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el muro / OPINIÓN

Sin comentario

12/04/2020 - 

“No. No nos hemos vuelto locos en casa. Nos mantenemos en cuarentena”, contestamos sin complejos. Por suerte, muchos amigos y familiares llaman/llamamos para comentar circunstancias, reflexionar, mostrar debilidades y emociones e incluso manifestar frustraciones. Sólo necesitamos hablar. Muchos de ellos por lo que escucho, no han sabido nunca vivir alejados en un mundo irreal que en un zas se vuelve real pero desconocido. Lo que llamamos vida interior. Es una primera reflexión frente al confinamiento, que le llaman, como pérdida asumida de derechos personales que en algunos casos han ido un poco más allá. Luego está el resto. La frustración que vivirán muchos de nuestros insoportables vecinos que continúan dándole vuelta a su cabeza sobre cómo poder joderte y sólo piensan en salvarse ellos solos o aquellos que han decidido ofrecer sus vidas para ayudar a los demás.

Hablo de los mundanos. No de los héroes, menos aún de los cobardes que todavía no han aprendido nada salvo a guardar bien el bolsillo y no perdonar ni una dieta y menos un  kilometraje y se han escondido rastreramente para ocultar su infinita mediocridad simplemente valorada por un carnet político que se obtiene a base de cuotas.

Releyendo dentro de mi tiempo, junto a otras historias más, “El cuaderno gris de Josep Pla, en sus primera páginas explica porqué prefiere quedarse en su Palafruguell natal para quedar clausurado con motivo de la pandemia de gripe de 1918. Y alude a los desayunos de su madre, el calor fraternal, la superación de las diferencias internas que no dejan de ser menudencias vistas en perspectiva, el amor de la familia, los biscochos y las natillas; la vida en el pueblo con los amigos. Y afirma:  “¡La Familia! Cosa curiosa y complicada…”

Pues sí. Curiosa y complicada. Salvo que cien años después hemos descubierto de nuevo que tras ese mundo rápido, frío, distante y para nada emocional nos hemos vuelto a reencontrar con la familia. Y además con medios tecnológicos en ese momento imposibles de comprender.

Josep Pla, escritor y periodista, y referente literario del siglo XX. Foto: Fundació Josep Pla

Entendiendo la familia como un grupo de personas a la que nos une no sólo lazos sanguíneos, muy importante para quien lo sabe valorar, sino la familia global, esa que te busca e incluso buscas aunque hayan pasado muchos años. Es una sensación extraña que a muchos pilla solitarios y muy sensibles, con ganas de compartir, ausentes ante las rutinas tanto dentro como fuera de nuestro país o autonomía, pero miembros siempre de nuestra familia.

Un amigo que vive muy fuera de este país, por ejemplo, me animó a que jugáramos a describir sensaciones o a crear una especie de guión cinematográfico sobre un apocalipsis inesperado, como el que vivimos.  

Llegamos a diseñar un rumbo. Irreal para nada, objetivo y consecuente para poder entender en qué mundo nos movemos en un momento de zozobra desconocida.

Llegamos a la conclusión de que la sociedad en sí, entendida como aquella en la que cumplidos órdenes de confinamiento éramos/somos personajes complementarios o más bien extras de una película de ciencia ficción. En ella, la sociedad ejecuta un papel de atrezo. Cada día, como extras, recibimos a través de los medios un dictado de cómo comportarnos ante la nueva jornada pero sin conocer en el fondo el guión, menos aún el desenlace porque debe ser secreto o no tiene autor. Así llevamos muchos días. Luego están los héroes. Aquellos que les toca dar la cara ante la desgracia. Sin medios y frente a realidades tangibles. Sabemos su papel, pero tampoco su destino. También figuran aquellos que transmiten mensajes a la sociedad desde cualquier punto del país sin mayor riesgo y repiten argumentos políticos porque no saben qué más decir, son inoperantes y simplemente tienen carnet.

Eduardo Briones / Europa Press

Es un guión que se repite y en el que los mensajes hasta se contradicen. Guiones en los que nada tiene sentido, cambian y en el que cada uno de los actores que sube al escenario deja en evidencia al siguiente o al anterior. No es Moliere. Ni Shakespeare. Más bien Beckett y Chejov. Es teatro sin nueva escena conocida. Ese teatro que al final de la representación intentas encontrar un sentido porque cada discurso discurre más allá de la probabilidad.

Al final de cada tarde suele subir al estrado el elenco principal en forma de ministros. Cada uno ha entendido una cosa distinta o nada de lo que ha representado. Cada uno se enfrenta a un examen y desnuda sus auténticas carencias y posibilidades más allá de su sabiduría por muchos profesores del método Stanislavski que les hemos pagado para superar el trago, estilo aquel Secretario de Estado de Comunicación que impedía preguntas porque las formulaba él pero a su cargo tiene cinco directores/as generales y un puñado enorme de asesores al servicio también del amado jefe. Espero verlo caer por dignidad profesional junto a muchísimos más de todo color y signo.

En el reparto, vamos añadiendo a descerebrados que no hablan entre ellos por cuestiones de poder territorial o económico, se roban materiales, animan a romper normas, saquear convoyes, caen fulminados ante su prepotencia e incluso animan a liquidar a quienes infrinjan normas básicas dentro de la lógica de la supervivencia o la dignidad de la supervivencia. Luego están los insurgentes y rebeldes. Aquellos que cruzan las fronteras y a los que les va el estraperlo. Y las víctimas, que son tratadas como estadísticas. 

Entre todos estos perfiles ya hemos creado un corpus de personajes que en realidad desconocen presente y aprenden desde el pasado. Del día a día. Aunque no sepan cómo será el siguiente.

Mi amigo me pidió que teniendo ya la idea inicial le diéramos título provisional al relato. “Sin comentario”, le contesté porque no lo imaginaba. “¡Perfecto!”, me respondió. Y también que le diéramos un final. En esas estamos porque no lo tenemos, pero lo peor es que todavía lo desconocemos.

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