VALÈNCIA. La serie Halt and Catch Fire fue recibida hace tres años como una Mad Men sobre informáticos, pero basada en hechos reales. Contaba la historia de una pequeña empresa, Cardiff Electric, que pretendía desafiar a la todopoderosa IBM en el mercado de los ordenadores personales. Eso ocurrió en realidad, lo hizo Compaq, y acabó venciendo. De eso va el documental Silicon Cowboys, de una historia de éxito de tres personajes que montaron una empresa y con un poco de audacia lograron asentarse e imponerse en el mercado. Un relato elaborado con os testimonios de los protagonistas, cogiendo fragmentos de la propia serie de ficción, añadiendo una excepcional banda sonora y vídeos de las impagables presentaciones de los ordenadores que lanzaban que, a día de hoy, nos dejan patidifusos.
Lo más interesante, como documental que es, es contar con el relato de primera mano de los verdaderos protagonistas, los fundadores de Compaq. Eran tres tíos más aburridos que otra cosa que quisieron emprender en el sentido más casposo y propagandístico del término. Según cuentan, se compraron un libro de management titulado "Manual del emprendedor". Dicen: "pensamos que nos serviría para crear una empresa de éxito". Dejaron sus curros, hipotecaron sus casas y se pusieron a pensar, tras fundar su empresa, a qué se iba a dedicar esta.
A los amigos del mercado, de las empresas, de emprender, de irse al hub a dejarse el dinero de sus padres mientras piensan cómo innovar, a todas esas gentes, audaces unos, víctimas otros, les encantará lo que se cuenta. Esos tres tíos, reunidos en casa de uno de ellos alrededor de una mesa con sus bigotes setenteros trazaron las líneas sobre un folio en blanco de un negocio sin el cual, dice la película, ahora no estaríamos hablando de iPhones y ordenadores portátiles. La cosa fue tan aleatoria que uno de los primeros negocios que barajaron como infalibles fue un restaurante mexicano.
"Sabía que podía sobrevivir seis meses después de vender el coche de mi esposa". Ese era el único seguro de vida que tenía uno de ellos. La gente tenía compasión por sus mujeres, confiesa otro. Habían dejado sus curros para montar una empresa pero no sabían de qué y ese era el orden de los acontecimientos.
Cuando decidieron que iban a desafiar a IBM en la construcción de ordenadores personales, la empresa que dominaba el sector en todo el mundo, sexta compañía de Estados Unidos, se presentaron en el banco con un dibujo en un papel para pedir la línea de crédito.
La película documenta muy bien cómo en un mercado en el que IBM vendía un ordenador cada minuto, estos tres individuos lograron diseñar un artefacto que pudiera competir y mejorar en calidad y precio a su rival. El resultado fue un ordenador compatible y bla, bla, bla... que contaba con un accesorio que vendría a revolucionar la informática tal y como la conocemos. ¿Un chip? ¿un circuito? ¿un software? ¿una tarjeta gráfica? Nada de eso: un asa. Una miserable asa. Así surgió el primer portátil. Hay quien se niega a llamarlo portátil porque pesaba doce kilos, pero en el documental vemos lo que querían que se viese: yuppies llevándolo consigo en las estaciones de tren, en los aeropuertos.
IBM no había diseñado nada siquiera semejante. Así se introdujeron en el mercado y, tras una sucesión de errores de la gran compañía, Compaq logró situarse como una referencia en buena parte de los años 80.
Al margen de la faceta técnica que se explica de cada producto lanzado al mercado, es curioso ver cómo ya asoma toda esa propaganda del management para la creatividad y bienestar de los empleados. Para sacarles más horas, en definitiva. Se cuenta que el entorno que plantea ahora Mark Zuckerberg a sus empleados es el de una oficina tan sumamente atractiva que nunca te quieras ir de ahí.
Parece que el origen del truco del almendruco pudo estar en Compaq. Aparecen reportajes de la época en la que, atención, se valoran las condiciones de trabajo en la compañía porque "se le dan refrescos gratis a los empleados". Y luego detalles como que el jefe no tenía plaza reservada en el parking. Lo mismo la cultura empresarial de los 70 y 80 era muy despiadada como para resaltar estas liviandades. Solo tiene sentido relevante que involucrase a toda la plantilla en la toma de decisiones sobre la cadena de producción.
Molan mucho también los anuncios de John Cleese, de Monty Python. No solo por los sketches si no por la idea de contratarle a él. Su humor absurdo no era tan popular entre todo el mundo como pueda serlo ahora, pero sí era objeto de culto de los geeks, los que consumían tecnología informática. Era su debilidad y les llegaba.
Y molan todavía más los vídeos de las presentaciones de cada ordenador. Había rayos láser, actuaciones en directo de artistas punteros de entonces como The Pointer Sisters o Irene Cara y David Copperfield sacándose el computador de una chistera entre rayos láser y humos varios. El megarequetecopetín.
Como en cualquier historia de éxito ochentera que se precie, conforme subían las ventas, los tres amigos fundadores empezaron a comprarse cochazos, porsches, harleys, corvettes y el menú de la empresa cambió "de McDonalds y Bud a salmón y Don Perignon".