EL TEMPLO HA REGRESADO

Todos tenemos una historia en Café Madrid

Hemos escuchado las bisagras de las puertas, el murmullo que se propaga desde la barra. El hervidero de las tertulias progres, el refugio de los pijos rebeldes, ha regresado


Y el latido de la ciudad se acelera

| 09/11/2018 | 11 min, 39 seg

VALÈNCIA. Me han dicho que Café Madrid fue un templo. Que sobre aquella barra se escribieron algunas de las historias que deshilachan la ciudad; esas que una vez tejidas nos dicen quienes somos, y quienes fuimos. En el café más madrileño de València se cerraron tratos de Dry Martini, aunque la fama le viene por el Agua de color naranja. Se hicieron pactos (honestos y deshonestos), se levantaron muros y se derribaron otros, se fundieron ideologías y se celebraron tertulias. Hubo abrazos, de los fraternales, y besos lascivos, de los que se bañan con mucho alcohol. Sobre sus taburetes se escribieron distintas épocas de la metrópolis, y también se narraron en voz baja o a pleno pulmón, según correspondiera al carácter del relato. Me han dicho que Café Madrid era el lugar donde todo pasaba, y por eso espero, deseo, que sea donde todo vuelva a pasar. 

Está de vuelta. El proyecto más emblemático de la cadena MYR hoteles, del que se lleva hablando cerca de un año, ya ha desplegado las puertas de madera y ha encendido las luces moradas. La primera vez que lo vi apenas era un sótano en ruinas. Ahora es un refugio, abierto desde bien temprano y hasta bien tarde, que emana solemnidad en cada uno de los detalles. Hay lámparas de cristal colgando del techo, sofás de terciopelo acariciando la estancia, litografías de la época vistiendo las paredes. Incluso folletines centenarios. Tuve ocasión de comer un viernes, de esos de larga sobremesa, y lo vi llenarse hasta los topes antes de que el reloj marcara las seis. La gente bebía, también reía; parecía otra época.

El maestro de ceremonias es Nacho Romero, chef del restaurante donde se espera su mejor versión, y a su lado se encuentra Iván Talens, alquimista a cargo de la barra filosofal. Que sí, que ya la hemos descubierto, y está por ver si nos proporciona la vida eterna. Dejemos que sobre ella libren la batalla y hagan la magia, porque el reto no es precisamente de los pequeños: volver a convertir en epicentro de la ciudad lo que a principios del siglo XX fue un hervidero de intelectuales. Primero conocido como Cervecería Oro del Rin, luego como Café Berlín, para finalmente quedarse con el nombre de la capital. Resulta que una ordenanza pública impedía 'los extranjerismos' al rotular los negocios.

Cuna del Agua de València, o al menos eso dice la leyenda, que le atribuye la invención a Constante Gil. Fue propietario durante los años 50, aunque ya en los 70 cambiaría de manos. Los 80 y los 90 (antes de pasar en el 95 al Grupo Las Ánimas) serían para los políticos; también para una sociedad valenciana en plena efervescencia, que recuerda con cariño las tardes que se convertían en noches. Esas horas sin reloj en las que nacían y perecían matrimonios. Se firmaban y se rompían los contratos. Los niños pijos tocaban hombros con los bandarras, y de repente un alcalde, un futbolista, un pintor.

Todos tienen una historia en Café Madrid. Todos quieren contarla.

Estas son solo algunas de las más especiales.

Que hable València

El propio Nacho Romero: "Me fui muy joven de Valencia, apenas cumplidos los 18. Quería conocer mundo y aprender a cocinar. La València que yo deje, la de mi juventud, era una ciudad de garitos en el Carmen como El Vito, La Selva, El bicho y, fuera de él, El Alkatraz. Al regresar me encontré con que mi hermano y sus amigos solían ir a un sitio llamado Café Madrid, justo antes de que pasara a manos del Grupo Ánimas. Imagino que ya no quedaba nada del ambiente reivindicativo de otras épocas, se habían esfumado las tertulias literarias, y la bohemia daba paso a una juventud más preocupada de su aspecto y de la postura con a que salía en las fotos, impermeable a la sociedad que les rodeaba. De hecho, recuerdo que quise hacerme un canuto, práctica habitual en aquella época, y me dijeron que no podía. Me fui pensando que la ciudad estaba a punto de cambiar; de hecho, todo iba a cambiar".

Cuchita Lluch, todoterreno: "Creo que empecé a ir con mis amigas cuando tenía 19 años. Lo típico: quedábamos allí porque iban los chicos que nos gustaban. Siempre pedíamos Agua de València y nos poníamos en las mesas grandes que había al subir la escalera. Luego también viví otra época, bastante más mayor, en la que iba con Mamen Gimeno. Tendríamos treintaitantos, ya estábamos separadas. Nos poníamos en una mesa más escondida a hablar de nuestras cosas, pero seguía pidiendo lo mismo. Había una barra maravillosa, siempre me impactaba al entrar".

El irreverente MacDiego: ""Allí conocí a mi primera mujer y madre de tres de mis hijos. Se sentó en la mesa de al lado. Eran tres chicas súper guapas, aún las recuerdo cuchicheando y riendo. Le dije a un amigo que una debía ser para mí, le echamos morro y salió perfecto. Encima eran estudiantes de Bellas Artes. El resto ya es historia y mejor no tocarlo. Por otro lado, tengo un algo, que es más que amistad, con una amiga con la que desde los 20 quedo discretamente en el Café Madrid. Nos escondíamos para hablar de nuestros triunfos y fracasos. El Madrid es uno de esos sitios donde podías dejarte ver, o al contrario, refugiarte para tener una tertulia a media voz. Por supuesto esa amistad sigue existiendo, nunca se ha roto. Ahora sumamos más de 100 años largos entre los dos. El otro día me envió un mensaje sencillo: 'Reabren el Café Madrid'. Es toda una declaración de nuestros principios. Seguro seguirá siendo el lugar de encuentro para nuestras confidencias. El Café Madrid, sin ser mi lugar de cabecera, me ha regalado dos grandes historias que son las que dan forma a mi vida: la suerte de los hijos y la de una gran amistad".

Jesús Terrés, director de Guía Hedonista: "Café Madrid, Arena Auditorium, la Plaza Redonda, Distrito 10 o La Linterna (aquel maravilloso club de jazz en la calle Linterna); los iconos de una València que ya nunca será. Es que es verdad: todos tenemos una historia en el Café Madrid. Yo, la verdad, nunca fui muy habitual (era más bien un local de pijos y 'rojos de salón'), pero recuerdo unas cuantas noches memorables frente aquella barra, aquellas noches valencianas eléctricas y fascinantes —alquitrán, humo y gin-tonics en copa balón. Criaturas luminosas, inocencia a raudales y la vida por delante, noches donde 'olvidar a varias novias inolvidables', donde intuir que esta obra no durará siempre. Yo brindo por este renacimiento".

Rafa Cervera, sabio de la música: "Cuando lo conocí se llamaba Cervecería Madrid. Mi padre fue un cliente habitual durante una época, a mediados de los 70 fui alguna vez con él, después de haber ido al cine o de que me acompañara a comprar libros y tebeos en las librerías de viejo que hay cerca de la Plaza Redonda. Lo recuerdo como un lugar misterioso, los asientos forrados de terciopelo rojo me llamaban mucho la atención. Mi padre era amigo de algunos de los pintores que estaban por allí, de hecho en casa tuvimos alguna pintura de Constante Gil. Era un sitio que me parecía muy atractivo porque no era como cualquier otro bar, se respiraba el ambiente bohemio y a mí eso, a los 11 o 12 años, ya me tiraba mucho. Siendo joven, en los 80, volví varias veces. Era un buen sitio para recalar de noche. Y cuando venían los amigos de fuera y preguntaban por el Agua de València, había que llevarlos allí".

La más que vivida Fina Cardona-Bosch: "No sé si mi opinión cuenta mucho, porque yo estaba en otra onda, iba a sitios de rock o más underground. Me dejaba caer por Café Madrid cuando salía de algún concierto, de alguna obra de teatro. A lo mejor conocía al director, o a los actores, y querían beberse un Agua de València. Sí puedo decir que en la zona había mucho ambiente, porque alrededor se encontraban otros locales famosos, y la gente solía empalmar cuando el resto cerraba. Estaba por ejemplo, La Claca, con un montón de gente del espectáculo y la farándula; el Nort Dakota, que era uno de los primeros pubs gays de la ciudad; el Café de la Seu; el Café Malvarrosa; y ya hacia el final, el Café Lisboa... Ese era el caldo de cultivo".

Tico Corrons, presidente de la Asociación de Pubs de Valencia: "Tengo 55, y celebré allí mi 18 cumpleaños. Recuerdo ir con mis amigos, nosotros veinteañeros, rodeados de gente de 60 años. Escuchábamos sus debates, nos contaban sus anécdotas. Los propietarios de entonces eran dos señores mayores, uno hacía de barman, con el pelo cano y la barba muy larga. La atmósfera resultaba especial: madera, espejos en las paredes, cuadros y un murmullo constante en todas las mesas. El local se hizo famoso por el Agua de València, que también servían en el Café Malvarrosa, aunque en ese caso a base de limón. Iba gente muy bohemia, de ideología progre, y ya se sabe que el que de joven no es de izquierdas, no tiene corazón".

Carlos Aimeur, periodista y escritor: "Por edad no pude disfrutar de la época dorada del Café Madrid, que fue otro de esos espacios emblemáticos para varias generaciones. En la carrera recuerdo haber quedado en una ocasión con unos amigos para una tertulia que fue bastante mala e infructuosa. Volví mucho tiempo después, a mediados de los 90, cuando estaba ya regentado por Las Ánimas. Allí me encontré a algún jugador del Valencia, como Claudio Piojo López con su novia. Recuerdo que hicieron una reforma y se quiso convertir el café en un lugar de moda, pero el ambiente ya no era lo que se dice de vanguardia y tertulia; eso lo encontrabas en otros locales del Carmen o de Benimaclet. 

Por su ubicación céntrica regresé un par de veces. Nunca me convenció. La música me parecía ruidosa y el ambiente innecesariamente oscuro en algunos espacios; no me gusta citarme en lugares oscuros porque no ves los gestos de tus interlocutores. En una de esas noches me encontré al ex presidente Francisco Camps (entonces delegado del Gobierno) y su mujer, con su amigo José María Cano y la pareja de éste. Cano acababa de dar un concierto en Manises. Lo gracioso es que me había encontrado a Cano y su pareja por la calle unos minutos antes y les tuve que guiar para llegar hasta el café; eran los tiempos presmartphone. No me podía imaginar con quienes habían quedado. Y parece ser que Camps ha sido visto de nuevo en Café Madrid".

Bárbara Blasco: "Mi recuerdo del café Madrid es de una época en la que aún creíamos en los cafés bohemios; creíamos que podíamos impregnarnos de literatura, de música, de cultura, solo por estar en un lugar, justo antes de que el marketing lo explotara todo y de que nos volviéramos cínicos. Me sentí especial la primera vez que estuve, y eso que pedimos lo que piden los guiris: Agua de València. Luego el dueño, o uno de los dueños, un hombre que parecía recién venido de arar un campo, se puso a tocar el piano golpeando muy fuerte las teclas con unos dedos gordos como salchichas alemanas, con rudeza y con sensibilidad a la vez".

Jesús Saiz, antaño propietario de la discoteca Sami, ahora de Pub Classic: "No era mi rollo. Lo conocí porque Sami estaba muy cerca, en la Plaza Redonda, y la gente se movía en ambas direcciones. Se sabe que era el punto de reunión de los socialistoides de la época. En los 70 y los 80 se convirtió en un punto cultural, de ideología progre. Aunque lo visité alguna vez por proximidad, apenas llegué a tener en contacto, primero porque no tenía tiempo, y luego porque no quería que pensaran que iba a llevarme clientes. Luego pasó al Grupo Las Ánimas".

Raquel Pérez, propietaria de Bar&Kitchen y La Bernarda: "Café Madrid era un local con rollo, con ambiente molón, en un lugar céntrico, pero al mismo tiempo escondido… O eso me parecía a mí.  Ideal para tomarte una cervecita o beber Agua de València, que dicen que se inventó allí. Ojo, ¡si eso es verdad, deberían haberla liado parda! Hoy las colas llegarían al Miguelete de tanta promoción que se haría, pero entonces supongo que era diferente: proyectos emocionales más que empresariales. Suerte a los nuevos aventureros que necesitarán almas de foodies, likes en Instagram y hashtag #InteriorDesign. No res!".

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