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'EL CABECICUBO'

¿Serían capaces de convertir el ahorro de las familias en crisis en un espectáculo televisivo? ¡Claro que sí!

Dos programas de la cadena estadounidense TLC tienen como protagonistas a personas que hacen lo imposible por ahorrar unos pocos dólares al mes

25/06/2016 - 

VALENCIA. Los españoles del siglo XXI, que deberíamos desplazarnos en burbujas aerodeslizantes, y veranear en Marte, con su cielo azul por supuesto, sí que tenemos muchos juguetitos muy modernos pero, a la hora de la verdad, lo que no nos faltan son privaciones como las de los españoles de mediados del siglo XX. El pluriempleo no nos es ajeno y conocemos bien lo que se puede meter en la cesta de la compra con diez euros, eso cuando no estamos en el banco de alimentos. A nadie le extraña ir a casa de unos amigos que, en enero, con un par, no ponen la calefacción para ahorrarse esos duros. Narices y orejas como témpanos, pero una manta y mucho amor lo resuelve todo.

Cuando España iba adelantando posiciones en las economías europeas como Pedro Delgado tras un demarraje en una ascensión, los españoles se hacían el sibarita con el verdejo, como canta el mejor grupo de pop del país, Los Ganglios, las hamburguesas de catorce euros comenzaron a invadirnos y mucho cuidado con que el venado no tuviese denominación de origen. Ahora, tras Lehman Brothers, de lo que sabemos con erudición es de marcas blancas. Tanto que el lobby de las marcas buenas y bonitas ya ha alertado de que moriremos todos si seguimos comprando marcas blancas sin entender que comprar barato es una responsabilidad muy seria que solo pueden realizar las personas muy preparadas.

Esta situación en la que nos encontramos sirve para llenar conversaciones. No es aburrido comentar los productos de marca blanca del Mercadona, enfrentarlos a los del DIA o compararlos con los del Lidl. Tampoco hacer ver a mucho amigo con mamitis que invirtiendo solo cinco euros puedes tener un cocido madrileño para cinco días con morcilla, chorizo y hueso con tuétano. Solo hay que usar el cerebro y las manitas. En fin, que la vida sin poder tirar el dinero en lujos exóticos y grandilocuentes es menos glamurosa, pero en absoluto menos entretenida.

La pena es que este mismo razonamiento ya lo han hecho en Estados Unidos, que es un país muy avanzado en asuntos relacionados con la miseria, y lo han convertido en lo que más les gusta: un espectáculo, un show. Son los programas 'Extreme cheapskates' y 'Extreme cuponing' en la cadena TLC.

En ambos tratan de mostrar al público los extremos a los que pueden llegar las familias para ahorrar. Uno, el de cuponing, tiene cierto sentido. Como todo el mundo sabe, en Estados Unidos cada vez que compras en una gran superficie te dan cupones con ofertas para comprar más. Si te esfuerzas en acumularlos y hacer ciertos cálculos al final te pueden salir las compras medio gratis. En España también pasa. El que no lo haga, más tonto es él.

Pero el otro, el de cheapstakes, es más cruel. Muestra cómo ahorra la gente en gastos elementales. Cómo se las arregla para comprar y consumir menos, y eso ya no es gracioso. Es cruel, por un parte, convertir algo así en un espectáculo y en otras ocasiones ya parece sacado del tebeo. Podrían aparecer en 13 Rue del Percebe o en 7 Rebolling Street, que era todavía más divertido.

Por ejemplo, en 'Extreme cheapskates' nos encontramos en una entrega a una mujer preparando la cena de Navidad para la familia del futuro marido de su hija. Para decorar la casa, se va a una tienda de árboles de navidad y, en vez de comprar uno, le pregunta al encargado si puede recoger las hojas del pino, acículas, que hay por el suelo y los trozos de rama que él les quita cuando los poda para que luzcan perfectos, porque con esa hojarasca, pegándolo a un trozo de tubería, ya tiene árbol. La estatua del enanito del jardín, la consigue de la vecina a cambio de invitarla a la cena. Y el colmo es cuando para hacer el pavo de la cena, que son caros, compra con descuentos carnes picadas variadas, con eso hace una masa que redondea con las manos y coloca simulando la tripa del pavo, y luego le añade incrustándolos cuatro patitas que son cuatro muslos de pollo. Ese Frankestein mutante es el pavo de navidad.

En otro caso, una pareja, la chica decide celebrar la Navidad una semana después de la navidad, porque los precios bajan mucho. Coge la decoración de la basura, porque ya la han tirado los vecinos y, de nuevo recurre al viejo truco, invita al vecino a cenar a cambio de que le deje la guirnalda que tiene él colgada en la puerta de casa. Hacen como que Navidad es una semana más tarde y todos contentos. En Facebook cuando la gente vea las fotos no se van a dar cuenta si aparecen publicada siete días después.

Otra pareja, en un caso más sangrante, se duchan juntos para ahorrar agua. Ella se echa el champú, se frota en el pelo y con la espuma que le sobra le lava el pelo a él. Por eso un champú les dura ocho meses, dicen. Esas duchas en pareja les sirve para ahorrar doscientos dólares al año. Usan el mismo desodorante. Comparten la cuchilla de afeitar. Ella se quita el vello de las axilas y luego se lo pasa a él para que se quite el de la barba. Sí, lo ha adivinado, solo tienen un cepillo de dientes. Y por supuesto también comparten el hilo dental. Lo único que no comparten son los bastoncillos de orejas. Uno usa un lado, ella el otro.

En otra entrega, una mujer muestra la bañera de su casa. Presume de lo limpia que está. Claro, porque no la usa. Se ducha siempre en el gimnasio. Lo más duro de ver es que mea en una botella que luego vacía fuera de casa. Con el agua de la cisterna ahorra diez dólares al mes.

Un caballero, en otra ocasión, sostiene que solo merece la pena gastar dinero en buena comida. Lo demás no tiene sentido. Hasta el punto de que en su casa no hay mueble alguno. Para ahorrar. La cama se la ha construido con el relleno de corcho que viene en los paquetes de cartón. Encima, ha puesto plástico de burbujas. Y de cubrecamas un mantel de plástico. Ahí duerme, como un señor.

El ejemplo más triste es el de una familia que va a la gasolinera con el coche. Cuando lo están aspirando, se quejan de que la máquina ha chupado un anillo. Todo mentira, lo que quieren es que el encargado abra la bolsa del aspirador y que ahí vayan sus hijos a recoger todas las monedas u objetos de valor que ha podido aspirar de otros coches. No es la única escena en la que vemos niños vejados. En el programa de cupones aparece una niña de quince años que dedica treinta horas semanales para clasificarlos y ordenarlos. Luego compran con las ofertas latas de alimentos que no les sirven para gran cosa y tienen un armario con comida por valor de cinco mil dólares que parece un bunker nuclear. Más que necesitarlo, están enganchados a conseguir lo que sea tan barato.

Volvamos a mediados del siglo XX, donde hemos empezado este artículo. Aquella gente, nuestros padres y abuelos, sí que tenían algo que nosotros no tenemos: miedo real a la guerra nuclear. Es una pena que ya no exista. Porque, además, ahora lo llamaríamos esperanza. Al menos tras ver programas de esta ralea.

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