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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO  / OPINIÓN

Río revuelto, ganancia de pescadores

6/01/2022 - 

Platón nos fastidió la vida cuando escribió todo eso de que la Naturaleza es un templo de pilares vivientes que conectan el mundo de las cosas y el de las ideas. Que el poeta Baudelaire actualizó, sí, porque no existe la historia de la literatura sino la historia de la lengua: las mismas narraciones contadas una y otra vez con nuevos términos y nuevas expresiones y nuevas metáforas pero a fin de cuentas las mismas.

Nos la fastidió San Agustín buscando a Dios en Sus señales del mundo. Cualesquiera señales metidas en Excel hasta hallar un dibujo tranquilizador, una constelación conveniente, una cifra a la que abrazarse. Ese santurrón reprimido buscando su sesgo de confirmación las noches de invierno, cuando más frío hace.

 Cuando más solo se siente uno.

Nos la fastidiaron los trovadores que susurran a veces los confusos vocablos donde los soles son cabellos de rubias indolentes. Y sus ojos son mares. Y sus dientes, graciosas perlas. La rosa de Keats y la pantera de Rilke también nos fastidiaron la vida. La rosa que es todas las rosas. Superpuestas. Y no es ninguna al mismo tiempo. La pantera que no es pantera, es alegoría. Porque los poetas rompen la lengua. Generan corrimientos y volcanes que cambian el paisaje mental. Y también nos fastidiaron la vida La fuente de Marcel Duchamp, que era un simple urinario al que el gesto artístico transformó en fuente. Y La fuente del director de cine Aronofsky, que nadie sabe muy bien lo que era.

Nos la fastidió Maquiavelo con todo ese argumento tramposo de que los medios no son en sí mismos sino que son piezas imposibles de separar de su finalidad. Lego conceptual. Y también el reportero Hearst con su famosa afirmación: no dejes que la realidad te estropee un buen titular.

Nos lanzaron de un puñetazo al caos. Filósofos, místicos, poetas, artistas, políticos, periodistas. Esos falsos heraldos del orden nos empujaron al laberinto, al lugar donde cada cosa abomina de sí misma, se traviste, reniega de su naturaleza primera como San Pedro pusilánime de su Cristo.

Nos fastidió el primer mono que utilizó una palabra para nombrar un árbol, un río o a sí mismo, iniciando la espiral de deixis en modo random, el torbellino de desconocimientos y metáforas en ráfaga. Ocultaron lo visible tras una telaraña de invisibles conceptos y sobreentendidos. Encerraron lo obvio (comer con las manos, amar a quien quieras, trabajar lo justo para vivir) en la oscura buhardilla de las filosofías y las morales y las convenciones sociales y los frustrantes deseos publicitarios.

Escondieron los caminos bajo los mapas.

Los objetos bajo sus nombres.

La desnudez bajo las rebajas del Black Friday.

La pretensión de objetividad bajo las fake news.

Los actos fueron esclavizados por los ritos, los protocolos y el qué dirán. Y los humanos por sus excusas convenientes.

Así que ahora vagamos ciegos, con las espinillas ensangrentadas de tanto golpe a través de selvas de símbolos. A través de montañas de planos y sondeos y estadísticas y lobbies que nos observan con ojos de mirada habituada (ya lo sabía McNulty, el protagonista de la serie The Wire) con interpretaciones a la carta según el color político y los anunciantes. Con subastas de la verdad verdadera y de su aspirante a Realidad que el gobierno Bush llamó "hechos alternativos" cuando no había bombas de destrucción masiva en Irak, y eso era un hecho, pero en una realidad alternativa -dijeron, como si eso tuviese algún sentido- sí había bombas. Y el gobierno Bush llevó el acto poético a su clímax: los hechos significaron su contrario. Y después llegaron los terraplanistas: ¡La Tierra no es redonda! y llegó Trump: ¡Inyecten desinfectante para curar el Covid! y y los negacionistas: ¡Qué sabrán los científicos y los expertos!

Y así estamos ahora: sabemos cortar el pescado con el cuchillo correspondiente, cambiamos la hora dos veces al año, nos reconocemos en los espejos con el nombre de otros y nos entregamos a líderes que nos digan qué pensar para no perdernos en el caos absoluto.

            Para que nos den mascadito lo que sea.

            Cualquier doctrina tranquilizadora.

            Cualquier mentira a la que acariciar el lomo.

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