La víspera de todos los santos se abrió un vórtice en el campo del violín: Almas, espíritus, antiguos dioses y rémoras del pasado se juntaron con diablillos y calaveras que como la canción de los Fabulosos Cadillacs invadían las aceras de Ruzafa al grito de truco o trato, gozando de la vida y celebrando la muerte
La lluvia del sábado había dejado paso a un poniente impropio de Noviembre. Quizás, aquél domingo Orfeo intentaba cruzar el Hades perseguido por el Can Cerbero o tal vez el espíritu de Pedro Páramo invadía el aire, caliente, seco y asfixiante de una Valencia que parecía la Comala soñada de Rulfo. En esas me vi frente a un altar lleno de crisantemos amarillos, mantelitos, velas, copal (incienso), mezcal y retratos. La Carrá, Quique San Francisco, Screech o Frida Kahlo compartían protagonismo junto a fotografías de mascotas (desconocidas por mi) pero intuyo queridas por otros, alumbradas bajo un luminoso que gritaba en silencio, rojo sobre blanco: La Llorona.
La Llorona es el mexicano que siempre me viene a la cabeza cuando quieres tomar unas micheladas, picar unos totopos con guacamole y comer unos tacos del pastor, lo cual es virtud y defecto, no de ellos, sino de la ciudad misma. Virtud porque después de 6 años se mantienen como el mexicano de referencia en mi cabeza. Defecto porque Valencia necesita diferentes propuestas que se alejen del tex-mex, los burritos o los tacos de cochinita, como la maltratada Casa Amores, donde ahora se ubica La Llorona. “Cerrar Casa Amores fue muy duro, uno pone su alma, su energía, sus ilusiones… luego el Covid lo cambió todo. Pero no se puede matar una idea, un sueño. Tenemos el local donde todo empezó, hoy como almacén, y ya tengo en mente una nueva propuesta, cuando todo estabilice que supondrá un renacer: Tengo ganas de volver donde todo empezó”. A Jose Gloria le brillan los ojos.
La Llorona es informal, intensa y algo caótica como el mercado de antojitos de Coyoacán en el DF, pero también posee ese punto urbano y gentrificado que se respira en las Colonias Condesa, Roma o Polanco. Día de muertos y un mexicano. Más tópico imposible. Así que siguiendo con ellos hice caso a Poe y como a la muerte se le toma de frente con valor y después se le invita a una copa, lo primero fue pedir un 3 Colas: mezcal, piña, jengibre y chile licuados con hielo picado en un vaso de estos de juguitos que vienen con tapita de rosca y servido con pajita. Me lo bebí de un sorbo mientras observaba el ajetreo de la sala, donde Jose, Nacho y el resto del equipo iban tomando comandas y saludando afectuosamente a los clientes.
Para empezar Sope (frijol, queso, pollo, nata salsa verde, iceberg y rábanos), salsas y unos tacos de Nopal (pico de gallo y queso), Tinga (ternera picante, tomate y sriracha) y Alambre de Cerdo (solomillo de cerdo, pancita, champis, pimiento y calabacín). En verdad copié los tacos que había pedido la mesa de al lado, no me apetecía decidir. Lo acompañé de un Cirujano: tequila, lima, jengibre, aguacate y cilantro. Es un trago refrescante y vigorizante. El 80% del aguacate producido en México se ubica en Michoacán y los narcos controlan su producción, recolección y distribución. En realidad es como beber oro verde. Oro que seguramente traiga consigo alguna que otra muerte a sus espaldas. Me viene a la mente la imagen de José María Yazpiz interpretando al señor de los cielos en Narcos.
Lo bueno de La Llorona es que no participa de ese folklore arquetípico. No suenan rancheras, ni corridos, no hay mariachis, ni Cantinflas, ni Zorros, ni pirámides aztecas. Aunque yo, que queréis que os diga, el domingo echara de menos una buena balada de Juan Gabriel, interpretada por la Dúrcal: Amor Eterno. “Cuando reformamos el espacio nos inspiramos en la arquitectura de Ricardo Legorreta y Luis Barragán, contactamos con un artista conceptual que se llama Muertitos de Hambre, creamos camisetas y tote bags con diseños inspirados en este nuevo diseño callejero porque muchos clientes nos los pedían… Amamos México, pero nos gusta ese México contemporáneo, moderno, urbano y tremendamente vibrante alejado de los tópicos”. Me cuenta José Gloria.
Un Tambor: sirope de agave, tequila, ancho reyes y limón acompañó mi siguiente comanda. Tacos de pescado (tiburón tigre, col morada, chipotle y aguacate) y Dorado (pollo, salsa verde, lechuga, rábanos y queso fresco). Desde mi esquinita del fondo, La llorona parecía un mural de Diego Rivera. Y yo me sentía como García Madero en Los detectives Salvajes o como en una película de Iñárritu donde pasan mil historias en cada mesa e intentas recomponerlas a través de tus ojos, esos que según Pavese tiene la muerte.
Aquella noche una fuerza extraña me impedía abandonar el salón, como en esa peli de Buñuel: El Ángel Exterminador. Así que pedí un Tampico: maraschino, tequila, coco, naranja y limón para acompañar un Taco de Carnitas (cerdo, cola, leche condensada, zumo de naranja, cebolla y cilantro). Tras el primer trago recordé las palabras de mi amigo Víctor: “yo sería feliz con un mezcalito reposado y unos tacos al pastor en San Miguel de Allende”. A veces la felicidad es solo eso: vivir cada momento como si fuera el último, sabiendo que nunca muere lo que guardamos en nuestra memoria.
“Alguien me habló todos los días de mi vida al oído, despacio, lentamente. Me dijo: ¡Vive, vive, vive!. Era la muerte.” (Jaime Sabines)