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III EDICIÓN DE ART I MENT

Soundpainting, o cómo hacer brotar la creatividad y la autoestima en los adolescentes mediante la improvisación musical

Fotos: KIKE TABERNER
19/11/2018 - 

VALÈNCIA. “No existe el error”. Puede que la premisa resulte algo chirriante en una sociedad tan competitiva y predispuesta a penalizar los fallos ajenos como la nuestra, pero esa rotunda sentencia constituye uno de los pilares sobre los que se asienta el taller de soundpainting y psicología musical para adolescentes que los profesores Roberto García y Judit Gual lideran en La Nau. “Ante la duda hay que seguir creando, hay que crear continuamente”, apunta el docente. Queda verbalizada así otra de las piedras angulares del programa, que se presenta como un paréntesis de libertad y exploración en el que los participantes, de 12 a 13 años y sin conocimientos previos en materia rítmica, aprenden a desarrollar sus habilidades artísticas y mejoran su autoestima.

“¿¿Soundqué??”, se preguntará extrañado el lector que no sea muy ducho en pedagogías musicales. Que no cunda el pánico, aquí está Cultur Plaza para resolver la incógnita y facilitar que todo el mundo pueda conciliar el sueño esta noche: se trata de un lenguaje formado por gestos que va realizando el director del espectáculo y que los músicos traducen en distintas respuestas. Algunas señas deben ser contestadas con reacciones convenidas de antemano y otras buscan la espontaneidad del intérprete. De esta forma, se logran realizar composiciones en directo con una fuerte carga de improvisación. Aunque en esta ocasión el sistema se circunscribe a cuestiones sonoras, en realidad tiene un carácter multidisciplinar, pues en él también pueden participar actores, bailarines o artistas visuales. Ideado por el neoyorquino Walter Thompson en 1974, este método cuenta ya con más de 1.500 signos.

Un puño cerrado, dos dedos en señal de victoria o un círculo trazado en el aire constituyen varias de las instrucciones que reciben los participantes. Acelerar el ritmo, quedarse en silencio, sisear o tocar en bucle una misma secuencia serán algunas de las réplicas a las que deberán sumarse. Otras posibilidades son entonar un murmullo, lanzarse a contar una anécdota que les venga a la mente en ese instante o incluso ‘dibujar sonidos’ con el movimiento de brazos, piernas y rostro. Todo depende del gesto que el soundpainter ponga en marcha. “Hay una sintaxis de qué, quién, cómo y cuándo con la que tú te comunicas con los intérpretes y les invitas a que toquen. Ellos te ofrecen lo que entienden que pueden llegar a ofrecer. Van plasmando su realidad interior, su emoción”, apunta García. En este universo sonoro no hay partituras que seguir fielmente ni lecciones de solfeo, no hacen falta: el juego se guía por unos parámetros completamente distintos.

Ahora, la técnica se alza como estrella indiscutible de la III edición de Art i Ment, que levantó el telón el pasado el mes de octubre. Esta iniciativa de La Nau Social hunde sus raíces en los fundamentos de la neuroestética, disciplina que defiende cómo “la participación en la experiencia artística produce importantes beneficios cognitivos y emocionales, tanto para los creadores como para los observadores”, explica Ana Bonmatí, directora de Gestió Cultural del Vicerrectorat de Cultura i esport de la Universitat de València. Conscientes de esas potencialidades, desde la UV decidieron poner en marcha un proyecto que funcionara “a modo de laboratorio” para desarrollar estas actividades, estudiar sus efectos “y concienciar a la sociedad al respecto”. Cada entrega del proyecto se centra en una audiencia diferente y emplea técnicas distintas que toman al sonido como eje vehicular. Así, la primera se dirigió al público infantil y la segunda a mujeres que habían sufrido alguna situación de vulnerabilidad. En esos casos, además, a la musicoterapia se le sumó el trabajo con las artes plásticas.

Esta última edición se acerca a quienes están abandonando la niñez y lo apuesta todo al soundpainting “porque es un sistema lúdico y divertido muy apropiado para esa edad”. “La capacidad de la música para salvar del caos y aportar felicidad está calando en la ciudadanía, pero todavía es necesario difundir todas sus potencialidades”, señala Bonmatí, coordinadora del ciclo. A través de este método de enseñanza, además de la creatividad y la autoestima ya mencionados, Gual y García buscan trabajar también cuestiones transversales a cualquier individuo, como la trasmisión de emociones, la integración social, el respeto, la reflexión, la asertividad o la toma de decisiones. Vamos, los puntos cardinales necesarios para encender la llama de una existencia que pueda vivirse en plenitud.

¡Muerte a la perfección!

Cada sesión de esta edición de Art i Ment consta de dos horas: la primera se dedica a abordar cuestiones relacionadas con la psicología musical y, en la segunda, comienza el proceso de soundpainting en sí mismo. Entre los instrumentos utilizados se encuentran teclados, xilófonos, metalófonos, claves y cajones flamencos, “pero también se emplea la voz e incluso hacen percusión corporal”, apunta García. “Se trata de un trabajo integral del ser humano mediante la música, el lenguaje universal, innato y el medio de expresión de todas las civilizaciones. Pretendemos demostrar que todos pueden relacionarse con la interpretación musical desde ámbitos que no son el de convertirse en concertista”, explica Judit Gual. Producir sonidos junto a un grupo de compañeros es aquí un vehículo para bucear en uno mismo, para investigar en las propias entrañas, pero también para sacar lustre a la interacción con los otros y construir una identidad en el espacio colectivo.

En esta voluntad por romper los límites entre aquello que es correcto creativamente y lo que no, los talleres aplican también la llamada técnica extendida o lo que es lo mismo: tocar el instrumento ‘mal’, de una forma no convencional, como puede ser con las uñas o dándole golpecitos con los codos o los dedos. “El instrumento no existe, somos nosotros”, señala García. Esta parte de las sesiones es la favorita de Lucía, una de las participantes, a la que le motiva especialmente la percusión con las claves, aunque reconoce que “a veces es difícil improvisar”. Una opinión que comparte también su amiga Sofía, aficionada al cajón. “Lo que más me gusta es poder experimentar, normalmente te marcan un patrón, pero aquí si algo te sale mal, también está bien”, explica.

El proyecto llegará a sus últimos acordes a finales de este mes, cuando los alumnos realicen una performance en la que puedan exhibir todas las habilidades adquiridas: “nuestra meta no es preparar un espectáculo musical ni que se aprendan de memoria una melodía con la que gustar al público, sino que pierdan el miedo escénico, que construyan e improvisen, porque cuando alguien improvisa no puede hacerlo siendo hipócrita, atendiendo a inquietudes que no sienten. Queremos que sean capaces de romper esas barreras que muchas veces encorsetan el desarrollo artístico de los más jóvenes y que se dejen llevar por esas emociones que están ahí y que deben salir. En este sentido, la música es una mediadora y transmisora potentísima”, indica García. “Además, intentamos que las propuestas que realizamos tengan una visión vanguardista, estamos abiertos a atmósferas sonoras distintas que vayan más allá de lo lírico”, añade.

No, no se busca aquí la maestría suprema, la excelencia a cualquier precio, todo lo contrario. De hecho, estos talleres se encuentran en las antípodas de métodos docentes basados en espirales de exigencia enfermiza y perfeccionamiento como la que engulle al joven baterista de jazz que protagoniza Whiplash (2014). No, aquí la práctica musical no es planteada como un recorrido exacto trazado con obsesiva y milimétrica meticulosidad, sino como un campo abierto a la libertad total y absoluta. La meta es crear, crear, crear más allá de tabúes, fronteras mentales y cohibiciones. Crear como una manera de recordar que nuestro corazón sigue bombeando sangre, que la exuberancia vital es posible en cada minuto. Crear para resistir.

“Todo tiene cabida en nuestra propuesta, de hecho, los alumnos parten todos del mismo nivel de conocimientos y durante las distintas sesiones se van intercambiando los instrumentos y los roles. Lo importante es que puedan dar rienda suelta a sus habilidades, capacidades y destrezas. Nosotros siempre decimos que el objetivo no es hacer buenos músicos, sino hacer mejores personas a través de la música”, apunta el profesor. Respecto a la primera parte de las sesiones, la centrada en las cuestiones psicológicas, cada día se proponen algunos temas específicos sobre los que trabajar, desde reforzar la capacidad de atención y percepción hasta mejorar la memoria o la psicomotricidad, explica Gual. Los ejercicios realizados se recogen luego durante el proceso de soundpainting.

“Se sienten artistas”

Con entre 12 y 13 años, los participantes en esta tercera edición de Art i Ment acaban de arrancar su andadura por los vericuetos de la adolescencia, un periodo de profundos cambios físicos y mentales, de retos personales a los que hacer frente y, a menudo, con la sensación de no verse comprendidos por su entorno. La posibilidad de experimentar con los sonidos supone así una forma atractiva y cercana de indagar también en esas las transformaciones propias que cada uno está viviendo: “la música es un elemento al que están tremendamente receptivos porque es algo que escuchan cada día, desde que se levantan hasta que se acuestan, pero este lenguaje que les hemos ofrecido para ellos resulta muy novedoso y estamos gratamente sorprendidos de cómo lo han asimilado”, señala Gual.

“Cuando trabajas con niños de cuatro o cinco años puedes hacer lo que quieras porque están expectantes ante todo tipo de propuestas. Por el contrario, es muy complejo atraer y cautivar a un adolescente cuando ya están inmersos en el mundo de Internet y ya casi nada les sorprende”, sostiene García. En ese sentido, la originalidad metodológica del soundpainting va desarmando a los participantes de reticencias y prejuicios previos hasta que se ven rendidos ante la posibilidad de crear de cero y sin ataduras: “se sienten artistas sin ser especialistas en la materia, eso es lo importante para nosotros”, apunta García. No parece baladí que un factor fundamental aquí sea la conexión visual permanente con el director: “tienen que estar totalmente concentrados, enchufados al gesto, que es la única vinculación que existe mientras tocan. Eso es algo a lo que no están acostumbrados, pues en su día a día prima tanto la velocidad, el ritmo de las redes y de la sociedad es tan intenso y ofrece tantas cosas que a los pocos minutos desconectan de cualquier estímulo”, indica el profesor.

 “En este tipo de talleres les hacemos ver que todo lo que hagan con los instrumentos está bien hecho. Es la primera vez que les dicen que el error no va a ser sancionado, como sí sucede en la educación formal. Aquí todo vale. Esa seguridad les hace sentir muy a gusto y realizados, lo cual, obviamente, repercute en su autoestima. Además, conforme avanzan las sesiones van viendo cómo aumentan sus competencias”, indica Gual. “El soundpainting promueve la inclusión porque a partir de un mismo lenguaje pueden convivir personas de distintos ambientes: en esta propuesta artística caben por igual instrumentistas profesionales y personas sin ninguna experiencia previa. No hay brecha entre ellos, no hay diferencias”, recalca García. Convertirse en creador se vuelve así tan natural y sencillo como respirar: el arte está en el aire. La edificación de universos expresivos queda al alcance de cualquiera dispuesto a dejarse transportar por sus propias emociones. Solamente basta con mirar, sentir y vibrar al compás de lo que sucede en nuestro entorno.

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