La fundación Juan José Castellano Comenge plantea un nuevo museo en la ciudad. A la espera del desbloqueo administrativo, sus impulsores ya dibujan el nuevo gran proyecto cultural de València
VALÈNCIA. Horacio Silva, Manolo Valdés o Michavila serán los próximos inquilinos de un histórico inmueble en el centro de València, un nuevo hogar que quiere convertirse en el epicentro de la pintura valenciana del siglo XX. Pero no son los únicos. Genaro Lahuerta, Carolina Valls o Victoria Iranzo también forman parte de un extenso listado de ‘compañeros de piso’, una nómina de artistas que pronto compartirá vivienda. Será en el número 4 de la Plaza del Autor, a pocos pasos del Centre del Carme o el Institut Valencià d’Art Modern, donde se levante la nueva sede de la fundación Juan José Castellano Comenge (JJCC). O no tan nueva, pues se plantea en una antigua fábrica de curtidos abandonada desde hace años. Y es que, desde que se pusiera en marcha a finales de 2016, la entidad está dando forma a un proyecto que va más allá de la propia colección, una ambición mayor que pasa por contar con su propio centro expositivo. Y así será. "Tener una sede no es importante, es indispensable. Tenemos más de 200 obras de pintores valencianos del siglo XX, empezando por Genaro Lahuerta hasta Keke Vilabelda. Estas obras que ahora tenemos dispersadas hay que colgarlas para que la ciudadanía pueda verlas”.
Estas palabras las firma el empresario Juan José Castellano Comenge, impulsor de la fundación cultural, quien insiste durante su conversación con Culturplaza en que el arte no debe estar oculto en despachos o almacenes, sino a disposición de toda la ciudadanía. "Si no enseñas las obras de los pintores valencianos se devalúan, no materialmente, sino espiritualmente”, recalca. Con la puesta en marcha de la sede de la fundación la fotografía del circuito expositivo valenciano habrá dado un vuelco absoluto. Fruto de la casualidad o no, lo cierto es que en los últimos años han coincidido en el tiempo no pocos grandes proyectos artísticos en la ciudad, todos ellos impulsados desde el ámbito privado, una fotografía que cambió hace tres años con el aterrizaje de Bombas Gens y al que se sumará en los próximos meses la apertura del Centro de Arte Hortensia Herrero o Caixaforum València, quienes ya han dado algunas pistas sobre su futuro contenido. En esa revolución expositiva entra ahora un nuevo actor que tiene muy claro el rol que quiere jugar, el de divulgar y proteger la pintura valenciana del siglo XX y, también, del XXI.
“La pintura no tiene tiempo. Este es el único arte en el que el tiempo lo fabrica quien lo está mirando y en un cuadro siempre es eterno”, explicaba el genio Genovés en una entrevista con Culturplaza. A pesar de las bondades que el pintor le cantaba, es un formato que no siempre encuentra un sencillo encaje en los centros de arte contemporáneo, convirtiéndose esta en una de las grandes conversaciones en torno a los museos modernos: ¿dónde queda la pintura? En este sentido, Castellano Comenge se lamenta de que se exponga “muy poca” y alaba la labor de algunos centros como Fundación Bancaja. Así las cosas, está en el espíritu de la fundación poner en valor la pintura valenciana del último siglo y, de igual forma, completar los discursos artísticos ya existentes en otras instituciones. Tanto es así que, avanza, ya está en conversaciones con otros espacios con el objetivo de parir proyectos expositivos en común. "Queremos poder intercambiar obra con museos privados y públicos, introducirnos completamente en el ambiente pictórico, algo pobre, que hay en la ciudad. A ver si entre todos hacemos que brille”.
Encontrar una casa para la colección de arte es el gran objetivo de la fundación, aunque no el único, pues el proyecto se completa con la puesta en marcha de conferencias o seminarios y, también, dedicará un espacio a artistas emergentes, generando una conversación viva entre los creadores del último siglo. Esta conexión, en cualquier caso, no es una novedad, pues desde 2018 la fundación impulsa la Bienal de Pintura JJCC, dotada con 22.000 euros, uno de los certámenes con mayor premio del país, que en su última edición galardonó a Álex Marco y Toño Barreiro. En la conversación con su impulsor se desliza, de nuevo, la urgencia de poner en marcha el ansiado museo. "La Bienal debería exponerse en nuestro edificio, pero como no podemos iniciar la rehabilitación tenemos que pedir una sala, y luego otra sala... Estamos ya trabajando en la tercera Bienal, aunque tampoco la podremos celebrar en la sede”, se lamenta. Y es que, a pesar de que la adquisición de la sede se formalizó en 2019, el desarrollo del proyecto arquitectónico y la maraña burocrática hasta su aprobación -todavía debe dar el visto bueno la Comisión de Patrimonio del Ayuntamiento- está alargando más de lo que querrían la puesta en marcha del nuevo centro cultural.
Y es que, insiste el fundador, este “no es solo un proyecto artístico, también arquitectónico porque estamos rehabilitando un edificio que es patrimonio de la ciudad”. Ubicado en un antiguo almacén de curtidos, el proyecto de rehabilitación se mira en otros espacios como la Torre de Huércal-Overa, renovada por la oficina Castillo Miras Arquitectos, o la ampliación realizada por Nieto Sobejano Arquitectos en el Museo Moritzburg, ubicado en la ciudad alemana de Halle, un centro expositivo que se levanta en un edificio histórico destruido en la Guerra Mundial. En estos proyectos se da un encuentro entre la nueva construcción y los elementos tradicionales de la arquitectura original, una convivencia clave en el nuevo espacio valenciano. “Lo que queremos hacer es darle sentido a los materiales que tiene”, explica Vicente Lassala, fundador de Estudio13 Arquitectos, encargados de dar forma al futuro museo valenciano.
El inmueble se encuentra en una plaza de reciente creación, fruto del plan de esponjamiento del barrio del Carmen de finales del siglo XX, con lo que la que será su fachada, originalmente, recaía en un patio interior. Este inmueble lleva décadas sin uso y, de acuerdo con los informes de los arquitectos, cuenta con “graves problemas estructurales”, con lo que la intervención no solo dará una nueva vida a la construcción sino que la salvará tras años de abandono. Con la rehabilitación, además, se plantea un aumento en la volumetría del inmueble, pues el interés de la cubierta, de acuerdo con el PEP (Plan Especial de Protección) es “irrelevante”, un proyecto que dibujaría una sede algo mayor para el desarrollo de actividades culturales, aumentando el edificio en 2,5 metros de altura, una altura similar a sus vecinos. El proyecto de ampliación, en cualquier caso, está todavía pendiente de la aprobación de la Comisión Municipal de Patrimonio, una pelota que está ahora en el tejado del Ayuntamiento de València y que tiene a la fundación a la espera para poner toda la maquinaría en marcha.
En este caso, no son pocos los elementos que se deben tener en cuentan en el proceso, un camino que tiene la integración de elementos como vocación aunque parte de un inmueble complejo, pues ha vivido numerosas reconstrucciones, lo que obliga a un minucioso trabajo de encaje de piezas en un puzzle cuyo marco requiere un nuevo cascarón. Y es que este inmueble ha sido el de las mil remodelaciones, pues en él conviven soluciones arquitectónicas del siglo XIV al XIX. La importancia arquitectónica del edificio reside en los muros perimetrales, construidos con tapia valenciana medieval, así como forjados de madera, un pozo o dos arcos del siglo XIV en la planta baja, elementos que se quiere recuperar y dejar visibles en un futuro centro cultural que es más que un centro cultural.