LA DIETA DE DONALD TRUMP

Trump, Milà, o de qué se alimenta la posverdad


Vivimos tiempos de surimi, de gulas, de sucedáneo de caviar. Vivimos tiempos de posverdad, y  tan secuestrados estamos por ella que hasta transigimos en denominarla así, y no burda patraña, y no menuda trola que me estás contando, como hemos venido haciendo toda la vida

| 10/03/2017 | 3 min, 22 seg

Son numerosos los ejemplos que ilustran la posverdad actual. El otro día Mercedes Milà rebatía argumentos científicos acerca de una enzima supuestamente prodigiosa con un “tú te callas que estás gordo”. Así, las razones de peso eran sacadas a culazos por los insultos sobre el peso. Todo muy posverdad: se toma una evidencia indiscutible en forma de michelín y se construye sobre ella una teoría delirante que llamamos verdad absoluta. En este caso se trataba de una dieta mágica basada en una enzima prodigiosa, una enzima madre que si se agota, produce cáncer y otras enfermedades. Para evitarlo, basta con comer determinados alimentos y descartar otros. Así de simple: si comemos lo que recomienda el libro y evitamos comer lo que desaconseja, lograremos ser inmortales, y lo que es aún más importante, mantenernos delgados.

A mí de niña también me gustaban los cuentos antes de dormir.

Desgraciadamente, la salud no es un asunto tan simple. Desgraciada o afortunadamente, el mundo no es un asunto tan simple. Desgraciadamente, la posverdad sí lo es.

Y hablando de simples, ¿qué come el representante supremo de la posverdad en la Tierra? ¿Cuál es la dieta de Donald Trump? Pues según él mismo ha confesado, le pirran las Cheese burguer de Mc Donalds, las pizzas, el pollo frito del KFC, la carne pero que esté muy hecha, es adicto a la Coca cola light y a los helados, apenas prueba la fruta y la verdura, y no toma ni café, ni té ni alcohol.

Sí, podría ser la dieta soñada de cualquier niño de ocho años pero es la dieta real del presidente de los Estados Unidos de América, que llevan camino de convertirse en un grandioso oxímoron.

Y a pesar de la infame dieta, Trump es un anciano saludable que presume de vitalidad. De un color naranja sospechoso, vale, pero con una salud incuestionable a sus 70 años.

Claro que tener salud no equivale a tener verdad. Aún recuerdo una entrevista que le hicieron hace años a una mujer centenaria. Le preguntaron cuál era el secreto de su longevidad y ella contestó que comer de todo, y deporte, sobre todo deporte: no hacer nunca, jamás, nada de deporte.

Trump desprecia abiertamente la gastronomía y defiende a ultranza la comida rápida, cuyo gran símbolo es Mc donalds, una empresa en la que confía ciegamente por su higiene y sus estrictos estándares de calidad, porque “una mala hamburguesa podría hundirla”.

El propio Trump hizo incursiones en el negocio de la alimentación, aunque sin demasiado éxito: produjo un vino que los expertos calificaron como decente, un Vodzka Trump que fracasó, entre otras cosas porque indignó a la comunidad judía al ser etiquetado como kosher sin reunir los requisitos, y una marca de filetes, que en un ataque de originalidad, bautizó como Trump Steaks, y de la que se deshizo poco después.

Pero ya sabemos que en el menú de la posverdad, no está incluida la coherencia.

Trump y Milà son las dos caras de la misma moneda, ambos se alimentan de posverdad, ya sea en forma de comida basura  o de superalimentos prodigiosos, ambos toman atajos para llegar a la verdad pero se quedan- me temo- dando vueltas en la superficie.

Y es que la verdad parece ser algo mucho más complejo, una escurridiza materia sobre la que, desde los inicios de la humanidad, la ciencia o las artes tratan de arrojar luz. El auténtico alimento que nos permite avanzar, no sabemos hacia dónde, pero avanzar.

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