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VALÈNCIA. Para los niños todo es un juego. La vida en sí misma funciona como un gran tablero en el que todo puede pasar. A veces, la aleatoriedad del dado, puede hacer que uno llegue a la casilla equivocada, y eso es a lo que los adultos le llaman dilema. La madre de Pau tiene uno, y bien grande, deberá vender su cooperativa de naranjas para abandonar el pueblo y mudarse a la gran ciudad.
Pau, con tan solo doce años, se siente apenado por esta decisión, no comprende por qué tiene que separarse de su casa, del campo ni de sus amigos. Esta es la realidad que se retrata en Sambori, un cortometraje con sello valenciano -bajo la producción ejecutiva de Carlos López Abilleira- en el que se reflexiona sobre la vida rural y que tiende un puente entre adultos y niños.
El cortometraje, grabado en analógico y en los alrededores de València, busca contar una historia en la que los niños son los protagonistas, y quienes buscan solucionar los dilemas del mundo de los adultos. Para Lluna Vicente Pardines, directora de fotografía y una de las codirectoras de esta pieza -junto a Cristina Chardí Mallols, que trabaja también como guionista- , a través de Sambori consiguen reivindicar la infancia de los niños y hacerles partícipes en los dilemas que les rodean. Pau, desde su punto de vista, es capaz de mostrar una posible solución para su madre: “Creemos que los niños solo tendrían que estar jugando y aprendiendo, pero esa no es la realidad. Muchas veces son conscientes de los problemas de los adultos y no hacerles partícipes no hace que no sean conscientes de lo que sucede”, señala.
Lo que se intenta es representar esta parte de “bonanza” que tienen los pequeños y mostrar su solución más espontánea. Para que esto surgiera de forma natural Pardines señala que lo que se hizo es pedirle a los niños actores que estuvieran más pendientes de esa emocionalidad: “Hay que tener en cuenta que había que ayudarles con las emociones, e intentamos que el guion fuera flexible para que ellos lo pudieran interpretar de una manera más fácil”, apunta sobre el rodaje con sus jóvenes actores, “teníamos también varias personas encargadas de cuidar de ellos y de su bienestar en el set, pendientes de esa parte más emocional y natural que queríamos mostrar en cámara”. Una vez superado este reto con Sambori buscan dar luz a los relatos “para que no se queden solo en el pueblo”.
Junto a Pardines, la productora Natalia Moya Martín, considera que Sambori es un cortometraje en el que, junto a los niños, el campo funciona como un protagonista más, y que la historia sirve como excusa para “mostrar el encanto de los pueblos y de la vida que allí se crea”: “Ponemos el foco en los niños y las niñas, en las amistades que se forjan en el pueblo y en la manera simple de vivir ese día. La idea era mostrar la vida real en la Comunitat Valenciana y por ello empleamos el valenciano en la historia y se trabaja con gente valenciana en el equipo”, apunta la tinerfeña, que confiesa que al final del rodaje se le escapaba alguna que otra palabra en valenciano.
Con esta fórmula, y contando con un equipo joven y valenciano, el resultado es que Pau forma una alianza con sus amigos para intentar no marcharse del pueblo. A través de su mirada, y con su ternura infantil, buscan ahuyentar los dilemas de quienes les rodean y mover a una casilla en la que todo lo que imaginan es posible.