Valenciana por casualidad, tenía un plan B: hacerse peluquera si la interpretación fallaba. Aunque no era ambiciosa y quería hacer carrera como secundaria, el director Ramón Salazar se cruzó en su destino y...
VALÈNCIA.-Susi Sánchez (Asunción Sánchez, València, 1955), que inició sus estudios en la Real Escuela de Arte Dramático (Resad), comparte que el primer pensamiento que le asaltó fue conformarse con tener una buena carrera como secundaria. Y así fue hasta conocer al director Ramón Salazar. Tras décadas de experiencia como actriz de reparto, el realizador malagueño le dio el papel protagonista de 10.000 noches en ninguna parte (2013), por el que fue nominada al Goya. Cinco años después, le escribió el personaje de una madre que convive con el remordimiento de haber abandonado a su primera hija en La enfermedad del domingo (2018). Su interpretación, entre la vulnerabilidad y el hermetismo, le procuró el premio de la Academia de Cine a la mejor actriz.
El cabezón ha sido un espaldarazo tardío pero vigoroso a su carrera en todo su abanico de formatos: cine, teatro y televisión. En diciembre estrenó la segunda parte de la trilogía del Baztán, Legado en los huesos (Fernando González Molina), donde interpreta a la despiadada madre de la inspectora Salazar, papel que retomará en marzo en Ofrenda a la tormenta, el desenlace de la saga literaria de Dolores Redondo. Por si fuera poco, Netflix mantiene en su plataforma la miniserie de tres capítulos Días de Navidad, donde interpreta a la pareja de Victoria Abril. A la vista, la adaptación del thriller británico Liar, que Antena 3 ha titulado Mentiras y que la actriz se encuentra rodando en Mallorca. Así, resulta casi increíble que tenga tiempo para la gira del drama postapocalíptico Los hijos, sobre los supervivientes de una catástrofe nuclear, que el pasado enero la trajo al Teatro Olympia de València.
— ¿Alguna vez piensas qué vida habrías llevado si tu familia hubiese permanecido en València?
— Nací en València por casualidad. Mi padre era militar y estaba destinado aquí. En su destino anterior, Murcia, se casó con mi madre y nacieron todos mis hermanos. Y a los dos años de que yo naciera, lo destinaron a Palma de Mallorca.
— ¿Conservas algún recuerdo?
— No, pero mantengo lazos familiares con València porque el tiempo que estuvimos aquí mi padre convenció a sus hermanas para que se vinieran a vivir desde Extremadura. Nosotros nos marchamos, pero el resto se quedó, así que tengo primos y sobrinos segundos. Mi hermano mayor vive aquí con sus hijos y con sus nietos. Y mis padres regresaron cuando se jubilaron. Es una ciudad que me gusta.
— Tu padre tenía otro horizonte distinto al de la interpretación para ti: montar una peluquería. ¿Fue tu plan B si no conseguías despuntar como actriz?
— [Se ríe con una carcajada profunda, acentuada por una afonía que la acompaña estos fríos días] Fue la condición que le di a mi padre para que se quedase tranquilo: «Ya tengo el título de esteticista. Si no puedo salir adelante, trabajaré en un salón de belleza». Pero sabía que no lo haría nunca. Había estado probando en un local en el que trabajaba mi hermana, pero supe que no era lo mío.
— Y de aquella formación, ¿qué aplicación práctica has podido aprovechar?
— Lo que más rescato de aquello es que doy buenos masajes, pero pocos, porque me canso. Hay que poner mucha energía.
— De todo hay que extraer el lado positivo... ¿Qué le sacaste a interpretar al principio de tu carrera a entes y a fenómenos atmosféricos en el teatro?
— Todos los trabajos me han servido para ampliar mis miras con respecto al mundo. Ya sea un ente o un personaje de carne y hueso, cada cual me ha aportado una visión peculiar de la vida. Eso es lo que me gusta encontrar en cada trabajo.
Esta anécdota exótica en su carrera responde a una estatura inusual para el periodo. Susi se ha autodefinido a menudo como «demasiado alta». De ahí que los roles que le asignaron inicialmente en las tablas evitasen eclipsar a sus compañeros masculinos. «En el colegio, era buenísima en atletismo y en deportes, porque tenía las piernas muy largas y corría más que nadie, pero esa cualidad física no me ha dado ventajas en el mundo de la actuación», reconoce.
«nunca pensé que me fuera a llamar almodóvar, pensaba que no era su tipo; con él no hay personajes pequeños, ya que se implica con cada papel como si fuera el del protagonista»
Se prendó del arte dramático a los dieciséis años, cuando acompañó a su hermano mayor, el actor Ismael Abellán, a un ensayo de un grupo de teatro universitario. A esa edad todavía no había pisado una platea, ni pensado en ser actriz. Pero aquella experiencia le despertó una emoción desconocida.
«Cuando empecé a trabajar, me di cuenta enseguida de que fuera de esos personajes esotéricos no había mucho campo para mí, porque la mayoría de mis compañeros eran más bajitos que yo. No podía hacer de su pareja y tampoco de secundaria, porque se me veía más que a la protagonista... Son estas cosas que te trastocan y con las que tienes que apencar», se sonríe. De ahí que, de primeras, aspirase a hacer personajes de fondo.
— ¿En qué otros aspectos has sido demasiado?
— En complexión, porque siempre he sido muy delgadita. Bueno, pesé muchísimo al nacer: 5 kilos y 250 gramos. Casi mato a mi madre... También he sido demasiado plana, ambigua, con pocas formas.
— Hoy día ha subido la media de estatura del varón español y en el audiovisual hay personajes andróginos. ¿Crees que naciste demasiado pronto?
— Probablemente, pero es algo que nunca sabremos. He tenido el recorrido que he tenido, y estoy contenta. Estoy viviendo el resultado de todo lo que he ido creciendo y aprendiendo a lo largo de estos años, con lo bueno, con lo malo, con los errores y los aciertos. Soy el resultado de eso. Me encuentro tranquila y satisfecha. No le pido más a la vida.
— Y, sin embargo, ahora estás más demandada que nunca.
— Quién me lo iba a decir. Nunca he tenido la aspiración de llegar a ningún lugar en particular. No he tenido grandes ambiciones como actriz en cuanto a personajes; sí en cuanto a meterme a fondo y bucear. Eso me ha gustado siempre. Ahora estoy haciendo teatro y mi ambición es llegar a la función, prepararme y sentirme fluir con la representación.
— Eres la única actriz que ha trabajado en cuatro ocasiones seguidas con Pedro Almodóvar, ¿te sientes chica Almodóvar?
— Me hace gracia. Nunca pensé que me fuera a llamar, porque pensaba que no era el tipo de Almodóvar. Con él no hay personajes pequeños, ya que se implica con cada papel como si fuera el del protagonista. Todos mis personajes han sido breves y secundarios, pero me gustan mucho porque con él siempre es divertido trabajar. Tiene una genialidad increíble, es un maestro. Es una ilusión que siga contando conmigo y formar parte de esa familia. No hay una productora igual que El Deseo en este país. Allí son conscientes de que los actores somos material delicado y nos tratan maravillosamente bien.
— ¿Qué le debes a tu hermano?
— Ay, mi hermano [chasquea la lengua]. Madre mía. Era mi corazón (Ismael Abellán falleció en 2008). Soy actriz por él. Me metí a hacer teatro porque le admiraba profundísimamente. Lo tenía totalmente idealizado. Era mi actor favorito, mi hermano del alma, mi cómplice, mi amigo.
— ¿Qué al director de teatro José Luis Gómez?
— José Luis es un animal de teatro. Todo el mundo conoce su potencial. Es un kamikaze, y cuando dirige es muy exhaustivo. A los actores que han trabajado con él les ha dejado la huella de aprender a resistir. Yo incluida. Tuve el privilegio de contactar con él en los principios de mi carrera y hemos seguido ligados durante el tiempo que ha continuado en la dirección del Teatro de La Abadía.
— ¿Y qué a Ramón Salazar?
— Es mi alma gemela. Qué te voy a decir. Es un hombre con el que me entiendo sin hablar. Tenemos un sentido muy parecido de lo que es la búsqueda creativa, que pasa por indagar dentro de los personajes en espacios que van más allá de lo que se ve en apariencia. Siempre buscamos una vuelta más, y eso es lo que los humaniza y les da realidad.
— Tu última película, La enfermedad del domingo, es la que te ha hecho ganar tu primer Goya (mejor actriz protagonista). ¿Cómo recuerdas el momento en el que pronunciaron tu nombre en la ceremonia?
— Fue todo un barullo. Yo estaba más con la cabeza en la función que tenía que representar, que en el Goya (Susi desfiló por la alfombra roja y se fue al Teatro Central a representar la obra Espía a una mujer que se mata, para luego regresar a la gala). Lo viví como pude, porque era todo tal torbellino... Aun así, fue bastante fluido. Acabé a las cuatro de la mañana. Me esperaba mi hermana, que se vino a Sevilla. Al día siguiente caí enferma, con una infección de vías respiratorias que venía arrastrando y había contenido para poder llegar a todo. Me pasé veinte días en la cama con fiebre. Un horror.
— Ya has rodado tres películas junto a Ramón, ¿habrá una cuarta ocasión?
— Ahora me ha pasado su último guión y es emocionantísimo. Quedamos para hablar y me dijo que estaba nervioso. Y yo le contesté: «¿Cómo me puedes decir eso si eres un genio?». Tenemos mucha amistad y nos abrimos mucho el corazón cuando hablamos de la vida y del trabajo en general.
— Qué suerte tener esa complicidad con alguien.
— La verdad es que sí, porque cuando yo era pequeña pensaba que tenía algún problema [lo dice en voz bajita] porque todos mis esfuerzos se iban en intentar parecer normal, como el resto de mis amigas. Me veía diferente, y no quería serlo porque temía sentirme apartada. De hecho, así lo viví: en el colegio de monjas estaba bastante sola y fue en mi adolescencia cuando empecé a florecer un poquito, pero de pequeña tenía la sensación de tener que hacer esfuerzos para integrarme. Con el tiempo me he dado cuenta de que esa 'anormalidad' consistía en que era actriz y no me daba cuenta.
— ¿Me concretas?
— Ese mundo de ensueños que no son tan lógicos o chocan con la forma en la que la sociedad marca como la manera en que uno ha de conducirse en la vida, tiene una potencia increíble de expresión. Me percaté al empezar en el teatro. Los sufrimientos de pequeña han tenido un sentido al final.
— Imagino que ya habrás superado el pánico escénico que viviste en tu debut.
— Cómo he cambiado... No siento el miedo de entonces. Ahora siento el escenario como mi casa. Salgo relajada, me entrego al trabajo con mucho disfrute y ganas de comunicar.
— ¿Vas a cambiar de idea entonces con respecto a tu negativa a hacer monólogos?
— Los actores que afrontan un espectáculo unipersonal se merecen todo mi respeto; me parece un alarde de virtuosismo pero a mí me gusta trabajar con gente sobre el escenario.
— Los últimos compañeros con los que te has subido a un teatro han sido Adriana Ozores y Joaquín Climent, junto a los que interpretas el drama ecológico Los hijos. ¿Cómo vivisteis la Cumbre del Clima en Madrid?
— A mí me ha dejado un sabor más agrio que dulce, porque no entiendo cómo no han sido capaces de sacar conclusiones tras organizar un evento tan importante. Es obvio lo que está pasando. Al hacer esta función, los compañeros tenemos más conciencia. Y el público se queda impactado. Tengo la sensación de que se nos olvida lo que está pasando. Salimos a la calle y seguimos consumiendo de forma enloquecida. Entramos en la Navidad y las compras se disparan... Se nos olvida que los recursos son finitos. Así que me parece triste, más allá de lamentable.
— Hablando de las fiestas blancas, acabas de protagonizar para Netflix Días de Navidad, definido como un Mujercitas actual, ¿por qué cada generación necesita su versión del libro de Louisa May Alcott?
— Sucede como con Tarzán o el Capitán Trueno, son referentes culturales, y se tira de ellos no porque aporten nada nuevo, sino por refrescar. En el caso de Mujercitas, además, hablamos de un libro que se mueve por la ternura, por la amabilidad, por un amor más sencillo... Es un recordatorio de la presencia de esos valores en el mundo.
— Menudo contraste con tus dos últimas películas: en La enfermedad del domingo abandonabas a tu hija, y en Legado en los huesos, la intentabas matar…
— Mi madre en 10.000 noches en ninguna parte (Ramón Salazar, 2013) también tenía tela... Pero yo estoy con las madres a las que interpreto, les intento buscar sus motivaciones. En su momento le dije a Ramón que teníamos que abrazar la parte más oscura de los personajes. Sus actos son terribles, pero hemos de asumir que han sufrido y no pueden sostener sus vidas. Desde su dolor puedes entender la maldad o su inconsciencia. En Legado en los huesos, el propio guionista calificaba a Rosario de bruja. Decía cosas terribles; la llamaba asquerosa. Así que les dije a Fernando González Molina [el director de la adaptación cinematográfica de la trilogía del Baztán] y a Marta Etura [la protagonista], que teníamos que encontrar una mirada. En el texto no se apreciaba que fuera un ser humano. Y el personaje no ha perdido su alma, sino que es ella la que está perdida. Es importante rescatar el alma de los personajes.
— ¿Crees que tu reconocimiento actual deriva de esa implicación?
— No sé. Creo en el trabajo. Y la única manera de comprometerte a estos niveles es que te apasione lo que haces. Poder dedicarte a lo que te gusta en la vida me parece uno de los mayores regalos del universo.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 64 (febrero 2020) de la revista Plaza
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