VALÈNCIA. Si alguien tenía alguna duda de la importancia de las series en nuestra sociedad las habrá disipado en estos locos días de acontecimientos políticos inesperados. No ha habido medio, tertulia, periodista o tuitero que no se haya referido, de una u otra forma, a títulos de series y a conceptos televisivos para explicar lo sucedido o, simplemente, soltar su frase ingeniosa, con mejor o peor criterio.
Comparaciones con Juego de tronos, Baron Noir, El ala oeste de la Casa Blanca (se ha invocado mucho a Aaron Sorkin últimamente, pero ya quisiéramos el nivel de sus diálogos en la política), House of cards (la verdad, espero que no haya candidatos asesinando periodistas en el metro), Veep, Borgen y, por supuesto, Vota Juan, que no nos cansamos de recomendar. Pablo Iglesias como Kendall Roy en el sorpresivo y electrizante final de la segunda temporada de Succession. Pablo Iglesias como showrunner. Pablo Iglesias como vago redomado, según la acusación del PP, porque: “muchas series, esas las ha visto todas”. “Madrid no es una serie de Netflix”, ha dicho la candidata de Más Madrid, Mónica García. La convocatoria de elecciones por parte de la presidenta de Madrid o la dimisión de Iglesias calificadas como cliffhangers. “Es lo típico que ves en una serie y piensas que no es creíble”, dijo Buenafuente en uno de sus monólogos. Isabel Díaz Ayuso e Inés Arrimadas han hecho un gambito de dama, término del que nadie se acordaría si no fuera por la exitosa serie de Netflix. El periodista de La Vanguardia Pedro Vallin, que dio la primicia de la dimisión del vicepresidente, no ha dudado en llamar al evento Operación Baron Noir (de hecho, va mucho más allá, al plantear que Iglesias se ha inspirado en la serie, de la que es gran fan, para su último movimiento político). También lo ha hecho Moisés Pérez en El Temps. Grandes firmas de los medios, como Enric Juliana o Íñigo Sáenz de Ugarte remiten a series, como lo han hecho aquí en Valencia Plaza Pilar Vicente y Alberto Torres Blandina.
La vida es una tómbola, tom tom tómbola, de luz y de colooooooor, cantaba Marisol allá por los sesenta y, aunque la vida sigue siendo una rifa, parece que la metáfora del siglo XXI es la vida como una serie de televisión, porque ya es no es fácil ver tómbolas por la calle, esa cosa tan demodé, y sí consumir series. A las sorpresas y las decisiones inesperadas las llamamos cliffhangers, como si antes de sabernos la palabreja la gente no se hubiera comportado de forma sorprendente. Si alguien no actúa según lo previsto pasa a ser un plot twist, un giro de guion. Si eso que ese alguien hace obliga a los demás a reaccionar es un showrunner.
Parece que las series constituyen una especie de lenguaje común en el que todos nos entendemos y al citar un título u otro comprendemos lo que está sucediendo en el plano real. Esto no es nuevo, y ya pasaba con el cine desde el siglo XX y antes con novelas o cuentos. Lo que sí es bastante nuevo es que las series, parte central hoy de la cultura pop, sirvan de referencia para el análisis político o social de forma tan constante.
Mi gran duda y el motivo de este artículo es: la comparación constante con series (artefactos de ficción, les recuerdo), ¿banaliza la realidad? Si vivimos lo que sucede como una serie, ¿entendemos su relevancia? ¿Es signo de una confusión entre realidad y ficción? Bueno, en realidad, no tengo dudas acerca de la confusión entre ficción y realidad, es una de las grandes características de nuestro tiempo y del que vendrá, me temo, y opera a muchos niveles y de formas complejas. Ahí nuestra relación con las series es solo una pequeña parte y no la más relevante. Tampoco tengo muchas dudas acerca de la banalización, tenemos pruebas de ellos todos los días.
Así pues, la banalización y la confusión, ¿ayudan a la desmovilización? ¿A que, por ejemplo, no identifiquemos el fascismo como tal o, aun identificándolo, no seamos conscientes de su gravedad? Si los políticos nos parecen personajes de series, ¿minimizamos su efecto real sobre nuestras vidas, aunque lo suframos? ¿Facilita el que nos traguemos sin esfuerzo sus decisiones, aunque nos perjudiquen? Cierto es que no ayuda el que algunos de ellos, como Isabel Díaz Ayuso o Trump, parezcan de ficción, pero el quid está, precisamente, en llegar a comprender cómo llegaron hasta ahí.
Que la ficción nos ayude a entender la realidad y que, por ejemplo, la comparación con series o películas sea tan brillante como las que suele hacer el ya citado Pedro Vallin, nos sirve para comprender la actualidad y establecer conexiones no siempre evidentes entre algunos hechos. Pero la posibilidad de este tipo de análisis no es incompatible con esa otra cara en la que impera la ambigüedad y la confusión. La ficción cumple muchos papeles y actúa de formas complejas y sinuosas. La necesitamos para vivir e incluso para sobrevivir, de eso no hay duda, existe desde hace milenios. Es creación, reflejo, refugio, desafío, comunicación, diversión, consuelo y muchas cosas más. Pero, a lo mejor, si los medios y los políticos tratan a la realidad como si fuera una serie de ficción e insisten reiteradamente en esa idea, no es difícil deducir algún efecto indeseable, más en tiempos que requieren un gran esfuerzo y mucha lucidez para hacer frente al neofascismo, o fascismo sin neo, que tanto sufrimiento está ya provocando en su intento de acabar con derechos y libertades que creíamos ya ganadas.
En fin, ya nos lo decían bellamente en el Siglo de Oro Bartolomé o Lupercio Leonardo de Argensola (que no está claro de qué hermano es el soneto o si es de ambos): Porque ese cielo azul que todos vemos, / ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!