En la Antártida ha visitado lugares que jamás antes nadie había pisado; en Europa —la luna de Júpiter— estudia el origen de la vida. Su laboratorio favorito es estar al aire libre
VALÈNCIA.- Entre Chile y Bruselas interceptamos a Antonio Camacho a su paso por València. Es un científico en constante movimiento, como las formas de vida que estudia este profesor de Ecología de la Universitat de València, un explorador que sigue rebasando nuevas fronteras. Sus hallazgos sobre microorganismos en aguas continentales aparecen reflejados en más de un centenar de publicaciones científicas, mientras compagina su cargo de jefe de la división medioambiental de la Academia Europea de Ciencias (Eurasc), una institución plagada de premios Nobel, con proyectos basados en la conservación de la naturaleza como recurso básico de la sociedad.
Su laboratorio preferido está al aire libre y uno de los lugares que más le sigue atrayendo es la Antártida; allí se une la exploración de nuevos territorios, para conocer más sobre nuestro planeta, con el aspecto científico. «Cada vez que das un paso tienes la sensación de estar pisando un lugar donde nadie ha estado antes», explica con emoción el investigador valenciano, que literalmente ha estado en lugares del continente helado nunca antes estudiados por otros humanos.
Sus investigaciones requieren trabajar en lugares aislados, para poder analizar con la menor influencia externa posible los microorganismos que habitan en las aguas heladas. Ello hace necesario vivir en tiendas de campaña durante la mayor parte de los alrededor de tres meses que dura cada expedición, en unas condiciones de aislamiento mayores que sus colegas de las bases científicas. Camacho ha participado en cinco campañas antárticas y, si fuera posible, volvería sin pensarlo. Su última noche en el continente helado la pasó al aire libre, escuchando a los elefantes marinos. «Los sonidos de la Antártida no se olvidan», evoca con cierta nostalgia.
Un sentimiento de atracción por lo desconocido compartido por Edmund Hillary, el primer humano que llegó a la cima del Everest, con quien Antonio Camacho coincidió en la Antártida en un homenaje al veterano alpinista. «Hillary era también un precursor de la investigación antártica que participó en varias campañas con su país, Nueva Zelanda. Vi en él a una persona muy modesta. Comparó su ascensión al Everest con las sensaciones que se sienten al estar en la Antártida, un lugar donde te encuentras a ti mismo en una relación muy íntima con la naturaleza», evoca Camacho.
Los trabajos del científico valenciano han aportado abundante información sobre el comportamiento de las especies microscópicas que viven en el continente helado. «Los microorganismos pueden llegar a cualquier sitio, pero después hay condiciones que marcan su crecimiento y su reproducción», explica mientras detalla cómo sus estudios han confirmado que «los sistemas pasan a ser más productivos, las temperaturas han subido, hay una restricción ambiental mucho más baja y ello los hace más susceptibles a las invasiones, a la llegada de organismos que vienen de la Patagonia o de un campo de golf de Escocia».
En la pista de aterrizaje de una base chilena en la isla del Rey Jorge encontraron restos de césped que motivaron un estudio por parte de investigadores polacos. El trabajo determinó que uno de los genotipos era idéntico a la hierba del campo de golf de San Andrews, donde se celebra el Open británico. Camacho reconoce que uno de los problemas a los que se enfrenta el continente antártico es la alteración a causa del turismo. «Nosotros vamos en barco pero muchos llegan a la Antártida en avión, también los turistas. Bajan, se dan una vuelta y se vuelven. Una de las características de la ropa polar es que lleva velcro, que es una máquina de dispersión porque en él se pega todo. Nosotros tenemos protocolos de esterilización, todo el material que llevamos allí es nuevo pero no todos los investigadores lo hacen; y menos los turistas».
En este creciente interés por el turismo antártico influye un clima cada vez más benigno. «A la zona donde vamos la llamamos la Antártida tropical (sonríe con cierta resignación) porque, a pesar de los fuertes vientos, no hace tanto frío. En verano, cuando vamos nosotros, estamos a 0 o 10 bajo cero y sobre 30 bajo cero de media en invierno. Se han roto las barreras a la colonización por nosotros y por la temperatura. Los pingüinos se están desplazando hacia el sur porque compiten por el espacio y el alimento, buscando zonas más frías». Camacho ha podido ver un iceberg del tamaño de la provincia de Valencia desplazándose hacia el norte por los efectos del deshielo.
Otro lugar que le atrae está bastante más lejos. Antonio Camacho es uno de los científicos que ha asesorado a la NASA, para seleccionar las investigaciones que se realizan en las misiones espaciales entre las centenares de candidaturas que se presentan cada año. La Agencia norteamericana buscó y encontró al investigador valenciano, que justifica tímidamente su elección mientras sonríe: «Porque soy un friki... estoy en ese programa porque estudio microorganismos que viven en algunas de las condiciones más extremas de la Tierra, fuentes termales, lagunas hipersalinas, análogos de los océanos primitivos o en el hielo».
«Dependemos de la naturaleza para que nuestra sociedad sea sostenible, perdurable. La conservación no es una opción, es la opción», asegura
El Panel se reunió en Washington para seleccionar los mejores candidatos entre los proyectos que estudian las reacciones de seres vivos terrestres a las condiciones del espacio, unas investigaciones que se desarrollan a bordo de la Estación Espacial Internacional (ISS por sus siglas en inglés). Uno de los proyectos que escogió Antonio Camacho, y que la NASA aprobó, es el estudio de las condiciones para la vida en el satélite Europa. Situado en la órbita de Júpiter, tiene una corteza de hielo de unos veinte kilómetros y por debajo un océano de agua líquida, y «donde hay agua puede haber vida», apunta. Hasta 2020 está previsto que se realicen un total de catorce de experimentos a bordo de la ISS entre los cuales se incluyen los que él seleccionó.
Respecto a la exploración de otros planetas Camacho se muestra tajante: «No tenemos que escapar del planeta... está muy bien ir a Marte, a mí también me gustaría ir, pero si buscamos la salvación de la especie humana fuera de la Tierra es que no entendemos nada; iremos a otro planeta y nos lo volveremos a cargar. Somos parte de la naturaleza y dependemos de ella; si no entendemos que un ser vivo debe convivir con otros seres vivos y obtener beneficios mutuos, siempre iremos huyendo y una especie que siempre huye puede que un día no tenga a dónde ir. Dependemos de la naturaleza para que nuestra sociedad sea sostenible, perdurable. La conservación no es una opción, es la opción».
Una de las investigaciones más ambiciosas que dirige Antonio Camacho es el proyecto Climawet, que por primera vez muestra los efectos de las zonas húmedas mediterráneas en el clima. Un trabajo que servirá en la elaboración de los próximos informes del Panel Intergubernamental de la ONU sobre Cambio Climático (IPCC), la máxima autoridad mundial sobre el diagnóstico del calentamiento global. El científico explica que hasta ahora solo se había trabajado en zonas boreales y manglares; «las boreales parece que son emisoras netas de carbono, emiten más que secuestran; en cambio los manglares parece que son sumideros, hasta tal punto que el Banco Mundial está pagando programas de mantenimiento de manglares. Pero se sabe poco de los humedales y mucho menos en el Mediterráneo, que prácticamente no se han estudiado».
El trabajo, iniciado hace veinte años, está tipificando las principales zonas húmedas de España recogiendo mucha información y muy diversa, con una clasificación que alcanza más de dos mil humedales, prácticamente el 90% de los más importantes de la Península Ibérica. Entre ellos están el marjal de Pego, la Albufera de València, o las lagunas del sur de Alicante. Evalúan los flujos de carbono, cuánto CO2 se absorbe y cuánto sale de cada ecosistema, y otros gases de efecto invernadero como el metano. El resultado es que «podemos determinar cómo cambiaría el funcionamiento de esos ecosistemas en diferentes escenarios de cambio climático. Si los gestores hicieran caso, dispondrían de herramientas para maximizar uno de los servicios que nos da la naturaleza como es la regulación climática, a través del balance de emisiones y la captura de gases de efecto invernadero. Eso no lo ha hecho nadie antes en el ámbito mediterráneo y por eso nos han financiado el proyecto», concluye.
La luna de Júpiter tiene una corteza de hielo de 20 kilómetros y por debajo un océano, y «donde hay agua puede haber vida»
Otro descubrimiento en el que ha participado Antonio Camacho es el hallazgo del ser vivo más pequeño descubierto hasta ahora, una bacteria de 0,29 micras que vive en el medio marino y que han bautizado como Actinomarina minuta. Un hallazgo en el que han participado investigadores de la Universitat de València y de la Miguel Hernández (UMH) de Elche.
«Lo realmente relevante no es el tamaño, sino cómo puede vivir de manera libre con tan poca información genética, cómo en un ser tan pequeño cabe toda la maquinaria necesaria para la vida. Hay organismos incluso con menor genoma pero que viven asociados a otros, como los parásitos. Este es el ser vivo de vida libre con el mínimo genoma que hasta ahora se ha descubierto», subraya Camacho que explica que este descubrimiento tiene unas «implicaciones espectaculares» en biología fundamental y múltiples aplicaciones en todo tipo de campos, entre ellos la medicina y su relación con la genética de las enfermedades.
«Podemos saber cómo la vida puede abrirse camino con lo mínimo posible», concluye el científico valenciano, cuyo trabajo permite conocer los seres que habitan en las condiciones más extremas del planeta Tierra y ayuda a afrontar la búsqueda de vida en otras fronteras del universo.
*Este artículo se publicó originalmente en el número 29 de la revista Plaza