En el asiento trasero de un taxi vuelan Antonio Altarriba, Elena Uriel y Sento Llobell. Bajo la mirada furtiva del conductor, que mira de reojo por el retrovisor, hablan de Venecia, de Sagunto y de Belchite, los lugares por donde han sacado a pasear su imaginación y su creatividad. Prodigan halagos a dibujantes que no les oirán, son generosos con los ilustradores que inician ahora su carrera profesional. Es tarde.
Son más de las nueve de la noche y el salir de la glorieta, el taxi se amontona en una nube de coches al embocar la calle Colón. Enseguida aparecen las luces rojas y azules de la policía rebotando en los edificios y los escaparates. Varios furgones cruzados delimitan un sendero por el que pasaremos mientras observamos las armas y las señales, recordándonos que la realidad ha incrementado su dosis de crueldad los últimos días. “Soy todo lo feliz que puedo ser sin mirar para otro lado”, dirá Elena más tarde parafraseando a Ricardo Darín. Cómo afrontar tanta realidad. Puede que contando. O dibujando.