VALÈNCIA. Soy muy amigo de mis amigos. Yo es que siempre voy con la verdad por delante, le duela a quien le duela. Es que soy muy sincero. Y si no te gusta, ahí tienes la puerta. A las buenas soy muy bueno, pero a las malas soy el peor. La cara no me la toca nadie. Es que tengo la mecha muy corta, enseguida me enciendo. Siempre me lo dicen. Un problema que tengo es que soy muy perfeccionista. En las relaciones de pareja siempre me implico mucho. Puedo perdonar muchas cosas, pero no que me engañen. Si me engañan, se acaba la relación. Lo digo en serio. Eso sí que no. Eso no podría perdonarlo. Con los amigos me pasa lo mismo. Yo lo doy todo por mis amigos, pero si me traicionan, fin. Lo siento, es que yo soy así. Nunca tendría nada con la novia de un amigo, es una regla santa. Si es novia de un amigo, ni me acerco. Confianzas las mínimas. Si es ex, tampoco. Esas cosas van así entre amigos. Tienen que ir así. Me da igual lo que digan, es el código. Soy Libra, y es que los Libras ya sabes cómo somos. No suelo creer en el zodiaco pero hay uno en un libro rojo que te lo acierta todo, ya verás. En el trabajo no me callo nada. Yo es que no puedo con las injusticias. El otro día lloré con lo de Notre Dame. Qué desastre. ¿Viste lo de la mujer esa con lo de Columbine? Qué mal todo. El mundo se va a la mierda.
Si has llegado hasta aquí sin abandonar la lectura, es de agradecer. Casi nadie, salvo un kamikaze social o un yonqui de la escopolamina o el pentotal sódico va siempre con la verdad por delante, por suerte, nadie es tan sincero como suele asegurar. Ser bueno a las buenas es muy razonable, a las malas ser el peor es tener un concepto muy alto e irreal de la potencia propia. Asociar perfeccionismo a problema es tan de risa que ya es un chiste. La estadística dice que las infidelidades no suelen desmantelar las relaciones por completo; generan mucho sufrimiento, claro está, pero no suelen ser el broche final a la historia. Lo mismo con los amigos: darlo todo es una ofrenda bastante abstracta e incluso innecesaria -guárdate un poco para ti, por favor-, zanjar una amistad por una traición es posible, pero habría que ver qué consideramos traición. Lo de las novias de los amigos forma parte del refranero masculino desde tiempos inmemoriales, lleva casi tanto tiempo entre nosotros como ponerse borracho y acercarse de forma inconveniente a la novia de un amigo, casi tanto tiempo incluso como acabar teniendo algo con ella si se tiene la ocasión, propiciándola o sin propiciarla. De hecho, suelen ser quienes más repiten la idea golpeándose el pecho los que peores intenciones albergan. Por aquello de dime de qué presumes. Del “respeto” a las exparejas, mejor ni hablamos. No has visto nunca ese libro rojo del zodiaco. En el trabajo además te callas todo el tiempo. Con las injusticias que te favorecen sí puedes. Notre Dame no te afectó tanto.
El ser humano es un animal con una capacidad única para decirse a sí mismo lo que es y lo que no es guardando una escasa relación esta narración con la naturaleza auténtica de su ser. Esto tiene que ver con una de las ventajas evolutivas que nos permitieron imponer nuestra voluntad sobre el equilibrio del ecosistema planetario: de la mano de un cerebro repentinamente -en términos generacionales- mucho más voluminoso que el de antecesores cercanos, comenzamos a explicarnos los hechos mediante narraciones. Nos convertimos en Homo narrator. Estas explicaciones se plantearon además en torno a una fórmula muy concreta, y es precisamente de ese relato primordial y sus consecuencias del que nos habla el investigador y profesor en Neurociencia en la Universidad Autónoma de Barcelona Óscar Vilarroya en su libro Somos lo que nos contamos (Ariel, 2019); el relato primordial que elaboramos es una plantilla que subyace a todas nuestras complejas explicaciones posteriores: identifica a personas, animales o cosas a las que les ocurre algo causado por personas, animales o cosas. Esa, ni más ni menos, es la estructura narrativa mínima que utilizamos para orientarnos en esto de existir: “Contarnos algo es [...] una actividad involuntaria, como la respiración. No es algo que decidamos llevar a cabo de manera deliberada, a pesar de que seamos conscientes de ello [...] Es una actividad que nuestro cerebro no puede dejar de hacer porque forma parte de nuestra manera de percibir y entender el mundo. Toda nuestra maquinaria mental utiliza el relato.
El cerebro está programado para explicar todo lo que nos ocurre. [...] Todo absolutamente todo lo que nos sucede tiene que ser contado. Desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche, y aún más, cuando soñamos”, explica Vilarroya. Porque el relato primordial de esta especie de narradores sirve no para representar fiablemente lo que nos acontece, sino para dar sentido a lo vivido. Esta idea es la más importante: la historia que nos contamos cada día pretende establecer un tejido de eso a lo que llamamos sentido que nos permita sentirnos cómodos en un mundo que, en palabras del psicólogo Daniel Kahneman que se recogen en este libro, “tiene mucho menos sentido de lo que piensas. La coherencia proviene principalmente de la forma en que funciona tu mente”. Así, los seres humanos vivimos en una eterna cinta de Rashomon -en la que unos mismos hechos, contados por tres testigos, se convierten en tres historias radicalmente distintas-, y lo extraño es que obligados por nuestra predisposición social a convivir con otros ejemplares de nuestra especie, consigamos conciliar este efecto sin destruirnos más a menudo, ya que existe un relato primordial como estructura, pero no un relato único: cada situación se interpreta individualmente, y a continuación se elabora el relato que la explica, que a pesar de responder a ciertos sesgos cognitivos comunes, es personal e intransferible, por extraño que parezca. No existe nada parecido a una mirada única sobre la verdad. Y si no, esperemos al veintiocho de abril.