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LA NAVE DE LOS LOCOS / OPINIÓN

¿Sería tan amable de enseñarme a ligar?

Foto: CONTACTOPHOTO

El amor está en el aire, a ver si le damos alcance. El deseo de tener pareja crece con la cercanía de San Valentín. Para que el controvertido Cupido acierte con la flecha es preciso dominar el arte de la seducción.  

30/01/2023 - 

Eran las doce y media de un domingo de este mes. El termómetro de la calle marcaba cuatro grados. Acababa de tomarme un café muy caliente en Dover, un local frecuentado por la gente bien de mi ciudad. Al bajar por la avenida de España observé cómo un hombre se paraba a hablar con una joven. Por su aspecto no debía de ser un mendigo (esa mañana tres personas me habían abordado para pedirme limosna). Era alto, cuarentón avanzado, moreno, gastaba patillas umbralianas y llevaba gafas de concha. Se apoyaba en un bastón: era cojo de la pierna izquierda. La muchacha apenas tenía veinte años; era delicada y delgada, bajita y rubia, lo que se dice una monada.

Por la extrañeza de su rostro deduje que la joven no entendía lo que el caballero le estaba diciendo. Cuando pasé al lado de los dos escuché cómo el hombre le preguntaba con exquisita cortesía: “¿Sería tan amable de enseñarme a ligar?”. Fue sólo un instante, una décima de segundo; como seguí la marcha, no pude ver la reacción de la muchacha. A una prudente distancia giré la cabeza y comprobé que ya se habían separado. El hombre, con su cojera vacilante, subía hacia la plaza de Benjamín Palencia. A ella no la volví a ver.

Piqué y Shakira cuando estaban juntos. Foto: RAÚL TERREL/EP

Esa mañana de frío manchego sólo tuve tiempo para darle vueltas a esa pregunta que me había empapado el alma: “¿Sería tan amable de enseñarme a ligar?”.

Un varón de otro tiempo

En el gesto de una cabeza inclinada y en el tono educado de la voz no aprecié falta de respeto en el hombre. Comprendo la perplejidad de la joven, incluso el reparo al oír semejante pregunta en boca de un extraño. A mí, he de admitirlo, me conmovieron la ternura y la ingenuidad de las palabras pronunciadas por un varón de otro tiempo, casi diría por un caballero español, una suerte de marqués de Bradomín que ignora el suelo del mundo cruel que pisa.

Es inimaginable que este hombre anacrónico conozca las aplicaciones de citas entre hombres y mujeres; con toda seguridad, jamás habrá oído hablar de meetic y tinder, catálogos de charcutería que deleitan a no poca gente. Lo ignorará todo del poliamor y de las relaciones abiertas; no sabrá quiénes son Nuria Roca y Juan del Val, y en su vocabulario nunca habrá empleado palabras como “filin”, “complicidad” y “conexión”, ni expresiones como “lo importante es que fluya”.

Transeúntes pasean por la avenida de España en Albacete, un domingo de de este mes.

La soledad podría explicar el amago de conversación del caballero. La soledad y la cercanía de la fiesta de San Valentín, un santo que goza aún de un extraño prestigio cuando es de sobra conocido que muchas de sus flechas —en realidad, al menos la mitad de ellas— están emponzoñadas cuando llegan al corazón al otro y lo revientan.

El señor de la avenida de España aspira a ser amado, deseado, comprendido y escuchado por una mujer, como nos sucede a casi todos. Puede que hasta incluso quiera tener pareja y, si nos ponemos extraordinariamente optimistas, formar una familia.

Lo duradero carece de prestigio

Nada hay de extraño en que un hombre o una mujer quiera aprender a ligar para tener pareja. Cuando acabes este artículo, habrá habido millones de parejas en el mundo que se habrán hecho y deshecho como azucarillos en el agua. Es cierto que la duración media de una relación (no digamos matrimonio, que suena como de Concilio de Trento) se ha acortado de manera dramática. Lo duradero carece de prestigio; vivimos bajo la tiranía de lo efímero, también en el mercado del corazón.

El cartel de un restaurante anuncia la fiesta de San Valentín.

“Porque siempre hay un conocido que acaba de separarse, consuela saber de la existencia de reconciliaciones”

Precisamente por esta razón, porque siempre hay un amigo o conocido que te trae la mala noticia de su separación o divorcio, consuela saber de la existencia de reconciliaciones. La más bonita ha sido la de Tamara Falcó e Íñigo Onieva. Él la traicionó con otra. Hay quien dice que todo ha sido un montaje. Prefiero no pensarlo. Para celebrar el reencuentro, los enamorados se fueron a Laponia; con lo fácil que hubiese sido irse a Picanya una mañana de domingo. ¡Se van a casar! Pero no sólo traicionan los hombres; el hijo de Raphael, Manuel Martos, perdonó a Amelia Bono después de su desliz con el empresario Fernando Ligues (el apellido no es inventado).

Reconciliaciones como estas nos devuelven la confianza en el ser humano, algo tocada desde el chasco que nos llevamos con la abrupta ruptura de la cantante colombiana y el independentista del casio. El amor resiste pese a no tenerlo nada fácil. Es motivo de celebración. Ahora sólo falta que la guapísima y elegantísima Paloma Cuevas y el cantante Luis Miguel —a quien vi cantar en la plaza de toros de València hace siglos— se den el “sí quiero”. Esto sería la bomba, la razón que anhelábamos para enamorarnos de nuevo en primavera.

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