VALÈNCIA. En pleno ecuador de su temporada operística, el Palau de Les Arts ofrece para comenzar el año nuevo la más singular de las óperas del alemán Richard Strauss, un compositor considerado un avanzado en su época por su lenguaje armónico y su compleja y exuberante orquestación, asuntos que dejó plasmados en sus obras sinfónicas iniciales, en sus 16 óperas, y en sus lied. Tras Wagner, es sin lugar a duda y junto a Mahler, el autor más interesante del romanticismo tardío, cuya obra influiría de manera determinante en la música del siglo XX.
Que nadie se despiste, porque la obra del Strauss de este año nuevo, nada tiene que ver con la música de la familia de músicos vieneses homónima, de polcas, valses, y operetas clásicas del XIX. Les Arts ha abierto el año, no solo con una estética nueva, sino con una obra cumbre en la historia de la ópera por rompedora, ejemplo único de la utilización del politonalismo, de audaz disonancia armónica, y ritmos desarreglados, donde la voz es un instrumento más en conexión con un texto aterrador, al servicio del modernismo expresionista, que situó a su autor a la vanguardia de la música del momento.
Con Elektra, el compositor de Munich, de la mano de su libretista Hugo von Hofmannsthal, nos introduce en el mundo de los sentimientos humanos más profundos, y confusos, y las pasiones más intrínsecas e irrefrenables, traídos de la mitológica obra homónima de Sófocles, como la venganza, el odio, la angustia, y el erotismo, con guiño incluido a Siegmund Freud. Elektra es una bomba que impacta en el espectador, irradiando directa en vena, y todo en un acto, sin descanso, ni falta que le hace. Es un auténtico tsunami sonoro, de dinámicas furibundas, de ritmos excitados, de golpes restallantes, de armonías exacerbadas, y de melodías ocultas, donde se desbordan las pasiones, expresadas con un texto tortuoso en plena agitación del alma.
Su música, construida a base de acordes de intervalos disonantes, se formaliza con las células a modo de leitmotiv, como las de Agamenón, de la familia, de la grandeza, o del asesinato, en la recreación de los sentimientos: puro expresionismo. Alguien dijo que el deathcore del rock más extremo ya lo trajo Strauss en 1909 con su Elektra, que fue su cuarta ópera, y la única -junto a Salome- de factura especialmente atrevida y disonante, ya que el maestro decidió en lo sucesivo volver a lo clásico, rechazando el severo atonalismo desarrollado, al pensar que quizá ‘había llegado al límite de lo que los oídos pueden comprender’.
Como apunta Íñigo de Goñi, puede ser considerada Elektra como la sublimación literaria y musical de un poderoso sentimiento: el de la venganza contenida ‘que se cría como un buitre en las propias entrañas’ de la protagonista.
La fuerza dramática de Strauss invadió el sábado el Palau de Les Arts, donde se escuchó una Elektra sin complejos desde el brutal latigazo inicial, de la mano de buenos cantantes, que sumaron sus voces a una Orquesta de la Comunidad Valenciana pletórica, reforzada hasta los 107 integrantes, que sonó magistral por su brillo, su equilibrio, y vitalidad, en correspondencia con lo que exige la partitura. Marc Albrecht dirigió el conjunto con acierto y seguridad. Y atento a los requerimientos vocales, supo evidenciar el dramatismo sonoro en el juego de los innumerables matices de la orquesta, que representan la condición humana, como una de las claves de la obra.
El personaje más activo e importante es la propia Elektra, sobre la que recae gran parte de peso vocal, dramático, y escénico de la ópera. Es terroríficamente complicado, y fue interpretado por la afamada soprano dramática sueca Iréne Theorin, quien se mostró correcta en la parte actoral, y reservada en la vocal. Aportó una voz de ímpetu y con buen squillo, pero fue vibrante solo por momentos en la parte alta, y trajo un vibrato molesto en su parte media. Elektra, nombre de origen griego, tiene un significado bien hermoso: ‘dorada como el sol’, ‘brillante’, e incluso ‘chispa’. Lástima que la Theorin no hiciera honor a su nombre.
Quien sí estuvo a la altura fue la soprano americana Sara Jakubiak, interpretando a la hermana esquiva Crisotemis. Lució una voz fresca, de bello timbre, y de emisión directa, llena, y rotunda. Trató de tú a tú a la orquesta, y mantuvo la homogeneidad expresiva requerida en toda su intervención. El rol de la asesina y atormentada Clitemnestra fue para la veterana Doris Soffel. Es un papel desde el punto de vista vocal de muy difícil ejecución por la necesidad expresiva, entre lo cantado y lo recitado, y lo resolvió muy bien, con formalización certera del alto y vomitivo grado de perturbación mental del personaje, en lo vocal y en lo escénico.
Orestes fue Derek Welton, joven barítono bajo australiano que incendió la escena con su bella, impactante, e incisiva voz. Su proyección vocal es fulgurante debido sus efectivos y sueltos resonadores, y sus recursos expresivos son bárbaros. El Egisto del tenor Stefan Marguita, así como el resto de papeles, fueron atendidos por buenos cantantes, que bien podrían haberse cubierto por cantantes nacionales, que los hay estupendos.
De la puesta en escena es responsable Robert Carsen, quien trae una producción de la Ópera Nacional de Paris, con la que aporta una interesante interpretación de la atormentada y sedienta mente de la propia protagonista. También sin complejos, la lúgubre y tenebrosa propuesta supone una afrenta al horror vacui, pues en la mente de Elektra cabe poco más que retorcidos y oscuros sentimientos multiplicados.
Strauss, después de componer Salome quería abordar una ópera ‘light’. Menos mal, porque desde luego nadie lo diría. Elektra es rompedora, y representada como aquí y ahora, es capaz de estremecer a cualquiera. Rompe esquemas, y fulmina azulejos, para llegar al propio trencadis del cascarón de la casa, como reflejo de la frágil integridad del alma.
Y les digo que la ocasión está aquí. Y que nadie que quiera experimentar emociones fuertes con la música, y comprobar cómo el sonido disonante de Strauss es tan bello como apropiado para la expresión de ciertos sentimientos, debe perderse esta Elektra valenciana de Les Arts. Desde el primer compás lo notarán. Agárrense bien a la butaca. Hora cuarenta del tirón sin un momento de respiro hasta la sangrienta orgía del final. Ya me contarán.