Culturplaza analiza los largometrajes de la Sección Oficial de Cinema Jove 2022
VALÈNCIA. Keiko es una joven sorda que se entrena con tenacidad para competir profesionalmente como boxeadora. Como apunta el propio título de la película, es pequeñita, demasiado lenta, pero firme. Es la única mujer que se prepara en un pequeño y antiguo gimnasio capitaneado por un veterano en la profesión (interpretado por Tomokazu Miura) que se volcará con ella convirtiéndola en su discípula, como si fuera la última posibilidad de traspasar sus conocimientos y su pasión. La falta de capacidad auditiva de Keiko no será un impedimento para comenzar a ganar torneos, pero poco a poco el esfuerzo y el miedo a ser golpeada irán haciendo mella en ella. Se dice sutilmente que, cuando era pequeña, sufrió bullying y que ha utilizado el boxeo como una forma de catarsis. En cualquier caso, nuestro acercamiento a la figura de Keiko será lenta y silenciosa, por la propia incomunicación en la que la protagonista se encuentra instalada.
Descubrimos al director Shô Miyake gracias a Playback (2012), presente en la competición del Festival de Locarno y hasta el momento sus historias se habían centrado en la juventud japonesa. Sin embargo, en esta ocasión, se enfrenta a un reto muy particular, la de introducirnos en un universo, el del boxeo, desde la perspectiva de una joven que esconde su fragilidad detrás de una máscara de dureza.
La película está basada en hechos reales y tiene además la particularidad de que se inscribe dentro de la pandemia, incorporando no solo las mascarillas, sino también esa atmósfera opresiva y paulatinamente cada vez más gris y lúgubre, de aislamiento que se fue instalando en la sociedad durante la crisis sanitaria. Un momento de inflexión que ha servido en muchos casos para repensar los cimientos de nuestra propia identidad, como también le ocurrirá a Keiko.
El director no se aparta de su protagonista. Intenta adentrarnos en su inaccesible mundo interior mientras la vemos de cara a la galería esforzarse sin rechistar, hasta que poco a poco, a través de las grietas de su sensibilidad, la iremos conociendo. Por supuesto, en este caso, las palabras no tienen sentido en una narración en la que las acciones y las miradas marcan el rumbo del relato. El lenguaje de signos adquiere una poderosa resonancia. Como si se tratara de una película muda, no se subtitula directamente, sino que aparece las frases a través de intertítulos, una forma en la que el director se aproxima con reverencia al cine silente.
Shô Miyake se confirma como un narrador extraordinario, sutil y preciso, minimalista y revelador, y lo hace a través de muy pocos elementos. Utiliza el formato Súper 16 para aportar tanto inmediatez como crudeza y sensibilidad y utiliza el sonido y los ritmos de los entrenamientos para crear coreografías internas marcadas por la pulsión de los golpes. Así, nos encontramos frente a una película tan física como profundamente sensorial. Acompañamos a Keiko (qué maravilla de composición la de Yukino Kishii) en su rutina de entrenamiento, pero también en su soledad, en sus visitas intempestivas a lugares inhóspitos en los que parece alejada del mundanal ruido, como si quisiera abstraerse y no pensar en nada. También resulta especialmente emocionante la relación que se establece entre ella y el entrenador, enfermo y sin posibilidad de continuar con el gimnasio, pero repleta de sentimiento sincero.
Small, Slow but Steady es una película reposada en su forma, pero repleta de furia en su fondo a través de lucha interna que se establece en el seno de Reiko, una batalla mucho más importante que la que se nos muestra en el ring. Al fin y al cabo, más que una película de boxeo es una exploración alrededor de la soledad, de las heridas del pasado, de la incomprensión y la necesidad de golpear a la vida.