Coratxà (CASTELLÓN)

Un restaurante de altura que sostiene todo un pueblo

Subes, subes y subes, carretera arriba y abajo el mar de arboles, por un momento parece que formes parte de la misma montaña. Las vistas son eternas, infinitas y rumbo a la altura llegamos a el Coratxà, es el pueblo más alto de la Tinença de Benifassà, y uno de los más altos de la Comunidad Valenciana, a 1.329 metros.

| 18/02/2022 | 4 min, 27 seg

La Tinença es ese enclave del que ya he hablado, es imposible no hacerlo tras visitarla. Sus carreteras serpenteantes te suben al cielo del silencio y te bajan a la realidad. Interior, altura, identidad, cultura. Aquí en seguida se sabe quién es el forastero, el que llega con turismo y ojos curiosos. Las aves rapaces y alguna carroñera, sobrevuelan el perfil de las montañas. Llegamos. El pequeño pueblo es una amplia plaza, fue destruido por las tropas francesas de Felipe IV en el siglo XVIII. Por Coratxà pasaban algunas romerías, como las que iban desde Vallibona a Peñarroya de Tastavins y también se encontraba en uno de los caminos de tránsito entre el Mediterráneo y Aragón, el llamado canal de Pavia o Coratxà.

La Hostatgeria de Sant Jaume es un hotel restaurante que destaca entre tanta piedra, rojo rubí y de cocina casera, de proximidad y variada, sus platos esconden proveedores locales: en menos de 60 kilómetros encuentra vecinos pastores, la provincia de Aragón, también Tarragona y el mar.

Canelones de corzo con bechamel trufada y queso de Els Masets (La Torre d’En Besora, Castelló). A pesar de que Juan Carlos solo destaque el origen del queso, todo es local. No dudábamos que la trufa era de la Tinença, con ración generosa. He de avisar que fuimos un poco experimento para Juan Carlos, nos sacó varios platos con el típico “a ver qué tal”. La confianza con él y Meritxell es instantánea. Hay personas que te entran igual que los canelones de corzo.

Son pareja, originarios de Ulldecona y l’Aldea (Tarragona). Se han dedicado a la hostelería muchos años y llegaron a regentar la Hostatgeria al enterarse que estaba cerrada. Eran asiduos al restaurante cuando lo gestionaban los antiguos propietarios y tras un tiempo sin acudir y enterarse que se traspasaba decidieron gestionarlo ellos mismos. La decisión fue clara, no pasaron apenas 15 días.

La olleta, con careta y morcilla. Aquí los platos son para el frío. Incluso en pleno verano se necesita chaqueta en este enclave. “Llegamos un lunes, cuando la carretera aun no estaba hecha y nos tomamos una cerveza; nos atendió Carlos, el primero y nos enamoramos del lugar al momento”. Cuenta Carlos (el tercero) que han sido dos los propietarios antes que ellos, los que también se llamaban Carlos. Coratxà es un pueblo despoblado y hace unos 35 años que se hizo el restaurante - hotel, dio vida. Se recuperaron las fiestas de verano y desde entonces que no es el mismo. Juan Carlos Martínez o Carlos III transmite la ilusión de haber visto como el pueblo se ha teñido de color, asegura que solo viven dos personas: él y Meritxell Esteller.

Cordero a baja temperatura con ciruelas. Lechal, también de proximidad y un poco de más de salsa para tan buen producto. “Es muy complicado tener proveedores, aquí arriba no llegan”. Sin embargo todo es casero y de proximidad: la carne, la miel, la trufa, incluso el pescado que traen ellos mismos de la costa. Cocina de temporada sin pretensiones los postres: cuajada con miel y naranja con miel y canela.


Desde que llegaron a Coratxà su vida cambió por completo, Juan Carlos observa el pueblo como su jardín, lo cuida, lo desbroza y lo mima como su casa. Nos cuenta que Víctor, el hijo del pastor hizo las casas rurales, quien también tiene mucho amor por el pueblo. Y termina contando su sueño: “cuando me jubilé de la cocina aumentaré el rebaño de cabritillos y me dedicaré a ellos”. El confinamiento fue una suerte para ellos, vivían allí, todo un pueblo para ellos. “Con leña, comida y amor, no nos hace falta nada más”. Al acabar de comer, nos saca licores artesanales, distintos uno con toque anisado y el otro un aguardiente de destilado de vino, con beata Maria y poleo del Coratxà.

Este pueblo es de esos lugares donde se hace corto el tiempo. La sobremesa es obligatoria, dos palabras y Juan Carlos ya dirige la atención a Meritxell “ella es la que es capaz de no llevarse el trabajo a casa” cuenta que es muy disciplinada para eso y que ha tenido que aprender de ella. “Los hombres solo tenemos la fuerza física, lo demás lo tienen las mujeres y el día que todo el mundo lo tenga claro, iremos mejor”. Tras la comida, nos llevan a ver los cabritillos recién nacidos. Tienen gallinas, gansos y una San Bernardo preciosa que cuida de todos los animales. En el fondo se ve una iglesia donde pasean los huéspedes y por un momento parece que este pueblecito de montaña esté habitado por más de dos personas.


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