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EL CALLEJERO

Stephanie, la joven de origen francés experta en agua y en Pokémon

Foto: KIKE TABERNER
2/06/2024 - 

Cuando Stephanie Aparicio iba de niña a Chelva y el coche de sus padres trazaba las curvas por la carretera, ella se quedaba absorta mirando por la ventanilla y preguntándose por qué la tierra que se veía en el lateral era tan roja. Luego, ya en el campo, sentía curiosidad por todo lo que le rodeaba. Así que el día que tuvo que dejar el instituto y elegir la puerta que abrir, lo tuvo claro: Ciencias Ambientales. Antes de eso, su vida dio muchos bandazos: nació en Francia, creció en Cataluña, pasó por Colombia y acabó en Valencia en cuarto de Primaria. Tres países y cuatro hogares en apenas diez años. No está mal.

Esta mujer de 33 años -le entra la risa, como de ¡uy qué mayor!, al responder la pregunta de su edad- nació en Saint-Priest, en la metrópoli de Lyon, porque su familia materna había emigrado a Francia en la posguerra. Su madre se crió allí desde los 3 hasta los 37 años. Ella ya nació en este país y por eso le pusieron el nombre en francés, Stephanie, al que, lejos de renunciar, ha defendido con uñas y dientes.

La familia regresaba en verano al pueblo, a Chelva, y allí su madre conoció a su padre, que estaba en este municipio formándose como guardia civil. Cuando se casaron y tuvieron a Stephanie, el hombre fue destinado al País Vasco, en los años de plomo, para combatir a ETA desde el GAR, el Grupo Antiterrorista Rural. Stephanie era una chiquilla que no se enteraba de nada, que prácticamente no sabía qué hacía su padre ni contra qué criminales luchaba. Eso vino después. Cuando, a los cinco a seis años, lo mandaron a Manresa con los tédax, los especialistas en desactivación de artefactos explosivos. Allí, en el Bages, tuvo conciencia por primera vez de los peligros que había en el mundo y del terror que podía causar esos que llamaban ETA.

Ese descubrimiento tiene una fecha concreta: el 13 de junio de 1997. Ese día ETA asesinó a Miguel Ángel Blanco y España entera, harta, dolida y llorosa, se pintó las manos de blanco y salió a la calle a decir basta. Stephanie era un niña de seis o siete años. Pero aquella noticia fue tan dura, tan impactante, que sacudió incluso a los niños. El recuerdo de las manos en blanco no fue en balde. Años después, ya de adultas, su padre les contó a Stephanie y a su hermana, Sofía -esta ya tuvo el nombre español porque nació en Manresa-, algunas de las salvajadas perpetradas por ETA que le salpicaron y que sufrieron sus compañeros y amigos. “Mi padre me ha contado cosas que la gente no se hace una idea y eso hace tomar cierta distancia y que, por ejemplo, no me apetezca ver la serie de Patria”.

Después de Manresa, soplados ya los nueve años, la familia partió para Bogotá para que su padre trabajara entre los agentes de la Guardia Civil que protegen al embajador. Ya hacía algunos años de la muerte de Pablo Escobar, pero la capital de Colombia seguía siendo un lugar muy inseguro. “Yo aún no me enteraba mucho pero nos recordaban a menudo que intentáramos no salir solos”.

Se emociona con La Marsellesa

La familia regresó año y medio después a España y ya se instalaron en València. Francia siguió impregnada en Stephanie más allá del apellido. Su madre, salvo en la gastronomía -aprendida de sus padres, españoles-, la educó según las costumbres de francesas y aún hoy, muchos años después de haber salido de Lyon, esta joven aún se emociona al escuchar La Marsellesa y sigue poniéndose la música de Claude François (1939-1978) porque le transmite mucha nostalgia.

Es el momento de volver a las Ciencias Ambientales, a su especialización posterior con un máster en ingeniería ambiental y, finalmente, un doctorado en ingeniería química y ambiental. "Estuve cinco años formándome en un programa piloto en la depuradora del Carraixet. Cinco años oliendo una depuradora”.

Ahora trabaja para Global Omniun, una empresa que se dedica al ciclo integral del agua, como técnico del departamento de innovación. En este mundo encontró muchas respuestas a muchas de sus preguntas. Aunque sus intereses van cambiando. Ahora está obsesionada con el cambio climático y ya ha encadenado seis libros seguidos sobre este asunto en dos o tres meses. Uno le ha gustado especialmente: Contra la sostenibilidad (Andreu Escrivá, Arpa Editores). "El autor dice que la sostenibilidad se ha comercializado como palabra. Y que se utiliza para hacer el lavado verde, el greenwashing (o ecoimpostura), de muchas empresas. Él dice que no hay que ir tanto hacia la sostenibilidad sino hacia el decrecimiento, que suena muy negativo pero que es tan simple como que hemos asumido muchos lujos como un standard que no nos podemos permitir. No son necesarios dos coches en una familia, ni una segunda residencia, ni dos teles. No es algo normal, son lujos. Hay que intentar usar menos recursos que impliquen una producción de CO2”.

Stephanie explica que la gente, la mayoría de la gente, tiene unas creencias, muchas veces erróneas, muy asentadas. Una es que llueve menos por el cambio climático. Falso. “El problema que tenemos con el cambio climático es que afecta a muchas regiones y de formas muy diversas. Hay una idea generalizada en el mundo y es que va a llover menos. Al contrario: va a llover más. El problema es que España está justo en una franja donde sí va a llover menos. Estamos viviendo una sequía que en Cataluña está siendo evidente, aunque ya pasaron por una décadas atrás.

Han subido las temperaturas y hay una mayor evapotranspiración. Es decir, las plantas evaporan más agua. Para aumentar ese cultivo hay que añadir más cantidad de agua y ahí es donde sentiremos más la sequía. Así que en nuestra franja va a llover menos, vamos a necesitar más agua y ahí notaremos la sequía. Por eso tenemos que adaptarnos al agua que tenemos y reducir el consumo, y también buscar recursos alternativos como la regeneración del agua residual y la desalación, dos recursos no tradicionales”.

Beber agua del grifo

Esta joven, aunque siente que ya no tan joven, a ratos se pone seria y a ratos, divertida. Esa vis cómica la está explotando en las redes sociales donde sube unos posts de divulgación científica en tono de humor. Esta nueva faceta la atropelló hace año y medio, cuando le llegó la noticia de que iban a hacer un concurso titulado ‘Solo de ciencia’. 

“Tenías que hacer monólogo de tres minutos únicamente hablando. Sin imágenes ni nada. Se lo pasé a un amigo, Daniel Orts, que es cómico y se dedica a la divulgación científica. Él me animó a que me apuntara yo también. Me convenció e hice un monólogo de tres minutos sobre agua residual y nos cogieron a los dos. Fuimos a la semifinal a Barcelona y también pasamos los dos. En junio fue la final en Madrid, con la reina Letizia, y yo quedé tercera y Daniel, cuarto. Entonces me picó el gusanillo y ya he hecho alguna charla y algún vídeo. Ahora estoy estudiando hacer un proyecto de divulgación con toques de humor con otro compañero”.

Algunas de estas aficiones las descubre en la ‘bio’ de su cuenta de Instagram (@stephanie_etal) con una serie de emojis que incluyen la bandera de Francia, el chocolate, las plantas, el agua y un par de gatos. Esos felinos se llaman ‘Desmo’ y ‘Desme’, un guiño científico. “En mi tesis estudié el tratamiento de agua residual con microalgas. Y la que a mí me crecía era la ‘desmodesmus’, así que pensé en llamarles desmo y desmus, pero desmus no me gustaba y le puse desme”.

Stephanie piensa que su campo va con retraso en la divulgación. Que la física, por ejemplo, les lleva mucha ventaja y que ahora “todo el mundo sabe de agujeros negros”.

De nuevo le fastidiaron las creencias populares. Sobre todo el día que su madre le dijo, muy emocionada, que había descubierto que el agua del grifo se podía beber. “Pero, cómo, mamá, claro que se puede beber”, contestó indignada. Pero su madre no era la única confundida. “Hay mucha gente que piensa que el agua del grifo es mala, está contaminada y que no hay que bebérsela. Y no es cierto. Es mucho mejor que el agua embotellada, que nos obliga a consumir plástico. La gente cree que por llevar cloro te vas a morir y lo que hace el cloro es que no crezca ningún microorganismo que te pueda causar una enfermedad”.

El gran problema, insiste, es que todo el mundo cree saber mucho de medioambiente. Y no. “Como que va a llover menos por el cambio climático. Y es al revés. Va a llover más y de forma más intensa. O que si bebes agua con cal, agua fuerte como la de Valencia, te van a salir piedras en el riñón. Eso es falso y no hay ningún estudio médico que lo corrobore”. 

Todo esto, primero le enfada y luego le inspira para hacer sus post divulgativos para combatir ideas muy extendidas, como que el agua de la depuradora es asquerosa porque viene, de origen, del wáter de nuestras casas. “Cuando el agua de las depuradoras sale más limpia que el agua de los ríos”.

Stephanie es capaz de ponerse seria y técnica y, un minuto después, sin saber cómo ha llegado hasta ahí, ponerse a hablar de que es una fan loca de los Pokémon y que el año pasado viajó hasta Japón con FolagoR, parece ser el youtuber más reputado en este ámbito -“llevo doce años siguiéndole”- para asistir al Mundial de Pokémon. “Yo no competí. Dejé de hacerlo hace cinco años, cuando me di cuenta que eran los Pokémon y doctorado. Y claro… Aunque en todos mis posts introduzco un Pokémon y cada día me levanto y veo un vídeo de Pokémon”.

Está claro que es una mujer ambivalente. Una científica y una joven de su tiempo. Una chica que, muchos años después, cuando va a Chelva por la carretera, mira a los lados y sonríe porque ya sabe perfectamente que la tierra es roja porque lleva hierro.

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