Rigoletto es casi una alegoría de lo mal repartida que está la suerte, y no sólo la riqueza. Reparto que nada tiene que ver con la bondad ni con la maldad. La historia del desdichado Rigoletto pone, y vigorosamente, esta paradoja ante el espectador. Esta ópera aborda, pues, un tema intemporal, y se está representando en el Palau de Les Arts, con gran éxito de público
VALÈNCIA. Ya lo dijo en la presentación ante los medios Roberto Abbado, director musical de la misma: “el poder se sale cantando”. Se refería a la escena en la que Rigoletto cree haberse vengado del duque seductor de su hija, pagando a un sicario para que lo asesine. Entonces oye cantar al noble y sospecha que el cadáver entregado en un saco no es el del su poderoso patrono. Abre el saco y se encuentra con su propia hija, agonizando. Rigoletto es un bufón jorobado, que se gana la vida haciendo reír a los nobles de la corte de Mantua, y tiene en Gilda, su hija, el único ser que le proporciona dicha y afecto. Pero el mal fario se cierne de nuevo sobre él para que la pierda.
La música con que Verdi reviste este historia es absolutamente magistral, sin paliativos. Por ello Rigoletto se ha convertido en una de las óperas más populares de la historia. La recorren dos sentimientos que subyacen con frecuencia en muchas de sus partituras: el amor del padre hacia sus hijos y la compasión o empatía que el compositor vierte hacia los personajes. A veces, incluso, hacia asesinos como Sparafucile. Se trata de un sicario, pero tiene su pundonor: manifiesta que nunca ha estafado ni estafará a un “cliente”, y sólo se presta a engañar a Rigoletto por las presiones de su hermana, quien, a su vez, lo hace porque está enamorada del duque... Verdi siempre otorga a todos alguna razón que haga comprensibles los comportamientos nocivos, y escapa así del esquematismo maniqueo de buenos y malos.
Los comentarios de la orquesta, por otra parte, van anticipando acontecimientos, desvelando personalidades, coloreando situaciones... y siempre, siempre, generando apuntes de dolor ante el drama que atenaza a varios protagonistas. Especialmente, al desgraciadísimo Rigoletto, un ser que no ha hecho más que sufrir desde su nacimiento, y que ha de ganarse la vida haciendo reír a los demás. Mientras tanto, el poderoso Duque de Mantua disfruta, engaña y enamora a todas las mujeres que se le cruzan en el camino. Pero también tiene unos breves instantes de “humanidad”: cuando se entera de que sus cortesanos han raptado a Gilda -y aún no sabe que piensan entregársela- entona una de las arias más famosas de esta ópera: “Ella mi fu rapita” (Me la secuestraron). Hacia la mitad señala “(...) E dove ora sarà quell'angiol caro? / Colei che poté prima in questo core /destar la fiamma di costanti affetti?/ Colei sì pura, al cui modesto sguardo/ quasi tratto a virtù talor mi credo!/ Ella mi fu rapita!/ E chi l'ardiva?(...)” (¿Donde estará ahora mi ángel amado? / La primera que prendió en mi corazón / la llama de un amor constante. / ¡Tan pura, que por su mirada, /casi me encamino a la virtud! /¡Me la han raptado! /¿Quien se atrevió?) Como vemos, el caprichoso duque tiene también un momentito de amor verdadero, aunque poco le va a durar.
Cantó bien dicha aria Celso Albelo como Duque de Mantua, y muy bien estuvieron casi todas sus intervenciones a partir del segundo acto. En el primero gustó menos, por ciertas brusquedades y, sobre todo, por la inseguridad en los melismas que cierran el primer dueto con Gilda. Flaquó allí la afinación por las dos partes. En lo que se refiere a la Orquesta de Les Arts, encargada de crear todas esas atmósferas, describir a los personajes y llorar con ellos (o por ellos), sonó magnífica con la batuta de Roberto Abbado, cuya labor en Les Arts, por desgracia, finaliza esta temporada. Al menos como director titular. También el coro dio la talla. En conjunto, hubo una lectura correcta y apasionada de la partitura de Verdi, y no era otra la misión de todos los intérpretes.
Entre los solistas estaba, además, Leo Nucci, encarnando a Rigoletto... de nuevo. Porque ha superado, dicen, las 500 veces que representa ese papel (otras fuentes señalan que han sido 1000). Tiene 77 años, y le quedan fuerzas para que su voz cruce el foso con gran holgura, para hacerse oír en dúos y tercetos, y para estar en escena todo el tiempo que le exige un papel protagonista. Es cierto que la voz tiene las resonancias leñosas propias de su edad, y que quizá haya sutilezas que se le escapan, por los años o por cualquier otra razón. Pero, aún así, pintó un Rigoletto absolutamente creíble, destacando sobre todo en los momentos de dolor. Los días 17, 19 y 22 asume el papel Vladimir Stoyanov.
La gente estaba tan entusiasmada con Nucci que le obligó a bisar, junto a Maria Grazia Schiavo, el Sì vendetta, tremenda vendetta del tercer acto, algo que antes se hacía con cierta frecuencia, pero que en la actualidad sucede raras veces, y que nunca se había producido en Les Arts. Quizá fuera esa la “sorpresa” que anunció Abbado en la rueda de prensa, y que se habría previsto si esta escena tenía una respuesta entusiasta del público. Al concluir la representación, además de recibir Leo Nucci los aplausos más encendidos, se lanzaron octavillas desde arriba, donde se le daban las gracias en varios idiomas. Abbado también fue premiado con muchos aplausos.
Maria Grazia Schiavo (Gilda) tiene un instrumento de bonito color, con la potencia necesaria para enfrentarse a los requerimiento verdianos. Sin embargo, su voz debería igualar más los registros, y limar las asperezas en los saltos al agudo. Por el contrario, las intervenciones en los momentos de mayor intimidad, tuvieron la dulzura que corresponde a este papel. Nino Surguladze, como Maddalena, cumplió muy bien, tanto en el aspecto vocal como en el escénico, integrándose correctamente, asimismo, en los números de conjunto. Sparafucile estuvo servido por la rotunda voz de Marco Spotti, y Monterone con la también potente de Gabriele Sagona.
El Centro Plácido Domingo proporcionó el resto de cantantes, que se movieron con soltura en escena y cantaron con profesionalidad: Marta Di Stefano (Giovanna), Alberto Bonifacio (Marullo), Mark Serdiuk (Borsa), Arturo Spinosa (Conde de Ceprano), Olga Syniakova (Condesa de Ceprano), Pau Armengol (Ujier) y Juliette Chauvet (Paje).
Se trajo para Rigoletto una coproducción de la ABAO y el Teatro São Carlos de Lisboa. La dirección de escena contó con un nombre siempre seguro, el de Emilio Sagi, que movió con destreza al coro y los bailarines, y se apoyó en una escenografía (de Ricardo Sánchez-Cuesta) de formas geométricas y parca en colores, ambientando con funcionalidad la acción. La segmentación en parcelas del plano inclinado sobre el que se mueven los personajes pretende simbolizar la corrupción que los envuelve, pero quizá tal significado no fue advertido por buena parte del público. El único detalle que pareció sobrar fue el de situar a Maddalena y Sparafucile haciéndose caricias en una cama, convirtiendo a los hermanos en incestuosos (no se sabe el porqué), o suponiendo que la relación familiar es inventada, algo que desmiente el libreto, porque ella le llama fratello (hermano) estando a solas.
Peccata minuta, en cualquier caso, vista la imaginación chirriante que muchas veces se vierte sobre la escena.
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