¡Lo sabía! Trump ha usado el botón rojo antes que el teléfono rojo. Atrapado —como tantos— entre las acusaciones de traición a la Patria —es decir, de ser amigo de los rusos—, ha decidido tirar por la calle de en medio y bombardear Siria, al Gobierno sirio. ¿Cómo? ¿Pero no éramos amigos? ¿No íbamos todos contra el Estado Islámico? Eso era antes de la era Trump…
¿Teléfono rojo? Volamos hacia Mocú. Stanley Kubrick describió la guerra fría de los años 60 de forma magistral. Eran otros tiempos. En Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, su título original, el General Jack Ripper pone en estado de alerta a la base en la que se encuentra y da la orden de bombardear Rusia. Si pensamos en los conflictos que había entonces —Vietnam y poco más—, no es sombra para lo que se cierne ahora sobre nosotros, digo, para Europa.
Porque el presidente norteamericano ni siquiera se han molestado en hacer la llamada de cortesía. Los hechos: dos buques de la Marina estadounidense que se encontraban en el Mediterráneo, cerca de Siria, dispararon 59 misiles tomahawk a las 4.40 horas de la mañana del 7 de abril de 2017 sobre la base militar Shayrat del ejército sirio, donde al parecer se encuentra el arsenal de armas químicas presuntamente utilizadas tres días antes. ¿Les suena? Algo así hizo Estados Unidos en la madrugada del 20 de marzo de 2003 sobre Bagdad. Entonces sólo eran 40 tomahawk… Muchas casualidades y varias excusas.
Y vamos de excusas. Trump ha utilizado la misma que George Bush padre, cuando bombardeó Bagdad en marzo de 1990, con la excusa de la invasión de Kuwait por Sadam Hussein. Fue la primera guerra televisada, la denominada Tormenta del Desierto. El mundo estaba a las puertas de otra recesión, la crisis de la década de los 90, y de esta forma Estados Unidos se erigía en guardián de un Nuevo Orden Mundial, como se autodenominó.
También nos ha recordado a Clinton, cuando bombardeó Afganistán en medio del escándalo de Monica Lewinsky —rebobinemos, la becaria de la Casa Blanca que explotó convenientemente una mancha blanca en su vestido azul marino…—. Había que desviar la atención… y qué menos que salvaguardar los derechos de la mujer afgana del gobierno talibán —otrora amigo de Estados Unidos, cuando derrotaron el régimen pro-soviético y laico en los años 80—.
Pero lo más parecido a la pirueta de Trump fue lo de George Bush hijo. ¿Recuerdan las armas de destrucción masiva? Menudas discusiones tuve en aquella época con mi suegra inglesa, contaminada por la desinformación de los tabloides británicos y de Sky News. ¡Que Saddam nos iba a bombardear a todo Occidente con unos supuestos misiles teledirigidos que nunca fueron encontrados ni bajo las dunas! Y mira que vagaron y vagaron por el desierto los ejércitos de medio mundo… Porque, además, los norteamericanos embarcaron en su aventura a otros países, como a nosotros mismos. ¿Recuerdan la foto de las Azores? José María Aznar en primer plano… ¡Y sigue vanagloriándose! Pese a que el PP lo pagó con una derrota electoral un año después.
Bien, pues hemos llegado a las “armas de destrucción masiva” de Donald Trump. Como nunca se supo en qué consistían, bien pueden ser las supuestas armas químicas de Bachar El Asad. El Presidente sirio no tiene otra cosa mejor que hacer que bombardear a su pueblo con un gas letal, tras una cruenta guerra civil que dura ya más de seis años. ¿De verdad alguien se lo cree? ¿Dónde está la investigación de Naciones Unidas u otro organismo neutral para demostrar quién fue el autor? ¡Ah.. sí!, que lo ha confirmado el Gobierno turco… ¿Saben cuántos actores hay en esta guerra? Sin hacer una lista exhaustiva y rigurosa, les cuento: el ejército sirio, el bando rebelde, Al Qaeda con Al-Nusra, ISIS, kurdos y palestinos -financiados por Irán, Qatar, Arabia Saudí…-, Turquía, Rusia y Estados Unidos. Éstos últimos, hasta ahora, aliados con el Gobierno sirio contra el Estado Islámico.
Voy a utilizar las palabras y dudas de expertos en Defensa, como la del coronel del Ejército de Tierra retirado Miguel de Anta Martín, que en un chat de Linkedin publicaba estos días: “Estoy convencido de que ese ataque químico a la población siria, si se ha llegado a producir, no procede del Ejército Sirio sino de los terroristas que han sido, hace años infiltrados, para provocar la guerra civil y que no son sirios. Sí, esos que Obama y Clinton llamaban ‘la oposición moderada’. ¿Por qué va Assad a masacrar a su pueblo? ¿Qué gana con ello?, ¿que la OTAN lo acabe echando? Las fuerzas del mal no van a parar hasta que invadan y desmembren a Siria para placer de uno de sus vecinos. Trump, pese a su discurso, es igual que Obama y que Bush, un agente más del NOM. Siempre lo supe. Hicieron lo mismo en Kosovo, Bosnia, Iraq, Norte de África, etc. Está en su Manual de cómo provocar guerras y lo siguen paso a paso.”
Uff… ¡qué miedo! Una buena excusa para Trump. Para que no le acusen de ser amigo de Putin y de haber trampeado —de Trump, permítanme la broma— con ayuda de los rusos las elecciones a través del hackeo de emails publicado por Wikileaks contra Hillary Clinton —recuerden a Snowden…, sigue en Moscú—. Y volvemos al teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?