Teatro y danza

TENDENCIAS ESCÉNICAS

Lucía Carballal levanta 'La fortaleza' con las ruinas de los padres de la Transición

El Teatro Rialto acoge el estreno de una pieza contemporánea que dialoga con El castillo de Lindabridis, de Calderón de la Barca

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VALÈNCIA. El padre de la dramaturga Lucía Carballal fue decano del Colegio de Arquitectos de Murcia y artífice de la estación de autobuses de la ciudad y del Auditorio Municipal de Abanilla, entre otros edificios. Jesús Carballal pertenecía a esa generación de profesionales que, en los años setenta y ochenta, soñaron con construir un país nuevo. En su caso, de manera literal, rehaciendo España desde el hormigón. Lo hicieron con entusiasmo, con ambición y también con cierta ceguera emocional. 

“Mi padre fue un arquitecto que trabajó mucho, sobre todo en los años ochenta y noventa. De alguna manera me había contagiado ese respeto a la tradición, en este caso, la historia de la arquitectura. Era un hombre muy culto y que me llevó por muchísimos países haciendo viajes arquitectónicos”, recuerda Carballal, quien se crío con su madre y su hermano en Madrid, mientras su progenitor desarrollaba su carrera en Murcia. 

De esa fractura nace La fortaleza, la obra que la autora ha escrito y dirigido para la Compañía Nacional de Teatro Clásico dentro del programa Diálogos contemporáneos, que invita a dramaturgos actuales a crear textos nuevos inspirados en los clásicos del Siglo de Oro. Carballal dialoga en su autoficción con El castillo de Lindabridis, una comedia cortesana de Calderón de la Barca estrenada hacia 1661, en la que una princesa viaja por el mundo en un castillo volador para encontrar un esposo digno del trono paterno.

En La fortaleza, en contraste, el viaje es interior y responde a una búsqueda íntima: la de una hija que intenta ocupar un lugar en la vida de un padre arquitecto que ya solo existe en sus construcciones. «Pensé que existía un paralelismo entre esa princesa que busca heredar el reino y la hija que trata de entender qué ha heredado de su padre -explica-. En ambos casos se trata de una pregunta por la herencia: qué recibimos, qué hacemos con todo ese pasado, cuánto debemos dejar atrás para poder avanzar”.

Para Carballal, el encargo de la CNTC fue una oportunidad de revisar su propio legado familiar y cultural. Formada en la RESAD, conocía de cerca el peso del canon clásico. “Cuando pasas por el camino oficial de la formación teatral, te impregnas de ese Siglo de Oro”, dice.

Bajo su parecer, después de autores como Calderón, Cervantes o Lope de Vega, a los dramaturgos les cuesta mucho sentir que pueden contar algo personal. Por eso, este encargo le permitió unir dos herencias, la de los padres que levantaron edificios y la de los autores que levantaron una tradición. Ambos le pesan y la definen.

La obra, programada en el Teatro Rialto del 16 al 19 de octubre, es un diálogo con el texto calderoniano en sí, desde su propio universo. “De hecho, la arquitectura de mi padre estaba muy influida por la arquitectura medieval, la arquitectura de las fortalezas. De modo que ahí existía un paralelismo que me sorprendió”, concreta.

En el nombre de las madres

Aunque La fortaleza se ha edificado sobre la figura del padre, la obra dedica también un espacio de gratitud a las madres. “Quería rendir un pequeño homenaje a todas esas mujeres que se quedaron con un rol más ingrato. Incluso cuando trabajaban fuera, asumieron la capa emocional de la casa, sostuvieron el contacto, hicieron de bisagra emocional. Muchas veces fueron ellas quienes nos ayudaron a comprender a esos padres”.

Ese vacío, reflexiona, no siempre tiene que ver con la distancia física que experimentó ella. “Aunque estuvieran en casa, muchas personas de mi generación percibieron a los padres como personas ausentes”.

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La dramaturga subraya además la forma en que el paso del tiempo transforma nuestra percepción de esos vínculos: “En La fortaleza hay una reflexión sobre la idolatración del padre ausente. Es una figura que está más presente, porque no puedes llevarlo al territorio de lo cotidiano, de lo asible al 100 por cien. Forma parte de tu imaginario. Hay muchas preguntas sin resolver, muchas conversaciones que no están teniendo lugar, y el misterio nos obsesiona como seres humanos. Somos bastante propensos a quedarnos enganchados a lo que no podemos terminar de comprender”.

Muchos de aquellos hombres, volcados en el trabajo y en el sueño colectivo de modernizar un país, crecieron distantes de sus familias. La fortaleza no los condena: los observa. Fueron hombres que levantaron un nuevo país, pero descuidaron los cimientos afectivos.

La herencia cultural como edificio compartido

La fortaleza reflexiona sobre la herencia, entendida en un sentido amplio, aquello, ya sea material o inmaterial, que recibimos de nuestros padres, pero también el legado cultural que heredamos como sociedad. “Empecé a pensar en la relación que tenemos con el pasado cultural y artístico que nos antecede y nos condiciona, a menudo sin que lo sepamos”. 

De esa tensión nace la metáfora central de la obra: el legado como un edificio que habitamos sin haberlo elegido, que pesa en nuestro subconsciente dando consistencia a la forma con la que aprendemos a mirar el mundo.

“Creo que todos estamos absolutamente impregnados por una serie de valores y cánones que tenemos tan interiorizados que no somos verdaderamente conscientes de ellos”, desarrolla Carballal. 

Más allá de su vivencia personal, las expresiones artísticas culturales del pasado nos confrontan, bajo el parecer de la dramaturga, con un encadenado de preguntas sobre cómo acercarnos a ellas ahora: ¿Cómo leemos determinadas novelas?, ¿cómo miramos la vida de determinados artistas?, ¿cómo representamos hoy en día conceptos como el honor o la honra?, ¿de qué manera nos apropiamos de ideas, en suma, que quizá ya no comprendemos tanto o sentimos con nuestro sentir actual?

“Pensé que había un paralelismo bonito entre cómo leer esos materiales y cómo abordar hoy la cuestión de las paternidades en esas décadas. Ese debate está todo el rato presente en la actualidad”.

Un pórtico que es arquitectura con mayúsculas y ouija 

Para La fortaleza, las principales referencias fueron la idea de arquitectura con mayúsculas y cómo representar ese concepto en escena, en relación también con la figura del padre ausente. La escenografía de Pablo Chaves traduce esa idea: un pórtico elevado que evoca los cánones de la arquitectura clásica, pero también su inaccesibilidad. “Es como si ese saber, esa cultura con mayúsculas, estuviera siempre un poco por encima de nuestras cabezas. Cuando uno se coloca ante esa estructura, parece que intenta alcanzar algo superior, trascender, pero también ese intento de volver a dialogar con los que ya no están”.

En escena, tres actrices dan cuerpo a esa búsqueda, Mamen Camacho, Natalia Huarte y Eva Rufo.  El trío ha pasado por la CNTC y, juntas, suman más de 20 montajes de teatro clásico. Con su elección, Carballal quería plantear ese relevo generacional que tiene que ver con el fondo de la obra. Es la tercera capa de esta obra de lecturas superpuestas.

“Pensé en ellas desde el principio. Son actrices que han encarnado muchas voces del pasado y que saben cómo hacerlas presentes. Me gustaba que fueran ellas, porque también representan un relevo generacional dentro de la compañía. Son mensajeras entre tiempos”, las define Carballal.

La fortaleza se construye en tres monólogos sucesivos, con momentos en los que las voces se entrelazan. “No está escrita en verso, pero trabajé mucho el ritmo y el desarrollo de imágenes poéticas”.

La televisión como segunda residencia

Lucía Carballal ha compaginado el teatro los últimos años con el trabajo como guionista para series como Vis a vis, La edad de la ira y Galgos, pero califica el escenario como su hogar. Empezó a estudiar teatro en la RESAD a los 18 años y no lo ha abandonado. “Es el lugar donde puedo desarrollar mi trabajo sin estar atada a las convenciones narrativas que el audiovisual exige. Para mí es un territorio de libertad”.

Esa libertad le permite, también, trabajar desde la intimidad sin caer en el exhibicionismo. “Estoy peleada con el término autoficción como etiqueta. Creo que todo lo que escribimos tiene algo de autobiográfico, en el sentido de que las emociones y los motores que lo impulsan siempre son personales. Otra cosa es que uno explicite esa relación, como en este caso, al mencionar el nombre de mi padre, pero en La fortaleza no quería contar mi vida, sino poner mi experiencia al servicio de algo colectivo”.

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