitantes donde todos son familia y los cercados están abiertos. Ya puedes imaginar, veinte días con primos sin vallas en el campo, donde hacíamos de las nuestras al ganado, preparábamos mermelada de ciruela y grosella, pescábamos cangrejos y nos bañábamos en una alberca.
Veo que estabas muy vinculada a la Comunitat y a una de nuestras fiestas más populares, como son los Moros y Cristianos.
Mi abuelo, que era militar, nos contaba historias en el jardín y nos montaba escenarios para que quisiéramos volver. Contrastes, recuerdo que la leche era recién ordeñada y el pan era de venta ambulante, si no salías a tiempo, te quedabas sin tostada. De ahí, viaje de vuelta con parada en Saelices para llegar a los días de playa y fiestas de Moros y Cristianos. Mi hermano no lo recuerda igual, esos desfiles y esas carrozas te llevaban a imaginarte otros mundos. No sé si sabes, que esa gran playa que tiene ahora Villajoyosa era de piedra y costaba cruzarla hasta que conseguías que compraran unos escarpines. Mis recuerdos son de ir temprano a la playa, saltar las olas con mi padre, aprender a nadar, hacer castillos con mi hermano, comer ricos arroces y el ritual de vestirnos para la Filà Mora.
Muchos recuerdos y con especial cariño de tus abuelos y padres.
Sí, recuerdo esos cuarteles donde ibas a buscar a los padres y aunque te rías, los bocadillos de sepia de Rogelio, el cine de verano y seguir a mis primas con la admiración que sólo las pequeñas sabemos sentir. El resto de verano ya eran abuelos y hermano, más primas a las que también adoro, piscina, bicicletas, parador y juegos en la calle. Pintar, crear obras de teatro que se sumaban a cuidar a los animales y asumir las primeras responsabilidades caseras. Incluso, recuerdo que mientras mi hermano jugaba con los patinetes o montaba en moto con mi tío, a mí me invitaban en una tienda de textiles donde ordenaba el material, cobraba y hacia arqueos de caja para asegurar que no faltaba nada. Jamás hubiera pensado que esa fuera mi primera experiencia con lo que sería después mi área de conocimiento como profesora. Todos los días mi abuelo recibía el periódico y leíamos los titulares con él, veíamos los toros y jugábamos al parchís o la brisca para después hacer papartas y dulces típicos de la Alcarria conquense y leche merengada. Porque nuestra casa siempre estaba abierta a primos, amigos y amigas que pasaban por el “Saelices de la costa valenciana”.
Esos veranos largos de la juventud, parecían no tener fin, ¿verdad?
Cierto, y pasaban los años y crecíamos, descubríamos personas nuevas en las pandillas, nos reíamos y empezábamos a tener claro determinadas reglas de convivencia, obviamente, había cosas que se mantendrían siempre igual. Salías de tu grupo y tus miradas se iban hacia todo aquello que te generaba curiosidad, los mayores. Mi suerte, un hermano con el que me llevaba 24 meses y unas primas con 4 años por arriba que te abrían las puertas para convencer a los padres. Fíjate, en esta época recuerdo con cariño las fiestas de Uclés, por cierto, pueblo precioso que invito a visitarlo con su gran Monasterio herreriano. Todos esperábamos las fiestas de agosto, los fuegos artificiales, las charangas valencianas y mi tía Mary L. que me trataba como una princesa porque me dejaban quedarme cuatro días con ella, sin horario de llegada porque tenía dos guardaespaldas mayores para no meternos en líos.
La adolescencia, una etapa complicada y trepidante. ¿Cómo recuerdas aquellas vacaciones?
Pues mira, aquí era fácil, con mis padres siempre hemos viajado dentro y fuera de España, esa ha sido una regla que se ha mantenido siempre, fuera niña o mayor, tuviera novio o no, esos días eran inamovibles. Después, mis tíos tenían una casa en la Manga del Mar Menor y era otra cita divertida que había que incorporar y por supuesto, Saelices y Ávila. Como ves un entorno de confianza.
Y viajes de adolescencia o juventud que recuerdes especialmente.
Con la complejidad de la adolescencia, seguí los pasos de mis primas y desde los 15 años mis padres lo organizaron muy bien: un mes Reino Unido y otro mes Alemania. Nuevos amigos y nuevas culturas. He estado en Dublín, en Londres, Cambridge, Oxford, Edimburgo, Göttingen, Frankfurt, Berlín, Heidelberg. Eso sí, siempre venían a buscarme para “conocer el ambiente”, no era eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Esos viajes me han aportado muchísimo como persona porque tenías que con naturalidad entrar cada año en un entorno distinto y darte cuenta de lo grande que es el mundo, dotándote de humildad y empatía.
Y los años universitarios, ¿cómo fueron esos veranos?
Te puedo decir que los mejores, soy disfrutona y creo que hay que hacer de cada día un gran día para ti y para los que te rodean. Los tiempos no eran los de ahora, yo mantenía mi escapada al extranjero y las fiestas de Saelices eran innegociables. Tener una casa en el campo a 100km de Madrid y ser de Cuenca me permitía invitar a mis amigos de la Universidad a una barbacoa a Saelices y pasar unos días de excursiones. Esas escapadas eran fabulosas, nos podíamos juntar más de 15, mis padres eran los anfitriones perfectos, un cordero riquísimo y visitas a Cuenca, la Ciudad Encantada, Segóbriga y Uclés. Después, manteníamos esas semanas en la playa y en la montaña y aquí, sí que volaban las vacaciones. Tuve la suerte de estudiar en Madrid en una Universidad privada y conforme llegábamos al 3º curso, siempre me tocaba organizar con las amigas del Colegio Mayor Roncalli y del CEU, viajazos a nuestras playas preferidas en Jávea, Gandía o Dénia.
La vida adulta, el trabajo, la familia, ¿cambiaron tus veranos, tus destinos vacacionales?
Pues un poco, el trabajo reducía el tiempo, aunque no la intensidad, siempre he tenido facilidad para hacer las maletas y salir corriendo. Mi padre falleció en esa época y la semana en familia pendiente de mi madre se intensificó. La llegada de mis sobrinas se convirtió en válvulas de escape con parada especial en la Manga que finalizaba en el refugio de Saelices con el resto de familia. No obstante, al menos necesitaba diez días para apuntarme a un curso fuera o buscar plan para ver amigos y recorrer Escocia, Marruecos, Brasil, México o Cuba.
Y háblame de ese rincón especial que descubriste muy cerca de Valencia.
Al venir a trabajar a Valencia, descubrí el Saler, de una forma casi casual, me convencieron entregándome unas llaves para pasar tres días. Desde entonces es innegociable mi mes en ese paraíso escondido a diez minutos de una gran ciudad. Un entorno de naturaleza, donde pasear, disfrutar de la playa y poder leer libros es lo mejor, además nos encontramos todos los años con las mismas familias. Venir a Valencia, me trajo otro viaje que no termina, el viaje interior a través del Camino de Santiago que me unió a grandes amigas valencianas. Ya sabes que tengo una niña de 6 años a la que intento trasmitir los mismos valores que mis padres y mis referentes me inculcaron y uno de ellos es esa pasión por la historia, así que después de esa Albufera valenciana, tenemos nuestra vida en Saelices con grandes amigas cordobesas, manteniendo raíces, y nuestro viajecito familiar. Incluso, bonitos viajes con amigos del cole.
¿Cómo es un día perfecto en verano para ti?
Si estoy de viaje, todo comienza con un buen desayuno, donde escribimos la aventura del día anterior y la charla para preparar lo que nos deparará el día. Siempre llevo una libreta porque todo viaje lleva fantásticas sorpresas, una cámara para coger grandes momentos y una mochila con ganas de dejarse sorprender. Si estoy en el Saler o en Saelices nos encanta esperar quién llamará a la puerta para tomar esa limonada o leche merengada.
Viajes de verano que recuerdes con especial cariño.
De todos tengo experiencias en la retina. Me encanta recordar un viaje a la sierra de Cuenca con mis primas que luego repetí con mi hija y amigas cordobesas, o recorrer Extremadura hasta Jabugo, el teatro en Mérida y disfrutar de unos atardeceres increíbles. También disfruté mucho en uno de los cursos en Escocia coincidiendo con el festival de música y teatro y recorriendo todos los castillos. Otro, con mi familia al Pirineo con rutas a caballo y en bicicleta. Un viaje al sur de Francia y Carcassonne con un amigo que había venido de México. Como viaje de aventura los viajes a Costa Rica. Sin embargo, hay uno muy especial, que es el que el pediatra me receta todos los veranos con mis amigas, un viaje a Menorca para lograr una desconexión total.
Actualmente, como rectora de la Universidad Europea de Valencia, y con el crecimiento que estáis viviendo. ¿Cómo logras organizar unos días de vacaciones?
Con un gran equipo que te ayuda a coordinar el trabajo y con un equipo directivo que es consciente de la necesidad de ese tiempo de verano y donde todos respetamos el espacio personal porque el descanso te da fuerza.
¿Cuáles son los olores, sabores y colores que indefectiblemente te recuerdan al verano?
Olores del jazmín y rosas cuando riegas y te embriaga en el jardín o esos de la comida rica cuando llegas después de haberlo dado todo; los sabores desde un buen arroz hecho por mi tía o por mi hermano que es un gran experto, a un buen queso manchego. Y los colores son muchos el azul verdoso del mar, el dorado del trigo, el verde de la parra, el rosado de los atardeceres y el color petróleo del cielo iluminado por las Perseidas en las noches de San Lorenzo.