La gente se hace mayor cuando empieza a no tolerar ciertas cosas. Por ejemplo: el ruido excesivo en los restaurantes, una cuestión generalizada. Los españoles gritamos mucho y, encima, los locales en líneas generales no están bien insonorizados. El veterano periodista Pepe López Marín lo describió perfectamente el otro día en la Hoja del Lunes de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante: le amargaron una comida una pandilla de 'stupendos' que se apoderaron a grito pelado del tiempo y del espacio conforme avanzaba su estado etílico. Un restaurante medio pijo, medio caro, en el Puerto de Alicante. “A mi esas cosas me encabronan vivo” le replico en redes. Me hago mayor para determinadas situaciones.
No logro alcanzar a entender como en la veintena, y más, soportaba los aullidos y la música de determinados garitos, incluidas las discos más famosas de la Ruta del Bakalao donde por cierto tuve el privilegio de ver a una Nina Simone, ya muy mayorcita, que se puso de moda entre el público que frecuentaba Factory y aledaños. Qué extraña simbiosis. Una de las divas del jazz y del soul (que también fue muy gamberra y heterodoxa) en ambientes punkones y posmodernos. El tiempo vuela y las manías se acrecientan. Me pasa lo mismo con los excesos estéticos (o anti-estéticos) de Eurovisión y mucha música de perreo y alarido acústico, machacón y repetitivo, que algunos pretenden hacer pasar como tecno. No trago.
Llego a casa el viernes por la noche y aún me reengancho a la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos. Y me chupo media hora de ultra-perreo en unas barcazas que surcaban los seis kilómetros urbanos del Sena. Eurovisión segunda parte. Bailarines convulsos al borde de la epilepsia o de rituales del vudú. Y, anatema, en medio de tanto ruido, un ligero soniquete que recordaba a uno de los temas más célebres de Rita Pavone. Fueron unos segundos. Esas cosas se las puede permitir, digo yo, Paolo Sorrentino que arranca La Gran Belleza con una versión larguísima y tecno de A far l'amorede Rafaela Carrá. Una sucesión de secuencias antológicas que abren boca para una película también antológica. Bueno, casi todo en Sorrentino es antológico.
Lo de las Olimpiadas me rompió el regusto de un coloquio, esa misma tarde noche del viernes, en el Instituto de Cultura Juan Gil-Albert que dirige Cristina Martínez con la participación de Augusto M. Torres, el productor de Arrebato de Iván Zulueta, un película-hito, 1979, que rompía con todos los cánones habidos y por haber del pos-franquismo. Con la participación además deEusebio Poncela y de Cecilia Roth, El histórico crítico cinematográfico de El País, muy polifacético, acaba de rodar un documental sobre la Colonia de Santa Eulalia (donde se viene rodando parte de L'Alqueria Blanca). A mí lo que me interesaba de verdad eran sus recuerdos sobre Zulueta, Rafael Azcona, Alfonso Ungría, Molina Foix...y tantos otros. M. Torres, novelista, ensayista, cineasta... un hombre renacentista. O un hombre/orquesta.
Pues eso, de Arrebato al perreo de los JJOO. ¿Me habré quedado antiguo?: me pregunto con cierta angustia (la justa y necesaria) y también con bastante sorna. Por no saber, no sabía ni quien era Carol G que reventó hace cuatro días el Santiago Bernabeu. Ya es tarde para aprenderme esta suerte de neo-música que a mí particularmente me suena bastante igual.
La cosa del perreo se medio arregló con el “broche de oro” final: una reinterpretación del Imagine de John Lennon: Imagina que no hay países; nada por lo que matar o morir; tampoco hay religiones...nacionalismos rabiosos y fanáticos de todo tipo. Profético Lennon quien construyó un alegato radical contra las identidades cerradas, monolíticas y excluyentes. También se medio arregló la cosa cuando se le otorgó el Premio Laurel Olímpico a Filippo Grandi, comisionado de Naciones Unidas para los refugiados /ACNUR). Un mazazo en toda regla a todos los partidos ultramontanos y fachorros que pululan por Europa. Hay 120 millones de refugiados en todo el mundo.
CODA: Enhorabuena a Alicia Garijo por el festival “A la fresca” que se ha desarrollado esta semana con el patrocinio del Instituto Valenciano de Cultura en Casa Mediterráneo de Alicante. Artes escénicas de alto voltaje y danza también de alto voltaje, como la flamencona Rocío Molina, “coreógrafa iconoclasta, creadora inquieta... virtuosismo técnico e investigación contemporánea”. Lo pone en el catálago. Perreo del bueno, rozando la excelencia. Por cierto: el saludo del catálogo aún lo firma Vicente Barrera, ¡ay! Gafes de los abruptos cambios.