Lo dice Chu, maestro cocinero al borde de la jubilación, en la maravillosa 'Comer, beber, amar' dirigida por Ang Lee en 1994, mucho antes de que esto de la gastronomía se nos fuese (un poco) de las manos. Además del nombre, este restaurante, al que ellos llaman taberna, adoptó idéntica premisa. El sabor es lo más importante, lo que hace que uno vuelva. Kiko Vidal lo sabe y por eso anda siempre buscando el producto adecuado. Un jamón de primera, unas ostras estupendas o unas alcachofas que te hacen aplaudir la llegada del frío.
Debe existir una carta, aunque yo nunca la he pedido. Lo mejor, dejarse aconsejar por Kiko y probar las sugerencias del día. Hacen unas croquetas soberbias y una ensaladilla rusa que apuesto podría competir con cualquiera de estas. También tienen platos más vanguardistas, aunque yo me quedo con la sencillez en su propuesta. La bodega es potente y el local, decorado por el interiorista Ramón Bandrés (responsable también del Imperdible de Colón), invita, con la calidez de sus luces, a quedarte allí mucho después de acabar la cena.
