El sur existe aunque le pese al norte. Más allá de Crevillent se alza una tierra que convive con dos almas: la alicantina y la murciana. La Vega Baja, comarca orgullosa, castellanoparlante y asilvestrada según sus críticos, es el verso suelto de esta Comunidad invertebrada, el lugar idóneo para un tiempo de penitencia
En su estado de abatimiento y relativa congoja, el penitente piensa que algo terrible debió de hacer en otra vida para merecer tal castigo. El penitente se vio obligado a abandonar su casa próxima a València para marcharse al sur o, siendo más precisos, para marcharse al sur del sur, allí donde la provincia de Alicante comienza a perder su nombre
Si habéis nacido en Sueca o en Xàtiva no entenderéis de lo que os voy a hablar. Muy lejos de donde vivís y lleváis una existencia placentera, se alza un lugar en lo que lo alicantino se confunde con lo murciano. Esa comarca es la Vega Baja. Para unos es un territorio comanche que vive de espaldas a la Comunidad Valenciana; para otros es el contrapunto necesario frente a la soberbia de los vecinos del norte.
El penitente, que guarda cierto parecido con quien esto escribe, cree que los designios de la Providencia son siempre inescrutables. Dios Nuestro Señor, con la ayuda eficacísima de la Administración valenciana, decidió que el penitente fuera a expiar sus pecados al sur del sur. Y allí nuestro protagonista lleva viviendo dos largos y azarosos meses, entregado a la amarga tarea de limpiarse por dentro, de purificarse, mientras toma contacto con una realidad que le era desconocida por completo. Hay días en que se siente como otro penitente, Robinson Crusoe, náufrago en una isla desierta (Daniel Defoe, conviene recordarlo, menciona a Alicante en su obra maestra).
Lo primero fue encontrar el camino para llegar al sur. Descubrió que había tres opciones: la A-7, la autovía que conecta Alicante con Murcia y en la que tenéis un riesgo nada desdeñable de morir en accidente de tráfico, pues el firme de la carretera está salpicado de socavones, con un trazado que imita a un tobogán que sube y baja, lo que le añade emoción cuando conduces junto a la mitad de camiones de toda España. El atasco es seguro en las horas punta. La segunda alternativa es tomar la autopista Alicante-Cartagena en la que nunca sabes lo que te cobrarán y de la que siempre saldrás escaldado. En caso de ser posible, evitadla. Y, por último, nos queda circular por la N-332, que permanece igual, en algunos de sus tramos, a como estaba en los felices años del desarrollismo franquista. En su descargo conviene destacar las bellas vistas de las salinas de Santa Pola.
Crevillent marca la frontera con el sur del sur, donde se concentra el mayor número de rotondas de la Unión Europea. Las hay de dos tipos: con o sin muchachas dedicadas a comerciar con su lozanía. Algún día el penitente parará el coche para evangelizarlas…
Además de las rotondas, en la Vega Baja hay palmeras, almacenes chinos, prostíbulos de carretera, millones de adosados que se venden, tenderetes en donde comprar sandías y melones, centros comerciales idénticos unos a otros, jubilados extranjeros de piel lechosa que agonizan bebiendo alcohol en chiringuitos de alguna playa, y mujeres musulmanas tapadas hasta la coronilla que caminan junto a sus maridos, los cuales visten a la manera occidental con vaqueros ceñidos y gafas Ray-Ban. En el sur pones la radio y te sale una locutora hablando en ruso. Conviene ser políglota. Hay clínicas dentales que sólo anuncian sus servicios en inglés y sueco. Pero aún no se ha obrado el milagro de que el penitente haya oído el idioma de Ausiàs March. En esta comarca hace calor hasta finales de octubre y las moscas te persiguen allá donde vas, favorecidas por la ineficacia de los servicios de limpieza de algunos municipios.
En pueblos y ciudades como Orihuela, Torrevieja, Catral, Almoradí, San Miguel de Salinas, San Fulgencio y Los Montesinos, los vecinos son españoles, muy españoles. En muchos balcones ondea la bandera nacional. Se palpa un patriotismo sin complejos, como el que exhibe el penitente, que compró su enseña, en plena crisis catalana, por sólo cuatro euros y a la que le ha sacado un enorme partido.
El penitente ha conocido Orihuela y Torrevieja; por tanto puede hablar de sus grandes diferencias con conocimiento de causa.
Orihuela es la joya de la comarca. En una reciente vieja a la ciudad, el penitente ha visitado la casa-museo de Miguel Hernández y después, a escasos metros, el impresionante Colegio Santo Domingo, donde el poeta estudió siendo niño, situado en un barrio en donde las mujeres gitanas, vestidas con batas, sacan las sillas a las puertas de las casas y parlotean con las vecinas hasta la hora de la comida. Se nota que la historia —en particular la historia eclesiástica— ha pasado por esta ciudad bañada por el río Segura. Algunos edificios civiles y religiosos recuerdan la importancia de su pasado.
EN LA VEGA BAJA HAY, ADEMÁS DE ROTONDAS, PALMERAS, ALMACENES CHINOS, PROSTÍBULOS, MILLONES DE ADOSADOS EN VENTA Y JUBILADOS EXTRANJEROS QUE AGONIZAN BEBIENDO ALCOHOL
Torrevieja está a media hora en coche de Orihuela. La capital turística de la Vega Baja es el municipio más pobre del país según las estadísticas oficiales. No contemplan, claro está, la enorme cantidad de dinero negro de la hostelería y la construcción. Además, los residentes extranjeros son mayoría respecto a los nacionales. Torrevieja es un horror urbanístico, una ciudad destartalada y mal planificada sin otro encanto que su fachada marítima y las salinas. ¿Por qué Torrevieja ha tenido tan mala suerte con sus alcaldes? Ahora la gobierna una colección de liliputienses con un alcalde de… ¡Los Verdes!
Menos mal que al penitente le quedan asideros como el restaurante Belle Époque, que le ofrece el descanso del guerrero. En este local lo tratan como a un pachá y aquí se olvida, por espacio de hora y media, el tiempo en que se demora comiendo, de las penalidades de cada jornada.
Cuando le toque despedirse de este tiempo de aflicción, puede que eche de menos esta tierra en la que sigue sintiéndose un extraño. Llegó, como decíamos, a purgar las penas de una vida pasada llena de errores y a vertebrar, si fuera necesario, esta Comunidad pues vivir en Alicante, en la provincia rebelde y respondona, te otorga una perspectiva distinta de las cosas y te cura del centralismo valenciano que inspira las decisiones que se toman en los despachos de la calle Caballeros.