El profesor acumula veinte años de análisis de un continente en ebullición. «No importa si son dictadores o presidentes democráticos; todos coinciden en apostar por el progreso tecnológico», manifiesta
VALENCIA. Roland Marchal, licenciado en matemáticas y ciencias sociales por la Universidad de Estrasburgo, Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) y la Universidad de París 6, en la actualidad preside el Centro Nacional de Investigación Científica francés (CNRS), aunque la mayor parte de su tiempo lo pasa en el cuerno de África.
Es experto en economías y conflictos armados del África subsahariana. Sobre ellos se explaya en esta entrevista en la que también se pronuncia sobre el Estado Islámico, la Sharia, y los miles de inmigrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa.
—¿Está África en guerra?
—Puedes dividir la cuestión en dos. Es muy difícil creer, cuando viajas, que África es muy diferente de un país a otro. Cuanto más conoces de un país, más diferencias encuentras y hay 54 países para entender y analizar; África tiene muchos significados. De otro lado, como europeos, nuestra concepción está cambiando de forma creciente, no sólo por la inmigración sino por el crecimiento económico que es más fuerte que en Europa y nosotros necesitaremos de ello. En los próximos cincuenta años África será un mercado importante y un incentivo para las guerras globales. En estos momentos, los desastres bélicos, incluida la Yihad, ya están ocurriendo y debemos esperar que todo crecerá de forma muy rápida. África va jugar un importante papel en la economía global y el juego comienza ahora.
—¿Sin pasar por una revolución, aunque sea industrial?
—No tienen que hacer una revolución. Ya existe. Existe una revolución religiosa, no involución, que está creciendo contra las religiones tradicionales, y cambia el sentido de la cultura, la educación, el nacimiento de niños. En África hay una transición demográfica. Al final, estas transformaciones están ahí y nos hacen entendernos en el seno diplomático. Podemos encontrar excepciones, pero la tendencia es en esta dirección. Aún debemos contener muchos problemas pero algo se está moviendo en África.
—¿Quién va a hacer crecer África? Hace unas décadas el problema era la fuga de cerebros y ahora lo es la fuga de mano de obra joven, sana y trabajadora. ¿Quién queda allí para hacer la revolución?
—Primero, la gente se está moviendo más desde el sur al centro de África, mucho más que hacia Europa. Será un cambio demográfico, como las guerras civiles. La gente busca mejores países donde defender sus derechos. Vemos lo que pasa con la clase media, educada en universidades de Europa o en otros países africanos como Marruecos, Benín, Sudáfrica. El monopolio de la educación que teníamos nosotros antes ha cambiado. China también está recibiendo a muchos estudiantes africanos. Y esto será un impacto. Hay que ser optimista, porque la foto que tenemos de África está cambiando y afectará al continente. La gente más pobre es la que tenemos que cuidar. Pero vemos que hay más gente con cultura y expertos donde los derechos humanos y políticos son respetados. Si quieres hacerte rico, la forma más rápida es en África, no entrando en Europa. Y creo que podríamos tener éxito desarrollando las empresas.
En los próximos 50 años África será un mercado importante y un incentivo para las guerras globales
— ¿Una nueva forma de colonización?
—No. Es un hecho para los africanos y para otros países que están invirtiendo en el continente, como China.
—¿Cuáles son los nuevos países jugadores en el continente africano?
—En febrero pronuncié una conferencia en la universidad de Turquía ante cien estudiantes. Hace trece años Erdogan (presidente de Turquía) abrió la primera mezquita en Jartum (capital de Sudán del Norte) y comenzaron a abrir negocios. En Etiopía había veinte millones de euros y ahora 430 millones en la economía nacional. Erdogan ya ha viajado a Addis Abeba (capital de Etiopía). China y Brasil también están presentes en Angola, Mozambique y Guinea Bissau. A las compañías brasileñas las vemos negociando en Sudán...
—¿Son competencia los países emergentes para Occidente?
—China ha entrado en África y es algo completamente nuevo, porque África ha puesto en el top de la agenda las infraestructuras. Porque el argumento para no hacer negocios en África era esto, y China llegó y lo cambió. Por supuesto, sabemos lo que quiere China: tener la mayor área de producción y los puertos más importantes para el mayor impacto en el transporte, las telecomunicaciones, los smartphones (cuyo primer sistema fue desarrollado en Kenia que también fue el primer país africano donde llegaron los data center). China llegó y cambió esto. Está haciendo la mayoría de las nuevas infraestructuras de África. África aún está produciendo agricultura y minerales, como en los años 60. Pero se puede ver en una forma más prospectiva que los países africanos les han dicho a los chinos lo mismo que a los poderes coloniales: «Primero necesitamos que los transforméis aquí. Y también queremos un mejor precio para los minerales». No importa si son dictadores o presidentes democráticos, todos han coincidido en apostar por el progreso tecnológico.
—¿China está invirtiendo ahora para tener otro mercado donde vender?
—Claro. Y los africanos dicen: «Nosotros somos pobres, pero no tanto». Y van a ser utilizados por chinos e indios, no sólo por los occidentales. “Esta es la solución y en 20 años estaremos mejor.» ¿Es ésta la solución? Bueno, ves cambios y son sustantivos.
—¿Qué pasa con los estados fallidos y los países artificiales?
—Es un nuevo debate. Somalia lo ha sido en los últimos 25 años y ahora tienes un país en crecimiento. Internet está ahora llegando allí con fibra óptica, quiere un puerto libre para exportar productos a Kenia y Etiopía. Es un Estado fallido, pero la gente aún puede vivir allí. No es perfecto, pero la situación es mejor que en Sudán del Sur, donde hay lugares donde la gente vive aislada durante ocho meses, y si quieres ir allí tienes que coger un helicóptero, no esperes llegar en tren. Antes pasaba esto en Somalia, pero ahora el nivel financiero es alto y están invirtiendo en agricultura, en lo que es una potencia, y en hacer crecer las ciudades. Cuanto más miras profundamente, ves que Somalia no es tan malo, aunque nunca viviría en Sudán del Sur. No podría moverme allí, porque es un terreno hostil para mí. La guerra comenzó en diciembre del año pasado y refleja muchas debilidades a nivel internacional.
—La política internacional de Occidente ha tenido un papel importante en el continente africano a través de las ONG. ¿Han sido las ONG un fraude en África?
—Muchos de los países occidentales donantes en cooperación han fallado en sus políticas de colaboración y ahora están en competición con países como Qatar o Turquía, o con las ONG del Este. Es una nueva forma de colonización y de tejer redes para sus negocios. Un ejemplo es el Acuerdo Global de Paz de 2005 en Sudán. Pudo ayudar a la democratización de la gente. Los principales donantes, como los norteamericanos, dijeron: «Esto es bueno». Pero son los partidos políticos los que tienen que articular las donaciones y hacer que llegue a la gente. Siempre puede haber abusos o ser utilizado para influir políticamente, pero es la única forma de influir en procesos de paz. El peligro es cuando se juega técnica más que políticamente, como ocurrió en Sudán. Todos pusieron tanto dinero… y, al final, por unos pequeños incidentes con la Presidencia, comenzaron los problemas étnicos. Porque los donantes, especialmente los de Naciones Unidas, se convierten en técnicos que quieren construir un Estado, sin politizar el país. Éste es el error, no se puede olvidar la dimensión política.
—¿Qué pasará con la influencia islámica en África? ¿Pueden ser realmente libres las
mujeres en estos países?
—El Islam es una religión gobernante también, y hay muchos y diferentes actores. Qatar o Arabia Saudita no articulan el mismo proyecto islámico, hay contradicciones. La respuesta es si es justo o es inconveniente. Hablemos de Mali. Tiene una dictadura hasta los años 90. Luego siguió un proceso de transición a la democracia. Y años después fue invadida por grupos islámicos. Ahora puedes ver un país islámico donde como mujer no te sentirás segura. Pero lo importante es que en 1992, con la democratización, todos creyeron en este cambio y no pensaban que podría haber corrupción. Había libertad y todas las ONG comenzaron a trabajar. Poco después, comenzaron a entender que, tras unas elecciones apoyadas internacionalmente, la democratización sólo beneficiaba a una pequeña casta de gente contra la mayoría del pueblo, por supuesto, pobre.
África no existe, son 54 países y comunidades con economías dinámicas. Se sienten del mismo continente pero hay diferencias
—¿Y cómo se llegó al nivel de islamización en que se encuentra?
—Los occidentales lo que deberíamos hacer es escuchar más de lo que vemos. Las ONG islámicas entraron con un discurso distinto y llegaron a la gente; trabajaban todos los días con ellos y les apoyaban. Además, defendían la Sharia, la Ley de Dios. Porque si la ley del hombre no es respetable ni justa, por lo menos la Ley de Dios será justa, porque no hay escapatoria. La gente pide la Sharia y coge las armas, porque se siente igual al otro. No significa que estén o no preocupados por los derechos de las mujeres, para ellos es cuestión de seguridad. Éste es el mensaje: «Tú eres pobre y con armas, tienes el mismo derecho y un día alcanzarás el paraíso». Pero no ocurre igual en otros países islámicos. En Somalia, por ejemplo, las mujeres trabajan aunque está Al-Shabbaab (milicia radical islámica), porque si las mujeres se quedan en casa nadie dará de comer a la familia. Al final, no pueden negar la realidad y Al- Shabbaab tiene que reconocer a las mujeres ciertos derechos.
—¿Así es como se expande el islamismo en África, apelando a la igualdad social?
—Las sociedades son muy diferentes. Te recuerdo que Droukdel, líder argelino del Aqim (Al Qaeda en el Magreb Islámico), exhibió en 2012 un documento avisando sobre la situación. Había luchado en Afganistán y en Argelia y dijo que la prioridad es tener el apoyo de la gente. En los años 60 ya dijeron lo mismo: «La Sharia es la Ley de Dios, no la podemos limitar, pero hay que hacer entender a la gente que esto es la Sharia, y la gente creerá en ti». Es como cuando lapidan a las mujeres en medio de una multitud de 2.000 personas y la gente aplaude; no piensan en que es una vergüenza para todos.
—Terminamos con la pregunta inicial: ¿La guerra en África cruzará el Mediterráneo?
—África no existe, son 54 países y comunidades con economías dinámicas. Se sienten del mismo continente, al igual que los europeos, pero hay diferencias. Para mí no es ésa la cuestión, sino si los países africanos harán lo suficiente para normalizar a sus vecinos, para que se articule como un proyecto nacional africano. Han creado una política cultural y hay mejores alternativas; hay una madurez en ciertos países muy positiva. Pero todo ello es altamente controvertido, como la cuestión de quién y con qué intención cruza el Mediterráneo.
(*) Regina Laguna es directora general de Relaciones Internacionales con la UE y el Estado de la Generalitat Valenciana. La entrevista fue realizada en junio, antes de su nombramiento, y publicada en el número de septiembre de Plaza.