Es posible reconocer a un cuñado a miles de kilómetros si se le oye decir que “Facebook ha muerto”. A menudo pienso que, habiendo contratado a algunos de los mejores universitarios del mundo en el país que capta a las y los mejores graduados no chinos (Estados Unidos), esta percepción es una cortina de humo brillantemente ideada para ocultar lo evidente: la omnipresencia y el poder -superior al de muchos estados- que tiene una sola empresa sobre un tercio de la humanidad.
En descargo del comentario, es posible que esa cuñada no sepa qué es Facebook Ads. Creerá en la muerte de Facebook por el desconcierto en que se ha convertido aquello del Muro, lleno de spam o mensajes intrascendentes (por motivos evolutivos del algoritmo). Sin embargo, en menos de 20 años esta empresa roza los 3.000.000.000 de usuarios e ingresa 86.000 millones de dólares al año. Facebook es Instagram, es WhatsApp, pretende crear una economía virtual propia (Diem y Novi) y un universo virtual (su metaverso); no ambiciona este mundo ni sus humanoides, sino que trabaja por convertir la experiencia vida en una pasarela de pago donde estar y moverse sea una actividad exclusiva en Facebook, Inc.
Pero, ¿cuál es el problema? Es decir, si ya ha conseguido que buena parte de nuestras relaciones familiares y sociales sucedan en sus servidores, ¿por qué no prestarles la economía y la evolución de nuestro progreso patrimonial? Si a nuestros gobiernos les ha parecido conforme a sus reglas que hagan las cosas tal y como las hace, ¿por qué no llevar sus nuevas Ray-Ban Stories y dejar que unas cámaras conectadas nos acompañen en nuestro día a día, aceptando sus términos de uso?
Lo cierto es que una serie de artículos publicados en The Wall Street Journal, otro –si cabe, todavía más escalofriante– en The New York Times y hasta las comparecencias de su director ejecutivo en el Congreso de aquel país (testificando por, ojo, el impacto de Facebook en los sectores de finanzas y vivienda de Estados Unidos) deberían arquearnos las cejas. Mientras Facebook adopta una posición de víctima y apuesta por una salida hacia delante contra la serie The Facebook Files del WSJ, estamos a tiempo de reflexionar sobre sus grandilocuentes intenciones.
La difusión de bulos y el derecho de pernada
Merece la pena recopilar en unas pocas frases todo lo que revelan los artículos del WSJ. A partir de filtraciones de documentos oficiales de Facebook, sabemos que la supuesta democracia en la expresión de mensajes no ha sido tal en la red: la empresa, siempre según las filtraciones y el análisis del periódico neoyorquino, posee un sistema propio llamado Xcheck que permite que una lista de vips tenga los topes de la censura levantados para publicar en Facebook. ¿Razón del distinto trato de favor a los contenidos? La única que hay detrás de todas las fallas de esta empresa: aumentar la audiencia, la retención, la venta de publicidad; todas las respuestas derivadas entre lo anteriormente dicho son ciertas.
Cuentas con millones de seguidores, periodistas, famosos o políticos pueden publicar contenidos que infringen las normas a las que se somete el resto. ¿Intuyen qué ha podido provocar esta ligereza en las restricciones? Un bocinazo eterno de mensajes populistas entre los que, evidentemente, también se encuentran antivacunas o racistas. Lo sabían y, según el WSJ, Facebook descartó medidas para evitar la polarización porque esto va frontalmente contra la adicción a la plaaforma.
“En 2019, permitió a la estrella internacional de fútbol Neymar enseñar fotografías de una mujer desnuda, que le había acusado de violación, a decenas de millones de sus fans antes de que el contenido fuese eliminado por Facebook”. Si a usted, en su inmundicia mental, se le hubiera ocurrido, Facebook no se lo hubiera permitido. Internamente, los documentos revelan que se analizan estos hechos como “un abuso de confianza” y asume que “estas personas (VIP) pueden infringir nuestras –sus– normas sin ninguna consecuencia”.
Panel de anuncios para la trata o la captación paramilitar
“Numerosos documentos”, según Jeff Horwitz, el periodista del WSJ tras esta suma de filtraciones, revelan el pozo ciego en que se habría convertido Facebook para la economía de la violencia. Siempre según estas informaciones, cárteles han captado a ‘trabajadores’ para sus fines, pero se han propagado anuncios de tráfico de órganos, incitación a la violencia y acciones en este sentido contra las instituciones públicas, además de un largo etcétera.
El campo de batalla son los países en vías de desarrollo, donde Facebook es un cuchillo en una pomada de mantequilla caliente. Lo escalofriante según los reportajes no es que estos hechos sucedan, como la propia trata y la pornografía a muy distintos niveles; lo escalofriante es que los documentos internos es que revelan que “la respuesta de la compañía, que en muchas ocasiones es insuficiente o directamente nula”.
Imaginen cómo gestionar estas situaciones en países remotos, con lenguas minoritarias y que prácticamente no tienen relación en sus alfabetos y gramáticas con las occidentales. “En algunos países en los que Facebook está presente, tiene pocos o ningún empleado que hable los dialectos necesarios para identificar usos peligrosos o delictivos de la plataforma”, según los documentos rastreados por The Facebook Files. ¿Responsabilidades?
Instagram y la huella en una generación de mujeres jóvenes
“Depresión e ideas suicidas”. Estudios internos que fueron presentados frente a los principales responsables de la empresa arrojan cifras inquietantes sobre la relación entre la depresión e Instagram entre chicas adolescentes. Huelga decir que la empresa sigue empeñada en sacar un Instagram para menores –algo que los reguladores estadounidenses no han permitido–, pero mientras la presencia de preadolescentes en esta red estaría detrás del 13% de los intentos de suicidio en Reino Unido y del 6% en Estados Unidos (según lo revelado por el WSJ). Los datos se presentaban en diapositivas que se han difundido en reuniones al más alto nivel de la compañía y cabe recordar que, a día de hoy, el 40% de todos sus usuarios y usuarias tiene 22 años o menos.
Es posible que si piensas que “Facebook ha muerto”, después de lo dicho, quizá te preguntes si verdaderamente a) es tan influyente el rastro de esta única empresa en nuestras vidas o b) si tienen que asumir responsabilidad sobre sus productos. Jean Twenge, profesora de psicología en la Universidad Estatal de San Diego conocida por sus estudios sobre cómo las redes sociales impactan en adolescentes, le dio una respuesta a The Wall Street Journal que quizá sirva como respuesta a esas y otras preguntas: “si crees que R.J. Reynolds debería haber sido más honesto sobre la relación entre fumar y el cáncer de pulmón, entonces seguramente deberías creer que Facebook tendría que ser más sincero sobre los vínculos con la depresión entre chicas adolescentes”.
Estas fallas son solo algunas de las que destapan los documentos conseguidos y analizados por The Wall Street Journal. En este medio, influyente en los mercados y hasta en el Congreso, no parece temblarles el pulso a la hora de someter a Facebook a un escrutinio: si tu clientela es una buena parte del mundo, tus responsabilidades tienen esa escala. Porque las implicaciones de Facebook son difícilmente medibles. Esta compañía inspira a toda una cultura startup que se refuerza con inversiones públicas en tu ciudad, en tu país. Ideas de escalabilidad, de expansión, de captación del mejor talento surgido de universidades públicas al servicio de ¿qué? Efectivamente, también hay aportaciones positivas que merecen todo un análisis.
Mientras una parte de la conversación rendida dice que Facebook se muere, en la compañía tuvieron esa sensación hace 10 años y compraron Instagram. La volvieron a tener al fusilar sin complejos Snapchat. Ahora parecen más comprometidos con Tik Tok, pero, sobre todo con un hecho que les sobreviene: la opinión pública es un estado de ánimo y la tendencia no es favorable a Facebook. Es cierto que todo lo que revelan las Facebook Files es difícil de contrarrestar desde su departamento de prensa. Pero es curioso como la compañía cofundada por Mark Zuckerberg asume el rol de serpiente de siete cabezas mientras Apple, Google, Telegram o la propia Tik Tok parecen ajenas a las investigaciones o al debate público. ¿Es que nadie filtra este tipo de documentos a los medios? ¿Por qué sí lo hacen las y los trabajadores de Facebook? ¿Qué esconden los estudios de los miles de trabajadores y trabajadoras altamente cualificadas en esas empresas que dominan buena parte de nuestro día a día, entre personas únicas, en lugares remotos?
Las tecnológicas citadas, lejos de ‘estar libres de pecado’, sirven para tener otro tipo de mirada hacia Facebook. Porque tenemos que hablar de Facebook, pero también del espíritu de las empresas que están construyendo con sus servicios a las sociedades del siglo XXI. Será en el segundo artículo de esta serie.