En las recientes elecciones en Ucrania, un actor que interpretaba a un hombre de la calle que llega a presidente se ha convertido en presidente de un país en guerra. La campaña electoral permite comprobar cómo funciona el fantasma del miedo, el nacionalismo o la lucha por las señas de identidad a la hora de ir a votar... y ver que es igual en todas partes
VALÈNCIA.-Domingo 21 de abril. El cómico Vladímir Zelenski, famoso por haber interpretado a un honrado profesor de historia que llega a presidente, agradece a los ucranianos su apoyo: el 73,22% de sus compatriotas ha decidido que sea él el máximo representante del país. Así, apenas uno de cada cuatro ucranianos ha respaldado a Piotr Poroshenko, un oligarca al que los ucranianos le dieron el poder en la primera ronda de las elecciones de 2015 para que asumiera los mandos de un país que había sido parte, allá por 2004, de la llamada Revolución Naranja. Ucrania ha sido en los últimos años un tiovivo político, un lugar en el que analizar cómo el nacionalismo o el miedo influye —o se usa para influir— en el estado de ánimo de un país con fines electorales.
Fabián Abdala es licenciado en filología románica y actualmente ejerce de traductor. De padre argentino y madre catalana, vivió durante muchos años en Barcelona, pero el amor se cruzó en su camino. «Llegué a Ucrania de modo azaroso. Todo empezó con la relación que empecé con la que ahora es mi mujer. Después me fui a Kiev a visitarla y me enamoré también de la ciudad; todo esto antes de comenzar el conflicto que desembocó en la revolución del Maidán [Plaza de la Independencia]».
Ucrania, por aquel entonces, acumulaba mucha tensión social. No obstante, sin entender el idioma era difícil darse cuenta. Abdala reconoce que «el primer año antes de la crisis, yo no sentía nada; apenas balbuceaba un poco de ucraniano. Veías que una persona se quejaba, pero bueno, algo no muy diferente a lo que puedes ver en España. Aunque, evidentemente, fuera de la burbuja donde yo vivía la cosa era muy diferente».
Kiev es la capital de Ucrania y una de las ciudades más antiguas de Europa del Este. En 1921 el país fue una de las repúblicas fundadoras de la Unión Soviética, pero se independizó en 1991 y el país no logró adaptarse al cambio. Abdala explica que «Ucrania era una olla a presión. No se había asumido aún el desmembramiento de la URSS; convivía una Ucrania joven más emprendedora y abierta, que viajaba y hablaba idiomas, con otra más cerrada y apegada a la era soviética».
Lo cierto es que el país vivía una situación límite con una gran desafección hacia el gobierno. Pero lo que comenzó como unas manifestaciones acabó por convertirse en un baño de sangre. «Nadie pensaba que la policía podía reprimir de esa forma, que iban a disparar contra gente desarmada. Nadie pensaba que podía haber tantos muertos. Pero sucedió y no hubo punto de retorno».
La revolución adopta el nombre de la Plaza de la Independencia —en ucraniano Maidán Nezalézhnosti—; es decir, la revolución del Maidán. Allí se encuentran los monumentos a los «cien celestiales», que son las personas que muertas o heridas durante las protestas de 2014. Otro testimonio, que prefiere mantenerse en el anonimato, asegura que «las manifestaciones eran heterogéneas, y aunque no lo puedo asegurar, no creo que hubiera una lógica detrás de los disparos. Disparaban a la masa», concluye.
Desde entonces, el conflicto ha abandonado la capital, pero se ha enquistado principalmente en las zonas de Lugansk, Donetsk y Crimea, que actualmente permanece anexionada a Rusia. El resto del país vive las consecuencias del conflicto de manera indirecta, con una situación de crisis social y económica que ha empobrecido a la población. Pero ¿cómo les afecta psicológicamente? Olena Bedasheva es una socióloga ucraniana que actualmente realiza su doctorado en la Universidad Carlos III de Madrid, explica que «los problemas de salud mental en Ucrania tienen una relación directa con la pobreza, el desempleo y la sensación de peligro facilitada por el conflicto militar. Según un estudio, alrededor del 30% de los ucranianos han sufrido algún tipo de trastorno mental durante su vida. En comparación con otros países, tienen tasas particularmente altas de depresión. Y entre ellos, los desplazados por el conflicto, los ancianos y los residentes del Este de Ucrania son especialmente vulnerables».
Pero la situación ha evolucionado en los últimos años. Según cuenta Bedasheva, el Instituto de Sociología de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania presentó recientemente un informe donde han mejorado por primera vez desde 1992 algunas puntuaciones subjetivas basadas en el testimonio de la población. Sin embargo, la evaluación de cuestiones más objetivas, como «cuántos pacientes estaban de baja por enfermedad» o «cuántos días estuvieron enfermos», permanece sin cambios y la evaluación de la atención médica, de forma general, ha empeorado.
En épocas turbulentas, los líderes recurren a ciertas ideas que calan bien en la población. ¿Por qué algunas funcionan mejor que otras? El valenciano Carlos Galán es doctor en Biología Molecular por la Universidad Complutense de Madrid y, actualmente, trabaja en la Universidad de Ginebra (Suiza) y participa en expediciones en busca de nuevas especies, sobre todo en África, donde ha pasado largos periodos entre tribus aborígenes. Además, ha realizado estancias en Ucrania antes y después del conflicto. En su opinión, «nuestra forma de pensar no es tan libre como podríamos esperar. La arquitectura del cerebro humano está moldeada por largos periodos prehistóricos donde se forjó la personalidad humana profunda. Durante milenios, nuestra especie formó tribus dentro de las cuales existía la cooperación, pero donde el comportamiento agresivo entre tribus era muy ventajoso evolutivamente. Tenemos una predisposición natural a ser racistas o poco tolerantes con culturas diferentes, especialmente en épocas donde no gobierna el estado de bienestar».
Justamente, en Ucrania, el estado de bienestar ha pasado por sus peores momentos. La inflación en 2015 fue del 48,7% —en Europa fue del -0,8%, es decir, los precios se abarataron en lugar de encarecerse—. Así pues, la inflación acumulada todos estos años ha ocasionado que, para poder comprar un paquete de chicles, tenga que pagarse con un fajo de billetes. En un país donde el salario mínimo es de 116 euros, y un kilogramo de carne puede valer cinco euros, no es raro ver a los jóvenes con dos o tres trabajos, o a los ancianos vender sus medallas de guerra por unos tres euros para poder comer.
Pero, más allá del instinto de supervivencia en épocas de crisis, ¿de dónde surge la predisposición a caer en ideas violentas impregnadas de nacionalismo? Según Galán, «la escasez de recursos con frecuencia confrontaba tribus, y no es raro pensar que las que incluyeran ideas más nacionalistas, violentas y conflictivas, tuvieran más victorias que las otras. La evolución ha diseñado cerebros con una predisposición a conflictos bélicos y nuestra historia está llena de ellos». Entonces, ¿hay lugar para la esperanza? El biólogo continúa: «Nuestra mente, en épocas de malestar social, está sedienta de ideas populistas y bélicas, pero una mente llena de conocimientos es menos susceptible a dejarse llevar por nuestros pensamientos más primitivos».
Ucrania se enfrenta a un horizonte incierto que determinará en qué clase de país se convertirá en las próximas décadas, mientras que la población sufre las consecuencias de una guerra que ya se alarga demasiado. Pero, entre medias, un pequeño rayo de luz ha brotado en forma de un cómico que ha ganado unas elecciones frenando, por ahora, al oscuro monstruo del nacionalismo. Decía el periodista israelí Amos Oz que nunca había visto a un fanático con sentido del humor, ni a nadie con sentido del humor que fuera un fanático. Y ahora, más que nunca, muchos de los que han depositado su voto en Zelenski como última esperanza esperan que sea cierto.
El lema triádico del carlismo resume las tres cartas que más se han jugado para justificar las guerras: «Dios, patria, rey». Y es que, el marketing también puede usarse con finalidad política. Nadezhda —pseudónimo para mantener en secreto su identidad— es especialista en marketing y ha vivido la revolución de cerca. Explica que una idea puede ser entendida como un producto, pero que para venderla «hay muchísimos métodos y herramientas, como por ejemplo el marketing viral. Se basa en que el público transmita la información por sí mismo, y esta se extienda sola». De hecho, la política ha vivido una auténtica revolución con su salto a las redes sociales, y Ucrania no ha sido una excepción.
«Ejército, fe e idioma», ese fue el lema de Petró Poroshenko durante la campaña electoral que finalizó con su derrota el pasado 21 de abril. Y esas tres palabras se extendieron a toda velocidad por la sociedad ucraniana. No obstante, finalmente fue derrotado por Volodímir Zelenski, un cómico ajeno a la política que se presentó a las elecciones medio en broma, y que acaba de convertirse en el nuevo presidente. Pero, antes de su derrota, el marketing político entró en juego. La ciudad se llenó de carteles jugando las bazas del nacionalismo. «Hay más ideas dentro del juego del marketing político, pero como Poroshenko ya falló en las otras, eligió las únicas en las que podía tener éxito», opina Nadezhda.
Durante la etapa final de su mandato, Poroshenko militarizó aún más el país. El 26 de noviembre pasado, aprobó el «estado de guerra» en diez regiones durante treinta días, aunque su intención era prolongarlo hasta fechas cercanas a las elecciones —el Parlamento no se lo permitió—. El motivo oficial era el apresamiento por parte de Rusia de tres buques que habían invadido un espacio que ahora considera suyo y que, actualmente, está en disputa entre ambos países. Si se analiza la situación, es la primera vez desde la Segunda Guerra Mundial que Ucrania ha declarado el estado de guerra, y muchos se preguntan si no fue una mera estrategia para mantenerse en el poder utilizando sentimientos patrióticos.
En cuanto a la fe, Poroshenko medió para que el patriarca Bartolomé de Constantinopla anulara los vínculos que unían a los ortodoxos de Ucrania al patriarca de Moscú. Así pues, esta situación ha generado una inseguridad que podría acabar, en algún momento, con una escalada del conflicto y la violencia. Además, durante las elecciones, todas las ciudades se llenaron de carteles con imágenes triunfales de Poroshenko mostrándose orgulloso ante el cisma religioso que ha ocasionado, y que ahora, el nuevo presidente tendrá que gestionar.
Muchas pensiones de jubilación ucranianas no llegan a los 48 euros, en un país donde el alquiler puede costar lo mismo que en España
Por último, en cuanto al idioma, el ruso se habla especialmente en el Este y el Sur del país. De hecho, según datos del 2001, el 29,6% declaró que hablaba ruso de forma nativa y la mayoría lo utilizaba como segundo idioma. Pero, solo tres meses después de la revolución del Maidán, el Parlamento votó a favor de derogar una ley que permitía al ruso ser cooficial en algunos territorios, convirtiendo al ucraniano en el único idioma del estado. La tensión cultural generada en ese acto, más otros intereses geopolíticos, llevaron a que las regiones de Crimea y Sebastopol —culturalmente más cercanas a Rusia— no aceptaran el derrocamiento del anterior presidente y buscaran, ante el miedo de sufrir represiones, un acercamiento con el gobierno de Moscú. Todo ello desencadenó una intervención militar que dura hasta el día de hoy. Pero, por si eso fuera poco, el pasado octubre, la ciudad de Lviv —la principal capital del Oeste de Ucrania— aprobó una ley para prohibir las películas, libros y canciones en ruso.
Nadezhda lo tiene claro: «Lo más importante para el pueblo es estar bien, comer bien y hacer las cosas que le gustan. Esas otras ideas salen en los momentos de crisis. Si tienes seguridad, comida y estabilidad, te da igual qué ejército, qué fe y qué idioma haya. Lo que proclamaba Poroshenko no resolvía los problemas». De hecho, muchas pensiones de jubilación ucranianas no llegan a los 48 euros, en un país donde el alquiler puede costar lo mismo que en España y la comida ser, ligeramente, más barata. Por ello, es muy habitual ver a los ancianos buscando en la basura alimentos, botellas de vidrio o plásticos que vender, o trabajando durante todo el día en los mercados callejeros a temperaturas que pueden llegar, en invierno, a -20ºC. Personas que, en muchos casos, durante la época soviética fueron maestros, ingenieros, científicos o filólogos. A ese nivel, el eslogan de «ejército, fe e idioma» tiene poco que ofrecer a una población empobrecida y al borde del colapso.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 55 de la revista Plaza