Siempre es una mala noticia el cierre de un negocio: proyectos vitales, ilusiones y algún que otro puesto de empleo se van al garete. Sin embargo, existen sectores que necesitan una reestructuración y el de la hostelería es uno de ellos.
Según los últimos datos estadísticos, en 2022 había más de 270.000 establecimientos de bebidas, restaurantes y puestos de comida repartidos por todo el país. Si tenemos en cuenta que la población Española es de 47.420.000 habitantes, tenemos como resultado un establecimiento hostelero por cada 175 habitantes. Efectivamente, habéis acertado. Somos el país del mundo con la tasa porcentual más alta.
Para hacernos una idea de la magnitud de la cifra, podemos compararlo con el de centros sanitarios y hospitalarios, por ejemplo, donde España cuenta con 1 centro por cada 3436 habitantes. O con el de centros educativos: 1 por cada 1388 ciudadanos. No entraré a valorar los datos, ya que creo que son lo suficientemente esclarecedores para hacernos una idea de la magnitud y sobredimensión de un sector que languidece por exceso.
A tenor de las cifras, no es de extrañar que según el INE (instituto nacional de estadística) España esté inmerso en un progresivo proceso de reestructuración del sector, ya que en los últimos diez años han cerrado unos 20.000 bares. Aproximadamente dos mil bares al año y en contraposición han abierto unos 10.000 restaurantes. Esto es, de cada dos bares que cierran, abre un restaurante. Como los datos y las cifras también son interpretables, podemos intuir que esto no supone un cambio en el ámbito laboral, puesto que por una cuestión meramente física un restaurante asumirá más empleados que un bar.
Más datos. Cada vez cierran más proyectos personales y abren más franquicias o modelos auspiciados por grupos inversores. La tendencia llegó hace años a Madrid y ha ido permeando en ciudades como Barcelona, Valencia o Málaga. De las islas no hablamos porque siguen su propio modelo inversor y son un fenómeno en sí mismas. ¿Pero, en que nos afecta a los consumidores? Pues como es evidente en la estandarización de las propuestas. Nos encontramos ante decenas de modelos similares, sin alma, cuyo objetivo es rentabilizar al máximo el negocio, para traspasarlo en unos años consiguiendo un beneficio especulativo.
Por último, pocas son las novedades que se avistan en este curso y sin embargo ya se ha producido más de un cierre. Si a esto le sumamos algún otro que está al caer y varias sorpresas que no esperábamos, el panorama es poco alentador y la tendencia clara: el mercado ya no puede absorber tanto negocio hostelero. Ya sean bares, cafeterías o restaurantes. El comensal cada día vive más ajustado y sólo apostará por propuestas honestas cuya relación precio-placer sea extraordinaria y ¿en qué deriva esto? En una clara polarización. Restaurantes de batalla, con precios ajustados, producto de calidad y cocina honesta por un lado y propuestas de alto nivel para ocasiones especiales. Todo lo que quede en medio, está abocado al cierre o a la reconversión.
Démosle una vuelta. ¿En serio necesitamos tantos restaurantes en España?