Cristina López Barrio vuelve a romper el tópico de los géneros con una novela que tiene tanto de thriller de misterio como de novela infantil y se sostiene gracias a una estructura que funciona con la precisión de un reloj suizo
VALÈNCIA.- No ejerce desde 2010, tras el éxito La casa de los amores imposibles (traducido al inglés, alemán o italiano) dejó la abogacía que le apasionaba y se propuso hacer realidad su vocación, la de contadora de historias. “Yo soy sobre todo lectora, pero desde los 12 años empecé a escribir cuentos y poemitas, y había hecho mis pinitos durante la carrera, con un relato que mandé a un concurso pero no gané”, explica. Aunque desde entonces sí ha cosechado algún reconocimiento —en 2009, por ejemplo, el II Premio Villa de Pozuelo de Alarcón de Novela Juvenil— lo que la ha convertido en la escritora que es son sus lectores, que han vuelto a responder haciendo colas en las librerías para comprar Rómpete, corazón, su última novela.
En esta ocasión, los lectores viajan a un caserón en la falda de una montaña que muy bien podría haber visitado en una lectura de Edgar Allan Poe. “Juego también con la idea de lo siniestro a través de la repetición: dos niñas desaparecen cuando duermen, sin signos de violencia, una cinta roja, de la misma familia, con muchos años de diferencia… da una sensación de fantástico. Luego hay que hacer que esto que parece fantástico se haga realidad”.
Desde el punto de vista literario, uno de los puntos fuertes de su obra es una arriesgada estructura a seis voces —las de los protagonistas—, en diferentes momentos cronológicos, que funciona a la perfección a la hora de crear la intriga e ir dejando pequeñas migas de pan que el lector debe ir recogiendo para llegar a la solución final. Seis voces muy distintas —un policía que ha tocado fondo, la madre de las desaparecidas, un marido con la mano demasiado larga…— pero que se complementan para contar la historia, y que en unas manos menos hábiles hubiera dado lugar a un relato cacofónico e imposible de seguir.
¿Una novela para mujeres? “Yo en eso no creo, una novela y punto. Eso hace mucho daño, decir que unos valores son femeninos (familia, emoción, intimidad) y otros masculinos (razón, violencia). Esto es lo que ha propiciado la sociedad patriarcal. Yo escribo para seres humanos. A un hombre no se le pregunta si escribe para hombres. ¿ Acaso no puedo leer Los detectives salvajes de Bolaño porque es el despertar sexual de un hombre? Diría poco de mí como mujer, o de un hombre que no se interesa por un libro que protagoniza una mujer”. En todo caso, bromea, “en mi libro hay tres mujeres y tres hombres, así la gente puede leer la mitad en función de su sexo”.
Con El hombre que se mareaba con la rotación de la Tierra (2009) deja clara su capacidad para viajar y jugar con el tiempo, y recibe el encargo de hacer su segunda novela: La casa de los amores imposibles (2010), dirigida a un público adulto. El éxito la convierte en la escritora revelación del año. “El paso a novela para adultos fue definitivo, pero yo no reniego de la novela juvenil ni descarto volver a ella. La verdad”, insiste, “es que yo no creo en la división de géneros como si habláramos de departamentos estancos. Tienes casos como Harry Potter que también tienen un público adulto. La Casa… habla del paso a la madurez, y es una novela fantástica y puede leerla un adolescente. Lo que tengo claro es que la literatura infantil o juvenil no es menos literatura”.
De hecho, explica, en Rómpete corazón hay mimbres de relato infantil. “Hay un tratamiento de novela de hadas, pero no es a lo que estamos acostumbrados. Yo recupero el género original, el cuento de hadas viene de la tradición oral y el mito. Las primeras redacciones de La bella durmiente no tienen nada que ver con los hermanos Grimm ni con Andersen o menos aún Disney. Yo me remito a la versión del italiano Giambattista Basile que fue quien llevó al papel la tradición oral. Yo voy al cuento de hadas, cuando no había conocimiento científico y la naturaleza o la existencia del hombre, se explicaba en los libros”.
López Barrio, finalista del premio Planeta en 2017 con Niebla en Tánger, insiste en esta idea al señalar que “podemos decir que en el inconsciente, los malos muy malos no son más que lo peor de nosotros mismos, lo más oscuro. Eso lo personifica en los villanos y si luchas contra el villano, superas pruebas y se reestablece el orden. De ahí que el villano sufra las consecuencias”. Una concatenación de hechos que sirve para explicar los relatos de hadas (en los que estos seres representan la necesidad de mejorar o trascender), pero también para los thrillers
“Llegué a esta conclusión investigando la novela negra, y vi que había puntos en común:empieza con una desgracia –asesinato— y al final se reestablece la justicia. Si tomamos una de las primeras novelas de misterio, Estudio en escarlata de Arthur Conan Doyle, vemos que la secuencia de hechos es delito, investigación y resolución mientras que en los cuentos clásicos es desorden, miedo y reestablecimiento del orden”, explica.
Volviendo a la época en la que publicar su primera novela todavía era un sueño, López Barrio recuerda su etapa en un taller literario “que a mí me sirvió de mucho, aunque es una cosa muy personal, hay gente que va y dice que no le ha ayudado en nada”. A ella le sirvió para conocer sus debilidades —un estilo excesivamente recargado— cuando la coordinadora del taller le dijo “vete al rastro y pon un puesto de adjetivos”. Fue en 2000.
“No solo tenía razón, sino que me lo dijo de una manera tan literaria que me encantó”, recuerda. El consejo, por cierto, venía de alguien con la suficiente autoridad como para tomarlo en serio: la argentina Clara Obligado, alumna de José Luis Borges, y con más de veinte obras en su haber de distintos géneros.
“Yo creo que nunca se para de aprender y por eso, cuando puedo, sigo yendo al taller, y siguen pasando cosas maravillosas”, dice. Se refiere a que cuando tenía ya en mente un idea muy vaga de lo que iba a ser Rómpete, corazón acudió a una clase “y precisamente estaban hablando de los cuentos de hadas. Ahí descubrí libros como El psicoanálisis de los cuentos de Hadas, de Bruno Bettelheim, o Morfología del cuento de Vladimir Propp, que han sido fundamentales para mi último libro”.