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Un sistema carcelario para niños dependientes

4/05/2018 - 

VALÈNCIA. Imaginen un mundo donde los más jóvenes son encerrados durante horas en un espacio diminuto, bien sentados y en silencio, obedeciendo todas las pautas a riesgo de llevarse un castigo. Donde se les pide que lleguen al mínimo de productividad en cualquier tarea que se les ordene, se les dé bien o mal lo ordenado… y si no lo consiguen, son marcados como NO APTOS. Un lugar en el que no pueden apenas moverse –no te levantes, siéntate bien, no puedes ir otra vez al baño— ni hablar con nadie hasta que suena un timbre. Entonces y solo entonces se les permite andar por largos pasillos hasta el patio, donde pueden caminar bajo vigilancia hasta que otro timbre vuelve a sonar 30 minutos después y han de volver a sus celdas… digo, aulas.

Pues bien, este lugar es la mayoría de centros escolares españoles.

Ahora imaginen un mundo en el que los adolescentes están deseando ir a clase. Un mundo donde los institutos, lejos de ser un lugar hostil, son una prolongación de sus casas donde se sienten a gusto y con libertad para andar sin zapatos sobre el parqué, hacer los deberes en el suelo tumbados sobre una gran alfombra con cojines, utilizar los ordenadores cuando quieran o salir de clase si se agobian. Donde no hay vallas alrededor del edificio y donde, si una asignatura se les da mal, se les motiva más en la que se les da bien. Pues ese lugar existe y, lo que sonará más extraño de todo, funciona. Yo he estado allí y puedo afirmarlo de primera mano.

Se llama Islandia.

—Queremos que sean felices y vengan a clase a gusto. Eso los motiva para aprender más que obligarlos y estresarlos —me dice la profesora.

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: he visto a niños de ocho años cortando madera con sierras eléctricas. Y a otros de seis usando fogones para cocinar y máquinas de coser para hacerse sus bufandas.

—¿Nunca ocurre nada?

El profesor de tecnología me mira extrañado por la pregunta.

—¿Nunca ocurre que un niño se corta o se quema?

—Claro… —sigue sin entender la pregunta.

—¿Y no os demandan los padres?

Levanta las cejas.

—Los padres quieren que sus hijos sean independientes y autónomos. Supongo que conseguir eso conlleva algún rasguño, ¿no? Prefieren un corte en un dedo a un hijo que no sabe hacer nada.

Pienso en los centros educativos españoles. Aunque es un problema más amplio, de sobreprotección hacia los niños en general: demandas y quejas continuas de los padres hacia los profesores por ponerles amonestaciones o exámenes muy difíciles. Hacia ayuntamientos por hacer toboganes duros. Hacia películas o cuadros por traumatizar su sensibilidad...

—Los padres islandeses tienen claro que si el alumno no trabaja, casi siempre es culpa del alumno, no del profesor. Les enseñamos desde pequeños a ser responsables de sus actos. Tienen que estar supervisados, pero sin pasarse, porque acabarían por ser dependientes y por pensar que sus actos son culpa de otros. De padres y profesores, por no vigilarlos bien. Por permitir que no trabajen…

Pienso en España. Si un niño salta la valla, legalmente es culpa del centro educativo por no tener más controlada la valla, no del niño por saltarla. ¿En serio? ¿Ponemos focos y torres de vigilancia como si fuese Alcatraz? ¿Hasta ese grado de estupidez hemos llegado? La realidad es que hemos convertido los centros educativos en un sistema carcelario que trata al alumnado como seres irresponsables e incapaces que deben ser constantemente vigilados y fiscalizados. Y eso no tiene ningún sentido.

¡Pobres niños que no han sido debidamente controlados y han saltado la valla!

Conozco casos de padres que llevan el almuerzo cada mañana a sus hijos adolescentes. Casos de madres que se quejan de que los profesores les tienen manía a sus niños y por eso suspenden. Casos de padres y madres que hacen los deberes de sus hijos, que justifican faltas de asistencia para que tengan más tiempo de estudiar exámenes o que no les dejan ir a excursiones “por si les pasa algo”. También casos de padres que rellenan la matrícula de la universidad de sus hijos porque ellos no saben, pobres. Pero no es culpa de los padres. Es culpa del sistema.

Recuerdo por qué quise venir a Islandia. Tiene el mayor porcentaje de artistas internacionales por cabeza. La cantidad de músicos, escritores, pintores (también profesionales de otros ámbitos) con éxito internacional excede cualquier lógica para un país de 350.000 habitantes.

—¿Cómo lo conseguís?

Esto se lo pregunté hace unos años a un joven islandés que volaba a Berlín donde tocaba el violín en una orquesta filarmónica.

—Desde niños se potencia lo que uno sabe hacer. Si eres bueno en dibujo, te motivan en dibujo. Si eres bueno en matemáticas, te motivan en matemáticas. Así cada uno desarrolla desde niño aquello para lo que de verdad vale.

Pensé en España. Si eres bueno en matemáticas, perfecto. Si eres bueno en dibujo y malo en matemáticas, te apuntan a repaso de matemáticas. Sí, sí, las matemáticas son muchísimo más útiles para ser ingeniero… ¿pero en serio todo niño aspira a ser ingeniero?

—Los centros están creados para que la flexibilidad sea máxima, tanto dentro de las clases como en las zonas comunes, que se usan indistintamente. Los miércoles, por ejemplo proponemos un tema y hacen proyectos según sus intereses. Porque si trabajan en lo que les gusta son felices y se motivan. En este momento el tema es la ecología. Hay grupos que han decidido hacer un gran mural para el hall y están trabajando allí mismo… seguramente has saltado sobre ellos para llegar hasta aquí. Otro grupo está en el laboratorio haciendo una depuradora de agua con un profesor de ciencias. Otro en el aula de tecnología construyendo animales con madera, otro en el patio grabando un corto, otro con los ordenadores viendo documentales para inspirarse porque no saben qué proyecto desarrollar… incluso hay dos chicas encerradas en el baño grabando una canción de hip hop sobre el cambio climático porque dicen que la acústica es mejor allí. Ellos eligen qué desean hacer y van por el centro a su aire, trabajando, pidiendo ayuda a los profesores si la necesitan. Un grupo no ha venido a clase hoy porque van a entrevistar a un científico del barrio.

—¿Funciona?

Me arrepiento instantáneamente de la pregunta. Los adolescentes van y vienen, se agrupan en sofás, en mesas, en el aula de tecnología, frente a un ordenador…, pero todos parecen estar trabajando en sus proyectos del miércoles. Supongo que educarlos para la autonomía y la responsabilidad desde niños consigue unos adolescentes capaces de trabajar y cumplir plazos sin necesidad de presión. Porque saben que su trabajo no tiene como fin cumplir una orden y evitar el castigo, sino prepararlos para una profesión.

Vi a dos jóvenes quedándose tras la clase porque no habían tenido tiempo de acabar sus tareas y a otros yéndose del aula antes de tiempo porque ya lo habían acabado todo. Eso es lo que yo llamo responsabilidad.

—En Islandia no queremos presionarlos demasiado. Ningún niño repite. Nuestro sistema educativo no lo permite. Hay alumnos que no llegan al mínimo, pero marcándolos y estresándolos no vamos a cambiar sus capacidades. Y mucho menos su motivación. Hay niños que no son buenos en alguna asignatura, así que intentamos potenciar otras. Porque lo importante es que desarrollen habilidades, sea de la forma que sea. Se puede fomentar la lectura comprensiva con una novela o con un cómic, ¿qué más da? Quien pueda leer 500 páginas, perfecto. Quien solo pueda leer 50, pues bien mientras sea capaz de entender y reflexionar sobre lo leído… No todos los niños sienten la misma pasión por la lectura… Se puede fomentar la creatividad haciendo un dibujo, una redacción, un canal de Youtube, un circuito electrónico o construyendo una silla en el aula de tecnología. Además, muchas veces nos equivocamos en los objetivos básicos: un logaritmo neperiano o un análisis sintáctico son bastante inútiles y aburridos para muchos niños que no tienen el interés o la capacidad para los estudios superiores. Lo importante es que los alumnos se conviertan en personas responsables, independientes, capaces de trabajar en grupo, respetuosos, sociables y, sobre todo, capaces de aprender y valerse por sí mismos… si alguno no llega al logaritmo, pues no llega. Tal vez ese alumno se convierta en un buen fontanero o en el nuevo cantante de moda. ¿O es que los fontaneros y los cantantes no son necesarios?

De nuevo pienso en España. Es inevitable comparar. Aquí no educamos para la autonomía sino para la obediencia. Recordé a la protagonista de la novela El lector de Bernhard Schlink, una funcionaria de prisiones nazi que no entendía de qué se le acusaba: a mí me contrataron para mantener a los prisioneros encerrados. ¿Qué culpa tengo yo si mi trabajo era evitar que se escaparan?

¿Qué culpa tiene quien obedece órdenes?

Así, como esa funcionaria, los alumnos aprenden a obedecer, a seguir normas y pautas, sin entender del todo que el sentido último de su esfuerzo es labrarse un futuro. La mayoría del alumnado ve la educación como un trámite obligatorio que debe hacer para satisfacer a los profesores, a los padres y a la sociedad sin comprender de manera plena que por quien deberían esforzarse es por sí mismos. Pero es normal: no les hemos dado las riendas ni la capacidad de tomar decisiones. Solo órdenes. Y quien recibe tantas órdenes acaba pensando que no pinta nada, se deja llevar, se desvincula de la responsabilidad. Como la chica del libro, hace su trabajo para evitar las represalias sin ser capaz de ver las implicaciones que conlleva.

¿Es esto lo que queremos? ¿Crear adultos-disney irresponsables e incapaces de valerse por sí mismos? Tal vez es hora de, como sociedad, hacernos estas preguntas…

(sé que cada vez hay más proyectos educativos españoles trabajando en esta línea nórdica, sobre todo en la educación primaria, así que supongo que el cambio de mentalidad -de la actual protección enfermiza a la responsabilización del menor en su propio aprendizaje- es solo cuestión de tiempo)

Si te ha interesado este artículo, aquí encontrarás otro relacionado del mismo autor: Disneyficación social y cultural


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