VALÈNCIA. Esta mañana de domingo he sentido tristeza por los edificios en construcción. Ha sido una sensación extraña. En estos días de reclusión hablo más con las grúas y los árboles que con las personas. Echaré de menos los golpes de los albañiles, también sus gritos y frases soeces. Sólo me queda el canto de los pájaros para sobrellevar el silencio de mi barrio, hasta que el Gobierno patán decrete la prohibición del piar de los gorriones.
El sábado el presidente llorica compareció de nuevo para anunciar otra vuelta de tuerca a nuestras vidas ya suficientemente atornilladas. Los que aún trabajaban dejarán de hacerlo a partir del lunes. La economía recibe un rejón de muerte. Es otra improvisación de este Churchill esforzado de medio pelo, que insiste en pedirnos unidad. Lo pide quien ha hecho todo lo posible por alentar la división y el enfrentamiento entre los españoles.
Me he afeitado antes de salir a la calle. La barba me hace viejo, más de lo que empiezo a ser.
Hace un día espléndido, de un sol generoso y simpático. Las calles están vacías. Sólo en la plaza del pueblo se ve movimiento, gente que hace cola en una casa de comidas que sigue abierta. Allí tendré que ir dentro de muy poco. No sé qué hacerme de comer.
Después de comprar el diario enfilo un paseo que me lleva a casa. Es un bulevar con numerosos bancos pintados de distintos colores. Azul, verde, amarillo, rojo, marrón… Giro la cabeza y no veo que nadie me siga. Pienso que ha llegado el momento de saltarme la Ley como un bandido sin complejos. Voy a sentarme a tomar el sol en uno de esos bancos. Elijo el de color verde esperanza. Me acomodo con nerviosismo. Me reconcome cierto remordimiento. ¿Estaré siendo insolidario tomando un baño de sol cuando millones de compatriotas están confinados en sus domicilios?
El corazón me palpita con fuerza. No dejo de mirar a derecha y a izquierda por si llega alguna patrulla de la policía. Mi delito ha durado exactamente diez minutos, de las 12:30 a las 12:40 horas.
Me levanto orgulloso de lo que acabo de hacer. No he puesto en riesgo la salud de nadie. Porque nadie ha interrumpido mi tranquilidad durante esos diez minutos.
Sentarme en un banco al aire libre ha sido un acto de rebeldía de pretensión modesta.
¿Qué habría escrito Albert Camus de esta pandemia y sus culpables?
Recuerdo la primera frase de su ensayo El hombre rebelde: "¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no".
Al sentarme a tomar el sol, un sol tímido y acogedor como el de esta mañana de marzo, le he dicho ‘no’ a un Gobierno que me ha robado la libertad, amenaza mi prosperidad y ha fracasado al preservar la vida de miles de compatriotas.
En casa me entero por un correo de que un compañero ha perdido a sus padres por el coronavirus. Mi amigo Lino también se ha quedado sin madre por diferente motivo. Católico ferviente, me asegura que no perdonará "a ese demonio y monstruo de soberbia" (se refiere al presidente llorón) que no le haya dejado velar a su madre ni haya permitido la celebración de una misa.
He acabado de leer las memorias de Talleyrand y comienzo con Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn. No me apetece la ficción, sólo asuntos relacionados con la historia.
Hay gente que ha dejado de ver la televisión por higiene mental pero también, presumo, porque las cadenas ocultan la verdad sangrante de esta tragedia nacional. Les dolerán las rodillas de tanta sumisión al poder.
Pero yo necesito echar un vistazo a la programación para engordar este diario. He dejado de cocinar porque han conectado en directo con la Moncloa. Una andaluza y una gallega protagonizan un 'chou' inesperado y divertido.
A la sevillana no se le entiende demasiado lo que dice, pese a ser la portavoz del Gobierno. Esto me divierte. Es como jugar a las adivinanzas. Alcanzo a oírle que la economía ha entrado en "hibernación" antes de regresar a la recuperación soñada. ¿Hibernación? Bonita metáfora pero de efectos letales: ¿cuántos años tardará la economía española en salir de este largo invierno tras las medidas adoptadas?
Pero lo mejor llega de la mano de una cómica gallega (a la que habría que aplicarle el verso de Quevedo, Érase un hombre a una nariz pegado, pero en versión femenina). En sus ratos libres ejerce de ministra de Trabajo. Y así sostiene, sin el menor rubor, que el tejido productivo y los derechos de los trabajadores —y trabajadoras— saldrán "reforzados" tras esta crisis. Mis carcajadas han debido de inquietar a la vecina de arriba, que pensará que estoy loco, y tal vez esté en lo cierto. El confinamiento hace estragos.
La prensa publica que han estallado los primeros disturbios en el sur de Italia. La gente tiene hambre y está cansada de permanecer encerrada.
Por si acaso, el Gobierno pinocho, que tiene un ojo puesto en nuestros hermanos italianos, ampliará la presencia de los militares en las calles. Patrullarán junto con policías y guardias civiles. Más madera.
A las ocho de la tarde, como cada día, la España solidaria sale a los balcones a gritar, silbar, cantar y tocar la bocina. Son los cinco minutos que les dejan ser libres.
La mayoría cree que aún vive en un país democrático.
Declara inconstitucional tanto esa prórroga como el nombramiento de autoridades competentes delegadas