Una historia de aventuras sirvió para consagrar a un mito erótico. El príncipe Sandokán, convertido a la fuerza en pirata, llegó para reinar en la aburrida televisión española de 1976
VALÈNCIA.-Finales de noviembre de 1976. José María Íñigo, el maestro de ceremonias por antonomasia de la televisión, agasaja al actor indio Kabir Bedi. Recién llegado de Londres, Bedi se muestra amable y algo abrumado. En el escenario del madrileño Florida Park, lugar desde el cual se emite en directo Esta noche... fiesta, el Ballet Zoom se descoyunta al ritmo de la canción Sandokán. La estrella del momento está en España. Millones de espectadores han seguido sus aventuras en la miniserie italiana Sandokán. Seis episodios bastaron para hacer de Bedi uno de los hombres más deseados del planeta. Desde el instante en el que pisa suelo español, el actor es consciente de su popularidad. Lo que no se imagina es que habrá grupos de admiradoras que lo perseguirán y acosarán como si de The Beatles se tratara. Alguna que otra camisa del actor quedó hecha jirones. La frase que acompañaba a estos asaltos fue un grito de guerra que también tenía mucho de reivindicación feminista: «¡Queremos un hijo tuyo!». Sandokán ni siquiera estaba entonces en pantalla. Su último capítulo se emitió en febrero de 1976.
El éxito de Sandokán no fue un fenómeno exclusivamente español: en Italia también cautivó a millones de personas. Pero, como muchos otros productos para la pequeña pantalla, la serie encontró aquí un contexto único. Nada podía ser visto con los mismos ojos que en otros países, porque en España acabábamos de librarnos de una dictadura. Sandokán tenía de por sí muchos ingredientes para ser un éxito porque adaptaba, con cierta libertad, los dos primeros libros de Emilio Salgari consagrados al pirata malayo. Salgari era uno de los grandes de la literatura de aventuras y viajes, así que, solo por eso, el éxito estaba asegurado. Pero aquí vimos al pirata con otros ojos.
La televisión en color ya se había integrado a la cotidianeidad de las familias españolas y la serie estaba rodada, tal como impuso su director Sergio Sollima, en exteriores, con paisajes y actores asiáticos. Un exotismo multicolor al cual había que sumar la inusual presencia que Bedi aportaba a su personaje. Alto, guapo, fuerte, indómito... Bedi convirtió al personaje de ficción en un héroe de carne y hueso pero, sobre todo, de carne. Lo tenía todo para enamorar. Un príncipe malayo, despojado de sus posesiones por los pérfidos invasores británicos, que se convierte en pirata para subvertir así los roles habituales en este tipo de tramas. Aquí, los malos son los buenos y viceversa. Y mientras tanto, Sandokán, espada en mano, melena al viento, los va poniendo a todos en su sitio.
Sollima, un realizador curtido en el spaghetti western, llevaba años empeñado en llevar al cine la novela El tigre de Mompracem, primera trama protagonizada por Sandokán, personaje inspirado en el aventurero gaditano Carlos Cuarteroni. A pesar de que la literatura de Salgari había dado grandes éxitos cinematográficos en el pasado —El corsario negro o Sandokán el magnífico, con el mazas Steve Reeves de protagonista—, ninguna productora se animó a comprarle el proyecto. Por esas cosas del azar, la RAI andaba detrás de Sergio Leone para convertir a Sandokán en una miniserie televisiva. Declinó la oferta pero les recomendó que llamaran a su amigo Sollima. Este exigió rodar en localizaciones asiáticas —los interiores están filmados en estudios de Baviera— y una vez aceptadas sus exigencias, comenzó la búsqueda del protagonista.
La primera opción fue el veterano actor japonés Toshiro Mifune, que desechó la oferta. Bedi, completamente desconocido fuera del ámbito de Bollywood, fue el elegido. Al villano que le había despojado de todo, Sir James Brooke, lo interpretó el italiano Adolfo Celi, conocido por Operación Trueno, donde le plantaba batalla al mismísimo James Bond. Carole André interpretó a la hija de Brooke, Lady Marianne Guillonk. La instantánea atracción entre ella y Sandokán, un amor a todas luces imposible, pasó a ser uno de los ejes de tensión de la trama.
Con todos estos mimbres, Sollima sacó adelante un producto que en su momento cautivó a las audiencias. Hoy, el resultado no convence tanto, a no ser que se mire, como diría John Waters, con los ojos de la ironía. Las peleas, las batallas, las cacerías, incluso las actuaciones se han quedado acartonadas. Y no hay mejor ejemplo para ilustrarlo que la escena que en su día causó admiración y que ahora no da más que risa. Sandokán interviene para salvar a su amada de un tigre que la ronda en plena selva. El pirata reta con la mirada al animal y ambos se lanzan el uno contra el otro. Sable en mano, Sandokán pasa justo por debajo del felino y le deja las tripas a la virulé. Lady Marianne lo mira arrobada pero, hoy en día, habría tenido que ir a reírse detrás de un árbol. Así y todo, ni eso ni nada evitaron que Sandokán y Bedi se convirtieran en iconos televisivos eternos.
No hay que olvidar el tema central de la serie, que se convirtió en himno antes de que nadie llamara así a las canciones coreadas por multitudes. Los responsables fueron los hermanos Guido y Maurizil de Angelis, dos expertos en dotar a la televisión de estribillos taladrantes. En este caso, la canción no necesitaba más que la repetición de la palabra Sandokán, invocada casi de manera religiosa, y unos arreglos entre la world music y el sonido Munich, que era lo que partía con la pana, nunca mejor dicho, en las discotecas. Los hermanos de Angelis firmaron posteriormente los temas de El bosque de Tallac y de, ojo al dato, Orzowei, otra serie italiana de culto. En España, la canción fue coreada por miles de colegiales, con una letra que iba variando según la intención del cantante y que, por supuesto, admitía todo tipo de alusiones escatológicas.
Bedi nunca llegó a superar el éxito de la serie, pero tampoco le fue del todo mal. Además de seguir trabajando en Bollywood, se convirtió en actor fetiche para series ochenteras norteamericanas como Dinastía, Magnum o El coche fantástico. En 1996, dos décadas después de que se estrenara la original, la serie tuvo una secuela de cuatro capítulos donde participaron estrellas invitadas como Romina Power. Hace unos años, Bedi, que sigue siendo una estrella para el público italiano, participó en la versión local de La isla de los famosos. Aquí el recuerdo de Sandokán sigue dando para mucho, como corrobora el éxito de que siga funcionando como mote para denominar a un caballero apuesto y exótico, tanto si se trata de una leyenda del fútbol (Juan José Jiménez) como de un constructor, como fue el caso de Rafael Gómez, que era cordobés pero se hizo un poco malayo al ser condenado por su implicación en el caso Malaya.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 68 (junio 2020) de la revista Plaza
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