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Somos como conducimos

30/09/2021 - 

Recuerdo que hace unos años, hablando con un traductor de italiano y chino, me explicó que le era mucho más difícil hacer traducciones del italiano que del chino. El idioma se parece demasiado, me dijo, y eso es un problema aunque no lo parezca. Cuando traduzco del chino tengo mucha libertad al elegir las palabras. Con el italiano pierdo muchísimo tiempo con los matices. A veces el idioma me lleva y hago traducciones literales que en realidad no significan lo mismo en un idioma que en otro. Porque las palabras, aunque sean similares, no tienen exactamente las mismas connotaciones en las diferentes lenguas.

Me acordé de esta conversación cuando intentaba salir de una rotonda en Florencia. Había conducido por ciudades como Bangkok o Nueva Delhi pero nunca lo había pasado tan mal como en medio de una rotonda italiana. De pronto supe que me había ocurrido lo mismo que al traductor. En Bangkok o Nueva Delhi asumí desde el principio que era incapaz de entender el caos en el que se movían los vehículos y, con mucho tiento, me fui dejando llevar. En Italia estaba convencido de saber cómo funcionaba una rotonda, ¿cómo va a funcionar una rotonda?, y sin embargo los vehículos no se comportaban de la manera que yo esperaba. Ahí llegaban los matices de los que me hablaba el traductor. Matices que soy incapaz de explicar pero que tienen que ver con velocidades, cesiones de paso, distancia, posicionamiento...  Y es que conducir es asumir un montón de reglas no escritas. Reglas que damos por obvias pero en realidad no lo son. Por ejemplo, ¿han visto alguna otra ciudad de España donde los coches vayan tan rápido por las avenidas como en Valencia? Probablemente no. Es un matiz de nuestra conducción.

Me contaba una amiga irakí que cuando se fue a vivir a Emiratos Árabes lo primero que le dijo su padre fue: aquí está mal visto tocar el claxon. En Bagdad es lo normal pero la gente de esta zona es mucho más tranquila que en Irak. No tienen tanta prisa y ceden mucho más el paso. Intenta ser amable y salir de casa con más tiempo y paciencia...

Existen unas normas de conducción iguales para todos, pero la realidad es que cada persona ha elaborado su propia “enmienda” a las reglas. Cada conductor, según su carácter y experiencia vital, ha creado una ética de lo que está bien y mal al volante. Hasta tal punto que quien sigue las reglas a rajatabla es un peligro pues nadie espera que en determinados lugares (por ejemplo en ciertos tramos de autovías donde las señales marcan velocidades muy bajas) se sigan las reglas sin suponer esto un peligro para el fluir natural del tráfico.

Hay quien ha decidido que el ámbar significa acelerar y quien ha decidido que el ámbar significa frenar. Hay quien ha decidido que en retenciones se debe seguir un orden y quien ha decidido que las retenciones es un “sálvese quien pueda” y las pillerías están admitidas. Hay quien cree que el carril de la izquierda es solo para adelantar y quien no lo abandona casi nunca. Quien adelanta por la derecha en autovía y quien jamás lo haría. ¿Y saben que es lo peor de todo? Que son matices, que en realidad todos valen pero siempre creemos que nuestras elecciones son las correctas y nos enfadamos con aquellos que no piensan igual que nosotros. Con el coche de delante que frena en ámbar y nos hace perder tiempo, por ejemplo. O con el que nos hace las luces cuando vamos tranquilamente por el carril de la izquierda.

Me contaba una amiga que cuando le hacen las luces se lo toma como algo personal. En la carretera se muestra nuestro yo con nitidez. Sé que no va conmigo, que no sabe quién soy, que en cuanto me adelante se las hará a otro vehículo, pero no puedo evitar que me sepa mal que me haga las luces... Conduciendo se ve quién somos. Las inseguridades de mi amiga o la excesiva seguridad de algunos que suelen conducir coches de alta gama. La cantidad de imprudentes con BMW, Mercedes, Porsche, etc. es grandísima. Corren más rápido, adelantan con más riesgo y paran menos en pasos de cebra. No lo digo yo, lo dicen varios estudios al respecto que pueden buscar en Google. Ahí tenemos la soberbia de los que se creen superiores por tener un estatus más alto.

Están los pacientes que esperan y los estresados que pitan a la mínima. Están los precavidos y están los que siempre van con prisa. Están los amables que ceden el paso y están los que intentan colarse a la mínima pues creen que la carretera, como la vida, se basa en la lucha darwiniana por la supervivencia. Lo cual algo de sentido tiene según mi experiencia pues los vehículos grandes suelen respetar muy poco a los pequeños. El camión chulea al monovolumen, el monovolumen al coche, el coche a la mato, la moto a la bici... Sin vergüenza e incluso en ocasiones poniendo el peligro al vehículo más ligero...

Personalmente creo que el peor conductor es el que no ve más allá de su propio YO. Al volante del coche y también de su vida, pues no creo que haya diferencia alguna. El que toca el claxon si alguien no sale en un semáforo y en el siguiente semáforo se pone a mirar el móvil y tienen que pitarle a él. El que grita cuando alguien para en ámbar y minutos después se enfada cuando alguien se pasa el semáforo en ámbar en un cruce y no le permite a él salir antes del verde, con el muñequito de peatones ya en rojo.

Ni en la carretera ni en la vida soporto a estos ególatras para los que las reglas cambian en función de su conveniencia. Huyo de ellos rápidamente. De sus soberbias contradicciones.

Se me ocurre que voy a empezar a conducir como quiero ser. Que mi transformación empezará al volante, decidiendo qué tipo de conductor quiero ser y, por tanto, qué tipo de persona.

¿Se animan a acompañarme en esta terapia de transformación que se me acaba de ocurrir?

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